Un jardín en Venecia | Crítica

Enmarañado de rosas

  • Gallo Nero publica la hermosa 'memoir' que el británico Frederic Eden dedicó en 1903 al jardín, hoy abandonado, de su legendaria residencia veneciana

Vista actual desde el exterior de la Casa Eden en Venecia.

Vista actual desde el exterior de la Casa Eden en Venecia.

El llamado por los naturales Giardino Edino ha tenido una historia novelesca en la que su artífice es sólo el primer eslabón de la cadena, pero las peripecias posteriores a la muerte de Frederic Eden y su mujer Caroline Jeckyll, hermana de la célebre diseñadora de jardines que inspiró decenas de santuarios vegetales en medio mundo, no igualan a las que el primero recogió en el libro donde contaba su experiencia como fundador del espacio al que ha dado su nombre. Hubo luego otros nobles y princesas griegas expatriadas y hasta un artista austriaco, Hundertwasser, que rendía culto a la putrefacción, desdeñaba la intervención humana y se jactaba de dar "plena libertad a la naturaleza", siendo responsable en parte de su actual abandono. Antes, en vida de los Eden, el jardín era escala obligada para visitantes ilustres entre los que estuvieron Rilke, Proust o el inefable d'Annunzio. Fue el presumible escenario de la gran nouvelle de Henry James Los papeles de Aspern y de una disputa real tras la que un estudiante francés, condiscípulo de Cocteau, se quitó la vida. En los versos que dedicó a la memoria del suicida, donde recordaba aquella aciaga "noche de otoño", el poeta hablaba de un "jardín de exquisita fatalidad" y lo llamaba "sepulcro enmarañado de rosas".

Fotografía del interior del jardín a principios del siglo XX. Fotografía del interior del jardín a principios del siglo XX.

Fotografía del interior del jardín a principios del siglo XX.

Eden muestra su buen juicio al entender que debe adaptar sus gustos al genio del lugar

Publicado por la revista Country Life en 1903, A Garden in Venice, referencia prestigiosa en la inabarcable bibliografía sobre la ciudad italiana, no es sin embargo un libro melodramático, sino al contrario, todo en sus páginas transmite serenidad, hedonismo y un formidable apego a la vida. Las escasas noticias biográficas de Eden -nomen omen- pueden ser compensadas con los datos que a veces entre líneas transmite su relato, escrito con una mezcla de delicadeza, sentido común y admirable buen humor. Sabemos que adquirió el terreno en 1884, en la Giudecca, una de las islas que convierten el territorio de la antigua República en un enclave único, y ya el excurso inicial sobre su formación, tan influida por la omnipresencia de las aguas y el régimen de los "vientos regentes", deja clara su doble familiaridad con la historia y la geografía del entorno adriático. Hastiado de contemplar la visión siempre cambiante de la laguna, dice Eden, decide hacerse con la vasta finca donde los restos de un antiguo monasterio y la posterior Palazzina conviven con una huerta semiabandonada. Y ahí empieza todo.

Otra imagen antigua desde la trasera del edificio. Otra imagen antigua desde la trasera del edificio.

Otra imagen antigua desde la trasera del edificio.

El narrador habla siempre en plural, aunque nunca menciona a su esposa. Uno de los nativos de la isla lo llama enfermo, posiblemente por impedido, pues "no podía caminar". Algún apunte aislado revela que no le disgustaban los muchachos bien parecidos -"su tentador encanto"- y que su fortuna era considerable. Pero lo que sobre todo se deduce es que veneraba por encima de cualquier otra cosa su jardín esforzadamente erigido frente a todo tipo de obstáculos. En relación con los naturales, la expresión que describe a Venecia como tomba dei fiori, aludiendo a las condiciones poco propicias que se derivan de las corrientes de aire, la salinidad del terreno o los acuíferos y otros muchos inconvenientes, Eden muestra su buen juicio al entender que debe adaptar sus gustos británicos al genio del lugar y sus singularidades. "No hay otro suelo y clima tan lleno de caprichos y fantasías", constata, y asumiendo los usos locales al tiempo que importa otros foráneos, por ejemplo de su tierra escocesa o del Generalife granadino, va erigiendo, por el método de ensayo y error, un verdadero paraíso en el que las pérgolas construidas a la manera veneciana, con sus preciosos emparrados, las variedades hacederas del rosal y otros arbustos de pródigas floraciones, las higueras, las viñas o los frutales, se suman a los inquilinos de los arriates y las macetas. La del jardín es una "historia de fracasos" engrandecida por puntuales y felicísimas victorias.

Frederic Eden (1828-1916) en su jardín de la Giudecca. Frederic Eden (1828-1916) en su jardín de la Giudecca.

Frederic Eden (1828-1916) en su jardín de la Giudecca.

La del jardín es una "historia de fracasos" engrandecida por puntuales y felicísimas victorias

La prosa de Eden brilla en los retratos de costumbres, así cuando describe a los frailes mendicantes, los "astutos poceros" o las antiguas aguadoras, llamadas bigolante, pero sus esbozos del natural aparecen con dichosa frecuencia permeados por la ironía. Los peces del estanque se multiplican como los niños del pueblo llano. La leche está -por la presencia de agua o harina- "demasiado cultivada". Los venecianos de las clases populares -especie probablemente extinta en nuestros días- han llevado al máximo refinamiento las enseñanzas de sus mayores en relación con la doctrina del mínimo esfuerzo. A propósito de la vida animal, precisa que "aparte de los jardineros están los teckel". Pero no hay huellas de desdén ni de esnobismo -mal burgués, como se sabe- en su sincera aunque burlona celebración de las "cualidades raciales de la clase trabajadora". Ni resentimiento cuando trata de los pleitos con la municipalidad que intenta sacarle todo el dinero posible a un extranjero acomodado que acepta las exacciones con elegante resignación, llevado del deseo de salvaguardar su obra a cualquier precio. Ahí sigue, aunque desbordada, añorando el esplendor que el hombre de la foto borrosa, "con humildad, pero con amor", supo darle también por medio de la escritura.

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