Literatura

Un hombre íntegro frente a la sinrazón

  • Paloma Sánchez-Garnica regresa con 'Últimos días en Berlín', la novela con la que quedó finalista del Planeta y el relato de una víctima de la Revolución Rusa que se enfrenta al nazismo

La escritora Paloma Sánchez-Garnica, fotografiada hace unas semanas en una visita a Sevilla.

La escritora Paloma Sánchez-Garnica, fotografiada hace unas semanas en una visita a Sevilla. / José Ángel García

Yuri Santacruz, el protagonista de Últimos días en Berlín, la novela con la que Paloma Sánchez-Garnica ha quedado finalista del Premio Planeta, pertenece a la dolorosa estirpe de los hombres que pierden su patria. A este ruso hijo de un español al que la Revolución bolchevique convirtió en un paria le pesa que la ciudad en la que nació, San Petersburgo, ya ni siquiera tenga el mismo nombre y ahora se llame Leningrado. Cuando se instala en la capital alemana, entiende que allí también le espera el desarraigo: la noche en que un desfile de antorchas celebra que Hitler es el nuevo canciller, Yuri se topa con –y frena– la despiadada paliza que las tropas de asalto le propinan a un joven. El hombre contemplará perplejo cómo el desprecio al diferente, el señalamiento a quien no se someta a las consignas del nazismo, empieza a propagarse por la ciudad. Primero serán los amables y honrados propietarios de una farmacia, después los de una pastelería, y mientras esa red de acusaciones infundadas se despliega, mientras la sinrazón se apodera de unos y de otros, Yuri tendrá que mantenerse en el lado correcto.

"El lector", explicaba hace unas semanas Sánchez-Garnica (Madrid, 1962) en una visita a Andalucía, "va a ser testigo en este libro de cómo personas corrientes, a pie de calle, comienzan a asimilar ese odio, cómo el fanatismo se extiende en una sociedad que no era especialmente fanática, y que desde un momento concreto permite y jalea la violencia", dice sobre una novela en la que refleja "la asfixia de la falta de libertad" que vivieron los ciudadanos que no simpatizaban con Hitler, "ese miedo que se va instalando poco a poco, el temor a quedar excluido del grupo, de la masa, cuando esa exclusión tenía además unas consecuencias durísimas: te podía suponer la detención o acarrear problemas en el trabajo, y que no sólo te complicasen la vida a ti, también a los seres más queridos".

Sánchez-Garnica asume que los años enrarecidos del ascenso de Hitler podrían servir de espejo, o de advertencia, para el presente y una Europa "llena de extremismos, de nacionalismos, de individualismos. Pero yo escribo para aprender, e hice esta novela por pura curiosidad, por saber qué es lo que falló. No me interesaba tanto meterme en las consecuencias de aquello, en la II Guerra Mundial y el Holocausto, sino preguntarme cómo se llegó a eso. Qué ocurrió entre los alemanes para que consintieran y apoyaran de forma entusiasta aquellas atrocidades. Leyendo muchísimo vi que historias así se dan en sociedades vulnerables, y la Alemania de aquel tiempo lo era, tenía un paro altísimo, cuando se reponía de la I Guerra Mundial llegó la crisis que trajo el 29... Y el nazismo atemorizó a los ciudadanos con la idea de que los bolcheviques les iban a quitar las casas, y eso contribuyó al resurgir de la idea de patria".

"Sentía curiosidad por saber qué pasó, cómo una sociedad que no era fanática acaba jaleando la violencia"

"Y quería –prosigue Sánchez-Garnica– acercarme igualmente a esa sociedad opaca del estalinismo, donde había una vigilancia que ensalzaba la delación, que fomentaba que un hijo denunciara al padre y dijera que era un contrarrevolucionario", señala la autora de éxitos como La sonata del silencio o Mi recuerdo es más fuerte que tu olvido, con la que obtuvo el Premio Fernando Lara.

En su ficción, la narradora intercala fragmentos de los Principios de propaganda de Goebbels. "Cuánto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada, y su comprensión, escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar", apuntaba el ideólogo del régimen nazi. "Los alemanes fueron maestros en la difusión de la propaganda", considera Sánchez-Garnica. "Fabricaron radios baratas para que cada hogar tuviera una, y ése fue el canal por el que se divulgaron esos mensajes muy básicos pero muy efectivos, que hablaban de un enemigo único y que supieron ganarse a los alemanes, que preferían orden y ley antes que justicia".

Portada del libro. Portada del libro.

Portada del libro.

Por Últimos días en Berlín también asoma la fuerza con la que caló el mensaje estalinista y Rusia era, a ojos de algunos idealistas que no habían pisado Moscú, como Axel, uno de los personajes de la novela, el edén "del obrero, del trabajador, de la igualdad". Pero la realidad, resalta Sánchez-Garnica, es que "la dictadura del proletariado le decía a la gente que tenía que aguantar mil sacrificios, que la recompensa y el paraíso comunista vendrían después. Y ese paraíso nunca llegaría salvo a los privilegiados", defiende la novelista.

Para contar los estragos del nazismo y la integridad moral de quienes se opusieron a él, Sánchez-Garnica se apoyó en Stefan Zweig, al que cita en numerosas ocasiones. "Cualquiera que quiera entender cómo llegó Europa a la I Guerra Mundial y cómo se precipitó a la Segunda, tiene que leerlo. Es un escritor de una inteligencia y una sensibilidad extraordinarias, y duele pensar en cómo acabó", afirma sobre el autor de El mundo de ayer, que se suicidó en Brasil junto a su esposa en 1942, desesperanzado con la propagación de la barbarie nazi.

Para Últimos días en Berlín, Sánchez-Garnica no leyó "sólo biografías y ensayos, también ficciones, porque mis obras son historias de sentimientos y me interesan los detalles de la vida cotidiana. Hay mucha documentación de Alemania en esos años, diarios de gente anónima, novelas...", enumera. Para comprender "los complicados entresijos del mundo y la mentalidad rusos", se apoyó en títulos como Archipiélago Gulag de Aleksandr Solzhenitsyn, Vida y destino de Vasili Grossman o la obra de Svetlana Alexiévich, "y tengo además una prima que vive allí y que me fue muy valiosa para algunos detalles".

"La amistad y el amor son más fuertes que el horror. Muchos hombres sobrevivían por tener esperanza"

En Últimos días en Berlín, uno de los personajes opina que "el amor y la esperanza son infinitamente más poderosos que el odio y la furia". ¿Lo suscribe Sánchez-Garnica? "Sí", responde sin vacilar. "Pienso que tienen más fuerza que la desesperación. El ser humano saca pecho en la adversidad: se enamora, hace amigos en las condiciones más extremas. En El hombre en busca de sentido, Viktor Frankl contaba que en los campos de concentración no sobrevivían los más fuertes físicamente hablando, sino los que aun siendo un saco de huesos y sufriendo todo tipo de humillaciones sabían que alguien les esperaba fuera, que tenían un proyecto de vida. En el momento en el que sabían que la pareja había muerto, ellos morían también en unas horas, si veían que sus vidas habían perdido el sentido se abandonaban. Por eso creo que el amor entendido en su concepto más amplio, no sólo a la pareja sino también a la familia y a los amigos, es una energía incontestable".

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