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La nieve roja | Crítica

"El tiempo vuelto plata"

  • Juan Lamillar recoge sus poemas escritos entre 2008 y 2011 en 'La nieve roja', un volumen lleno de elocuente serenidad y honda emoción

El poeta Juan  Lamillar  (Sevilla, 1957), retratado ante la biblioteca de su casa.

El poeta Juan Lamillar (Sevilla, 1957), retratado ante la biblioteca de su casa. / Juan Carlos Muñoz

Recoge Juan Lamillar sus poemas escritos entre 2008 y 2011 en La nieve roja, un título de evidentes reminiscencias gongorinas en el que el reconocido poeta insiste en su característico estilo reflexivo para dar cuenta de sus preocupaciones vitales que, con el paso de tiempo, van adquiriendo un matiz de elocuente serenidad y honda emoción.

Estructurado en cinco partes bien definidas, La nieve roja se adentra en el camino de la confesión certera para tocar al lector con su verdad. Son estos poemas atravesados por la esencia del tiempo, por un tiempo que a veces se detiene ante la belleza, pero que corre irremisiblemente hacia el común destino de la muerte.

Nos encontramos ante el poeta que habla con conocimiento de causa, que acepta y analiza, que refiere la anécdota capaz de trascender para convertirse en símbolo. Lo vemos, por ejemplo, en la presencia reiterada del espejo, ese azogue que acierta a reflejar el cuerpo amado –"curvas pausadas, ángulos en sombra" (La certeza)–, que devuelve la imagen del hombre maduro que "no ha olvidado el infierno / de los días / y espera un paraíso / en el fluir callado del azogue" (Ante el espejo).

En La mirada, poema que abre el libro, el autor declara su intención de abrir los ojos de nuevo para "recuperar la inocencia manchada de las cosas" y se compromete a estar atento para "que llegue la belleza como un deslumbramiento. / Vencer la oscuridad con las palabras". Así, se concreta un renacer poético que el autor toma como punto de partida para abordar la realidad desde una nueva perspectiva que trasciende deliberadamente la propia experiencia.

En la primera parte del libro, el paso del tiempo gana la partida en poemas como Las edades –"Si ha ocurrido ayer noche / es ya una historia antigua / y se viste de galas medievales / si ocurrió esta mañana"– y las luces y las sombras gobiernan el claroscuro de los recuerdos, como ocurre en Tren de cercanías: "El único viajero / se hace oscuro reflejo en el cristal / y yo me reconozco escribiendo estos versos / que me dictan las luces lejanas de los campos, / la ráfaga de luz de algunas estaciones".

Portada del libro. Portada del libro.

Portada del libro. / D. S.

La poesía amorosa toma el cuerpo central del volumen. En la segunda sección, la experiencia amorosa se descompone en múltiples variantes que recorren el enamoramiento primero, la inquietud del encuentro erótico, la sabia armonía del amor rememorado y, también el dolor de la pérdida amorosa: "Quemó el amor rastrojos / en el nombre escondido de los campos. / Sus pavesas nos hieren, encendidas, / en el olvido oscuro de los patios" (Candelas en la noche).

El amor concreto, gozoso y doliente, toma forma de cancionero clásico en los seis sonetos que conforma la tercera parte del libro. Lamillar hace gala de su técnica poética en estas composiciones con las que rinde homenaje a nuestra tradición literaria sin dejar de lado el tono estrictamente personal: "Más amo ahora tu cuerpo ya maduro, / con el tiempo en la piel y en los sentidos, / y se funden mis besos, tus gemidos, / sobre un territorio ya seguro" (Fulgor del presente).

El poeta incluye en las dos últimas partes del libro poemas en los que se aparta del tono melancólico que caracteriza gran parte de su poesía. En la primera indaga certeramente sobre la realidad a través de un conjunto de poemas que se configuran como estampas finamente trazadas. Destaca el díptico que componen Un dibujo y Taxidermia. En él, el autor contrapone el dibujo de un pájaro –"en el cauto aleteo / no olvidarás el canto"– al pájaro disecado –"Falsa réplica inmóvil / desgastado recuerdo de la vida"–. Lamillar pone frente a frente vida y muerte, literatura verdadera y mero artificio.

Cierra el libro un grupo de poemas en los que el poeta rinde tributo a lo que tanto ama: los libros, la escritura, las palabras que construyen la realidad, que son capaces de hacer comparecer al viejo amigo que nos restituye "el tiempo vuelto plata" (Correspondencia); y también se lamenta de la vacuidad de la cultura sometida a la sociedad de consumo (El aguacero). Como colofón, el hermoso La nieve roja, apasionado homenaje a su admirado Luis de Góngora: "Así nos salva el oro de sus versos".

En La nieve roja, Lamillar permanece fiel a sus principios poéticos y no se aparta de una senda que no por transitada deja de deparar jugosas sorpresas. Nos ofrece una mirada, a veces acendrada, a veces furtiva, sobre los temas cruciales que vertebran su poesía, con el amor y el paso del tiempo a la a cabeza. Desprovisto de inútiles artificios, ocupado únicamente en lo que le preocupa, ajeno a modas, con los oídos sordos a vaivenes estéticos, la poesía del autor sevillano nos sigue conmoviendo.

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