De libros

La mordedura humana

  • 'El paseante de cadáveres'. Liao Yiwu. Trad. Leonor Sola Comino. Sexto Piso. Madrid, 2013. 368 páginas. 24 euros.

Los retratos aquí recogidos por Liao Yiwu (Retratos de la China profunda, reza el subtítulo), se corresponden, sumariamente, con el periodo que va de la guerra chino-japonesa de 1937-1945 a la China posterior a los sucesos de Tiananmen, ocurridos en junio de 1989. Quiere esto decir que las entrevistas reunidas en el presente volumen son también el relato de una dilatada penuria: aquélla que abarca las décadas del nacionalismo de Chiang Kai-Shek, la Revolución comunista de Mao Tse-Tung y la posterior dictadura, aún hoy vigente. En El abad, un viejo monje budista le responde a Yiwu, después de largos años de infortunio: "La mordedura de serpiente tiene antídoto, la mordedura de un hombre no". De la ferocidad humana, así como de la supervivencia más descarnada, parece tratar esta treintena de estampas orientales. También de la continuidad de antiguas costumbres y modestos ritos, donde el hombre aún sueña encontrar un lugar junto a los suyos.

La Revolución francesa, o la revolución rusa, mucho mejor estudiadas en Occidente, nos ha permitido conocer de antemano este proceso. La prohibición de las tradiciones, consideradas como supersticiosas, no ha sabido extinguir un imaginario secular, presente desde antiguo en aquellas sociedades. El éxito de la Iglesia ortodoxa rusa, el catolicismo polaco o el numeroso catolicismo francés son prueba suficiente de ello. En algunos de los retratos de El paseante de cadáveres, sus protagonistas arriesgan la vida para cumplir con fatigosos ritos funerarios, extraños a la imaginación occidental. De igual modo, los monjes, los adivinos, los espiritistas, los dolientes, personajes propios de Lafcadio Hearn, conviven con naturalidad con el más severo materialismo. Ese mismo materialismo, extremado por el desafuero capitalista de las últimas décadas, es el que parece lastrar a las generaciones más jóvenes. En La dama de compañía moderna, una rabiza adolescente acompaña su soledad, sus largas horas de tedio, con una avaricia infantil y una atolondrada ignorancia.

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