A tiempo | Crítica

De moralistas, plutócratas y relojeros

  • El historiador de la tecnología David Rooney publica 'A tiempo' un ensayo sobre el tiempo y su medida, sobre los relojes y el modo, directo e indirecto, en que afectan a las sociedades desde la más temprana Antigüedad

Imagen del historiador británico de la tecnología David Rooney

Imagen del historiador británico de la tecnología David Rooney

Es el propio autor quien nos advierte contra la posible solemnidad del subtítulo; más que una historia de la civilización, A tiempo (About Time, en el original), “es un relato personal, idiosincrático y sobre todo parcial” de los relojes y su vinculación con la historia. Una vinculación que Rooney centra en el ejercicio del poder. Y dentro de ese poder, en la forma en que el capitalismo y el imperio británico lo ejercieron, de modo cronométrico, mediante el uso de la relojería de precisión y las convenciones horarias, hoy comunes a todo el planeta. En este sentido, podríamos decir que A tiempo es una breve historia de la unificación temporal, pero de carácter foucaltiano. Esto es, considerada, mayormente, en sus aspectos coercitivos y adversos. Sin embargo, A tiempo es también un recorrido por cierta perplejidad, tan antigua como el hombre, y que San Agustín formuló con sencilla honestidad: “¿Qué es el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicarlo, ya no lo sé”.

Según Rooney, los relojes han configurado el mundo mismo, simplificándolo en numerosos aspectos

Este libro comienza, pues, con el reloj de sol que Manio Valerio Máximo mandó colocar en el foro romano en el año 263 a. C. al volver victorioso de Sicilia. Con ese gesto, según Rooney, se iba a extender un orden, una prefiguración simbólica del poder, que alcanza a los relojes atómicos que hoy gobiernan las transacciones comerciales de todo el mundo, pero que antes han configurado el mundo mismo, simplificándolo en numerosos aspectos, en los que el libro se divide: la industria, el conocimiento, los mercados, la virtud, la guerra, la paz, la propia fe o la identidad misma de lo humano. Como ya se ha dicho, en tanto que historiador de la tecnología y conservador del Museo de Ciencias de Londres, Rooney centra su investigación en el carácter coercitivo de los usos horarios. Y en particular, en el modelo capitalista del XVII (el reloj de la bolsa de Ámsterdam de 1611), así como en el imperio británico del XVIII-XX, cuyo ámbito de dominio va en paralelo a la navegación; esto es, al uso de cronómetros y al avance del saber astronómico. Esta visión, sin embargo, acaso penda en exceso de la primera revolución industrial del XVII, y en consecuencia, de aquello que Hazard llamaría la “crisis de la conciencia europea”, asociada al éxito comercial de los países protestantes.

No debemos olvidar, en todo caso, que la atención al tiempo y su medida fue una de las características más destacadas del Renacimiento, para lo cual nos bastará señalar dos hechos vinculados con los relojes. Uno primero es aquel que refiere Fromm, citando a Lamprecht, cuando recuerda que fue en Nuremberg, durante el XVI, donde las campanas empezaron a tocar los cuartos de hora. Otro segundo, vinculado a esta atención vertiginosa al tiempo y su transcurso, es la colección de relojes que alcanzó a reunir Carlos V, cuyo consejero, fray Antonio de Guevara, había escrito un Relox de Príncipes para mejor orientar y asenderear a la joven cabeza del imperio Habsburgo. No dejará de señalar, en todo caso, Rooney, los relojes que, desde la Antigüedad, en cualquiera de las grandes culturas y religiones de la historia, han representado un orden del mundo, una idea de Dios y un predecible ritmo de la vida, para lo cual se cita, por ejemplo, el gran reloj de la Meca y los relojes de arena pintados por Lorenzetti y Brueghel. A lo que el lector contemporáneo quizá quiera añadir, entre otros muchas representaciones, El Ángelus de Millet, tan admirado por Dalí, donde lo que se figuraba, de modo indirecto, era el cruce del tiempo humano del laboreo y el tiempo circular de lo sagrado, cuyas ondas todavía sentimos afluir de un campanario lejano.

Este viejo misterio del tiempo y su control, del tiempo y su medición, del tiempo y su imposible conjuro, es lo que aborda, con notable erudición y un sostenido discurso contra el uso espurio de la ciencia, este A tiempo de David Rooney. Acaso lo que yace al fondo de estas páginas, “personales, idiosincráticas y parciales”, según las catalogaba su propio autor, sea el afán de advertirnos de un futuro aciago, fruto del uso mercantil, en exceso temporal, del tiempo y su medida. No otro es el sentido elemental del Reloj del Apocalipsis, el célebre reloj del fin del mundo, que aguarda en Chicago, desde el año 47, para dar la hora última de la humanidad.

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