Arturo Pérez-Reverte | Escritor

"La Historia no hay que revisarla sino entenderla, con eso bastaría"

  • El autor aborda en 'El italiano' una historia de amor y guerra ambientada en Gibraltar y la bahía de Algeciras a comienzos de los años 40, un tiempo de "héroes y villanos bajo cualquier bandera"

Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951), ante la bahía de Algeciras.

Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951), ante la bahía de Algeciras. / Jeosm (Alfaguara)

Él era un niño y su padre, a la salida del cine donde habían visto una película de guerra, le contó una historia alucinante sobre unos hombres de arrojo prácticamente suicida. La historia de los maiale, como los llamaban en Italia: una unidad semisecreta de buzos de combate al servicio del Gobierno de Mussolini que de 1942 a 1943 se dedicaron, envueltos en trajes de caucho negro, literalmente convertidos en torpedos humanos y con no muchas opciones de salir vivos del lance, a hundir o al menos dañar los buques de los ejércitos aliados que durante la Segunda Guerra Mundial fondeaban en las aguas de Gibraltar y la bahía de Algeciras.

"Y un día, de pronto, releyendo La Odisea, en un pasaje en el que Ulises sale del mar, de pronto vi esta historia. Ese fue el chispazo", cuenta Arturo Pérez-Reverte, que en El italiano (Alfaguara), la novela que acaba de publicar, recrea aquellos hechos reales. "Tras cada misión, los hombres que sobrevivían hacían un informe para que sus compañeros aprendieran de su experiencia. He tenido la fortuna de acceder a esos documentos, de modo que, aunque lo que yo hago es literatura, es decir, mezclarlos con personajes y situaciones ficticias, el material base es rigurosamente histórico", cuenta el escritor, de visita en Sevilla.

Ambientado históricamente en plena contienda mundial, un tiempo de "héroes y villanos bajo cualquier bandera", el libro, dice Pérez-Reverte, es "un homenaje al héroe clásico" que a él le gustaría que se leyera "como en blanco y negro, con el aroma y el encanto de las películas del cine clásico". Por ello tampoco falta un intenso romance, "tal vez la historia de amor más redonda" que ha escrito hasta la fecha: la que surge cuando Elena Arbués, una joven librera de La Línea de la Concepción, encuentra una madrugada, mientras pasea por la playa, a uno de esos buzos, Teseo Lombardo, desvanecido entre la arena y el agua. Al socorrerlo, la joven ignora que "esa determinación cambiará su vida y que el amor será sólo parte de una peligrosa aventura".

El italiano supone una nueva incursión en un tema recurrente en la obra del autor, el heroísmo o, quizás mejor, lo que para él es la intrínseca ambigüedad del héroe. "Lombardo ni siquiera es consciente de serlo. La Historia nos ha vendido una noción de héroe que no es real. El héroe puede serlo tan sólo cinco segundos, o cinco años; una rata miserable puede serlo durante cinco minutos, puede reaccionar de un modo que lo eleve, y después seguir siendo igual de miserable. Por eso mis héroes son siempre ambiguos. A mí el heroísmo de batalla, monumento, bandera y canto patriótico siempre me parece sospechoso; no por quien lo hace sino por quien lo utiliza. Si veo una estatua, respeto a la figura que está en el bronce, pero sospecho de quien la ha mandado instalar, de lo que pretendía el industrial, el político, el golfo de turno que se envuelve en banderas", dice.

Este nuevo héroe turbio revertiano, además, trabaja para un gobierno fascista. Fascista de verdad, o sea, no el manoseado fascista comodín de estos tiempos en los que muchos se acercan a las ficciones esperando encontrar una confortable confirmación de todo cuanto ya piensa. "Lombardo es de los malos, sí", sonríe el escritor. "Y es deliberado. Sabía que sería malinterpretado por muchos, pero eso me importa un rábano. Yo con esto quería demostrar que el héroe puede estar en cualquier lado, porque el heroísmo tiene que ver con las actitudes del ser humano ante los hechos, no con las ideologías. La gente divide el mundo en blanco y negro, en rojo o azul, asume una visión maniquea de la vida según la cual el amigo tiene todas las virtudes y ningún defecto, y el enemigo todos los defectos y ninguna virtud. Es una cosa muy española y muy peligrosa y no creo que eso vaya a solucionarse, el mundo no tiene pinta de ir mejorando".

Con todo, recalca Pérez-Reverte que, al escoger a un soldado fascista como protagonista de su novela, no pretende bajo ningún concepto revisar nada. "No se trata tanto de revisar la Historia sino de entenderla, con eso bastaría y a todos nos iría mucho mejor. Un lector educado, culto en el sentido noble y no pedante, es capaz de distinguir, lea lo que lea, y sabe que hasta en lo que parece basura puede haber pepitas de oro. Así es la experiencia humana. Cuando tú ves de lejos la Segunda Guerra Mundial o la Guerra Civil, está todo muy claro, sabes dónde está el bien y dónde está el mal. Pero cuando te acercas al ser humano la cosa cambia, se difumina el foco, y yo he estado en 18 guerras como reportero, muchas de ellos con los distintos bandos, y he conocido a héroes de verdad, en lo bueno y en lo malo. Un crío de 18 años, croata, serbio, israelí, palestino, comunista, falangista, chileno, argentino, iraquí, americano..., es lo mismo en todas partes, siempre: un ser humano. Lo que yo intento es ver al ser humano, no las ideas... que están ahí e importan, claro, pero lo que a mí me interesa es contar la peripecia del ser humano llevado a situaciones extremas. No tengo ninguna misión apostólica, yo cuento historias que la gente lee, aquí y en Taiwán, y procuro hacerlo de manera sencilla y eficaz. Me gustaría que el mundo fuera un lugar mejor, pero no creo que mi trabajo pueda lograr eso, ni lo pretendo", afirma.

El encuentro termina y no hay más preguntas para el autor, que parece hoy especialmente interesado en cumplir escrupulosamente con su tarea promocional sin pillarse los dedos con ningún tema ni alentar una más de esas hogueras fulminantes que sus opiniones suscitan periódicamente en las redes sociales. "Me callo, claro que me callo, muchísimas cosas", reconoce Pérez-Reverte, al que preguntamos por su fama de indoblegable cantor de las verdades del barquero. "Procuro, eso sí, callarme lo menos posible... Pero tengo ya 70 años y el mundo ha cambiado. Y hay muchas cosas con las que yo he crecido, que están en mi imaginario, pero que el mundo actual no acepta, y yo eso lo comprendo. A veces busco deliberadamente alguna reacción, pero provocar por provocar... bah, no merece la pena. No es que me dé miedo lo que diga nadie en Twitter, pero estoy ya mayor y cansa tener que andar así", dice el escritor, que ensaya una sonrisa estoica y, dando por concluido la charla, mira el horizonte sevillano desde la espectacular azotea de su hotel favorito en la ciudad.

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