Muros de Troya, playas de Ítaca | Crítica

Por qué Homero

  • Siruela da a conocer la clara e instructiva monografía que la gran helenista francesa Jacqueline de Romilly dedicó a los dos poemas fundacionales de las literaturas de Occidente

Jacqueline de Romilly (Chartres, 1913-Boulogne-Billancour, 2010).

Jacqueline de Romilly (Chartres, 1913-Boulogne-Billancour, 2010).

Fallecida hace ahora una docena de años, Jacqueline de Romilly encarnó el modelo humanista en su más alta expresión, representada por los estudiosos de la Antigüedad que brillan como docentes, investigadores y eruditos y son además capaces, tarea no sencilla y cada vez más necesaria, de transmitir los valores de un legado milenario que en nuestro tiempo corre el peligro de ser definitivamente arrumbado. Hija de un profesor de filosofía de origen judío, Max David, que murió en los inicios de la Gran Guerra cuando ella tenía sólo un año, y de una novelista, Jeanne Malvoisin, a la que dedicó mucho tiempo después una conmovedora semblanza póstuma, Romilly fue condecorada por las más altas instancias académicas, pero antes de merecer todos los honores tuvo que sobrevivir escondida durante la Ocupación junto a su marido, el editor Michel Worms de Romilly, que era también medio judío. Profesora de griego clásico en las universidades de Lille y La Sorbona, fue la primera mujer en formar parte de instituciones tan prestigiosas como el Collège de France o la Académie des Inscriptions et Belles-Lettres, y la segunda, después de Marguerite Yourcenar, en ingresar en la Académie por excelencia. Un solo libro, entre sus numerosas aproximaciones a autores y temas específicos, puede resumir el sentido de su dedicación y la pasión de su vida, ¿Por qué Grecia?, donde Romilly explicó con su acostumbrada claridad las razones por las que nos interesa y concierne aquella remota civilización cuyo aire, decía muy expresivamente, seguimos respirando.

El recuento de Romilly une el rigor, la capacidad de síntesis y la sensibilidad literaria

Hablamos de una herencia que no se limita a la literatura, por supuesto, pero es la palabra, el logos que no hemos dejado de nombrar con el mismo término fundante que aprendimos de ellos, lo que con más fidelidad ha conservado el espíritu de los griegos. Y su itinerario tiene un comienzo muy definido: los dos grandes poemas que inauguran la tradición literaria de Occidente. Publicado originalmente en 1985, por la veterana colección Que sais-je?, referente internacional de la alta divulgación, el Homère de Romilly se presenta en la versión española, traducida por Susana Prieto Mori para Siruela, con un evocador título –Muros de Troya, playas de Ítaca– que remite de forma inequívoca a la materia de los poemas homéricos. Es un inicio, como bien dice la autora, que tiene mucho de culminación, pues aunque parezcan surgir de la nada tanto la Ilíada como la Odisea documentan el final de un largo proceso de composición oral que se remonta siglos atrás en el tiempo, entre la fecha mítica de la caída de Ilión, hacia el XII antes de la Era, y la configuración definitiva de los textos en el VI. La bibliografía sobre ambos es literalmente inabarcable, incluso ciñéndola a las referencias generales, y no ha dejado de actualizarse en las últimas décadas. Lo que convierte el recuento de Romilly en un libro valioso es su combinación de rigor y capacidad de síntesis, que sumados a su sensibilidad literaria hacen de estas páginas una excelente introducción, accesible a cualquier lector que se pregunte, como en el título antecitado, por qué debemos continuar leyendo a Homero.

Es la dimensión humana lo que les da a los poemas su encanto intemporal

Como anuncia en el preámbulo, la ensayista empieza por abordar el problema de la génesis, es decir la llamada "cuestión homérica", referida a la discutida autoría, personal o colectiva, de dos obras que por otra parte presentan muchas diferencias significativas, y a continuación el mundo épico en relación con la historia, de la que sin duda parte el primero aunque los poemas –que usan de una lengua específica, con el tiempo codificada– recreen una realidad híbrida, conformada por elementos de distintas épocas. También trata de la estructura y de los procedimientos, sencillos y flexibles, de las cláusulas métricas y de deslumbrantes hallazgos como el famoso "con lágrimas riendo" de Andrómaca cuando despide a Héctor en la Ilíada. Pero quizá sean los capítulos finales, dedicados a los dioses y los héroes, que en Homero –al contrario que en otras epopeyas– son profundamente humanos, los más sugerentes y los que mejor explican la perdurable fascinación que han ejercido hasta hoy mismo. Al margen de los episodios sobrenaturales, en la crudeza de la guerra como en las penalidades del exilio, es esta dimensión humana lo que les da a los poemas su encanto intemporal. Y lo que en definitiva hace de Homero no sólo el padre y maestro mágico, sino un eterno contemporáneo.

Litografía del barco de Ulises (1929), obra de N.C. Wyeth que ilustra la cubierta. Litografía del barco de Ulises (1929), obra de N.C. Wyeth que ilustra la cubierta.

Litografía del barco de Ulises (1929), obra de N.C. Wyeth que ilustra la cubierta.

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