Cultura

El milagro de lo desconocido

  • Entre el diario, el aforismo y la poesía, José Mateos publica un hermoso libro sobre el tiempo y la muerte, sobre la naturaleza y la maravilla de lo cotidiano.

UN AÑO EN LA OTRA VIDA. José Mateos. Pre-Textos. Valencia, 2015. 132 páginas. 18 euros.

Hay escritores que escriben para contar historias y hay otros que lo hacen para contarse a sí mismos, para establecer un diálogo permanente con lo que son y con lo que está más fuera de ellos; que escriben para hablar sobre esa otra realidad que se escapa a la mirada furtiva del que siempre lleva prisa, que necesitan de la contemplación ensimismada del mundo. José Mateos pertenece al segundo grupo. Desde hace más de 20 años, este poeta, escritor y editor escribe exquisitos libros misceláneos que son difíciles de encajar en un género concreto, que son espacios de reflexión, de poesía, de conversación trascendente. El primero fue Soliloquios y divinanzas (Pre-Textos, 1998). Un año en la otra vida es su última entrega, un volumen en el que conviven las anotaciones diarísticas, los aforismos y la poesía, aunque, en esta ocasión, aparezca vestida de prosa, una prosa deslumbrante de pura sencillez, acertada y certera. Es éste un libro que sorprende por su lucidez, la lucidez del que busca destellos de luz en la oscuridad, y por su valentía: la de reconocer y compartir con el lector los hilos invisibles que nos unen a la naturaleza, de la que somos parte, y a los otros, a los que están y a los que ya nos dejaron.

Para José Mateos esa otra realidad es sencillamente parte de esta realidad, una parte muy importante, un ámbito que él traspasa a través de los sueños o en pleno duermevela, un espacio que le permite volver a encontrase con los seres con los que una vez compartió emociones y experiencias en este mundo. La música, las fotografías, el canto de un pájaro o los ruidos de la casa son las llaves que permiten el reencuentro, pero son también el centro de la experiencia cotidiana, los pequeños sucesos que le dan sentido porque "nacemos con la sed dentro, una sed insaciable. ¿Y no es una maravilla que fuera todo esté rebosante de agua?".

Hay un personaje central en este proceso en el que "la muerte es sólo la antecámara de lo desconocido": Luisa, una mujer que ha perdido la vida en un pasado reciente, un viejo amor de entrañable recuerdo que lo guía entre la bruma, que lo ayuda a comprender los secretos de lo invisible que se hace visible en un instante fugaz y decisivo, que lo reconcilia con la vida: "Al poco de morir, ya estabas creciendo, Luisa. Ocupaste primero los cuartos más oscuros, los viejos armarios con espejos enterizos, todas las sombras que se ocultan debajo de las camas".

Ella es uno de los dos ejes vertebradores del libro. El otro es el tiempo o, mejor dicho, el paso inevitable del tiempo que se concreta en los membrillos que envejecen en la cocina y "miran" al autor "desde una esquina de la mesa, como tres amigos inseparables". La aparición intermitente de los olorosos frutos a lo largo del libro marca el paso de los días, pero también el paso de ese tiempo que transcurre dentro de uno mismo a otro ritmo distinto que el marcado por el despótico calendario.

Un año en la otra vida tiene también algo de experimento personal del autor que, durante unos meses, utilizó Facebook para mostrar lo que iba escribiendo, aunque se cansó pronto de un medio poco propicio para el disfrute cadencioso y la reflexión pausada que necesitan sus escritos. En el territorio deshumanizado de las redes sociales el autor no encontró "el misterio que nos rodea y que somos" porque ese misterio "sólo nos encuentra disponibles en muy raros momentos".

En este libro se impone el amor por lo cotidiano, por la sorpresa ante lo aparentemente intrascendente: la fragilidad, la incertidumbre, el desamparo, y, a la vez, la capacidad de disfrutar de esa fragilidad y de esa sorpresa desde la aceptación y la renuncia, desde "la pura conciencia de estar vivo, de sentirse vivir y de saberlo..." porque "en comparación con esto, las infinitas estrellas en el espacio infinito o la aparición de sirenas, tritones y nereidas en alguna playa del mundo son poca cosa".

Pero José Mateos no vive de espaldas a la actualidad. En este libro hay también alusiones al mundo social y político como algo enfrentado a la vida real, a lo que de verdad importa, a esa verdad "que no puede ser una idea, ni una afirmación, ni una teoría cualquiera, sino una relación, una presencia que vincula".

El autor desconfía de la sociedad y sus procesos, aunque no del hombre y su capacidad de crear belleza, una belleza redentora y conciliadora con lo que somos y con lo que nos rodea. Y lo que nos rodea es también el sinsentido, el horror del hombre contra el hombre. Frente a esto, los gestos sencillos, la entrega sin publicidad, esa "bondad sin motivo que se pasea por los hospitales, por las cárceles, bajo el estruendo de la guerra".

Dice José Mateos que para leer y gustar de la poesía hay que haberla recibido antes. Por eso, para disfrutar de Un año en la otra vida hay que ser capaz de reconocer esos pequeños milagros que sólo ocurren, para quien sabe verlos, ante la contemplación de la naturaleza, en la mirada pura de los inocentes, o entre las páginas de libros como éste.

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