Manuel Rivas. Escritor

"El primer derecho de los seres humanos debería ser el de soñar"

  • El autor cuenta en 'El último día de Terranova' la historia de una librería amenazada con el cierre y de los personajes que la habitaron.

Compara Manuel Rivas (La Coruña, 1957) su proceso creativo con "el andar de un vagabundo". Un día que paseaba se encontró con la incómoda realidad de varios comercios cuyo cierre era inminente, y ese hecho inspiró El último día de Terranova (Alfaguara), la historia de una librería condenada a desaparecer y de los personajes que la habitaron, hombres y mujeres que defendieron la cultura en tiempos difíciles, no sólo frente a la dictadura sino también, más tarde, en un presente en el que las humanidades han sido relegadas a los márgenes y la especulación inmobiliaria parece haber ganado la batalla. Rivas presentó esta semana su obra de la mano del Centro Andaluz de las Letras.

-La novela se puede entender, en cierto modo, como una prolongación de otra obra suya, Los libros arden mal.

-Sí, quizás porque mis novelas no son como parcelas separadas. No son un cultivo en el que dejas el arroz y te pasas al trigo [ríe]. En ellas hay una relación, son como círculos concéntricos; creo que se pueden ver en ellas unos pasadizos, unas conexiones. Las novelas no se construyen desde la nada. Virginia Woolf tenía una imagen muy acertada en que las comparaba con una tela de araña, decía que eran una imaginación de la naturaleza, pero sujetas en todos sus extremos a la realidad. Efectivamente, creo que Los libros arden mal quedó ahí y ha seguido ahora de algún modo. Esa novela estaba centrada en las bibliotecas populares, en la quema de libros, en la gente que los quemó y la que los quiso salvar, y esta obra habla de una librería. En un momento en el que tenemos la impresión de que se achica el espacio humano, las librerías mantienen vivo ese espíritu que tenían aquellas bibliotecas.

-El propietario del inmueble de la librería le dice al protagonista: "Ya ha perdido el tren. Estamos en otro tiempo". No es sólo la situación económica la que cierra librerías, también hay una crisis, digamos, de valores, un desinterés por las humanidades.

-Sí, el cierre de las librerías no es sólo consecuencia de la crisis económica, también un símbolo del tipo de sociedad que estamos construyendo. Hoy ocurre eso que denunciaba Machado a través de Juan de Mairena, que todo necio confunde valor y precio. El itinerario escolar ha ido reduciendo el espacio de las humanidades. Un estudiante puede terminar el bachillerato sin apenas haberse rozado con la literatura, ni con la filosofía, ya no hablemos de lenguas clásicas. Y es triste, porque lo importante de la enseñanza es enseñar a pensar, a sentir, a ver. Todo eso se está hurtando. A mí la literatura me ayuda más a interpretar la realidad que muchos volúmenes de ensayos. Este presente lo entendemos mejor si leemos Tiempos difíciles de Dickens o vemos Tiempos modernos de Chaplin.

-El libro está cargado de referencias de ese tipo, que ayudan a los personajes en su vida.

-Los títulos que cito en El último día de Terranova no salen por erudición, los libros que aparecen son también personajes, son seres vivos. Algo que hace imprescindible, necesaria, la literatura es que nos cuenta la historia íntima de la humanidad, y al mismo tiempo nos puede sacudir la conciencia.

-La novela habla, a través de la peripecia del protagonista, de cómo todos somos descendientes de algo. Aunque queramos escapar, a menudo nuestro destino espera en los orígenes.

-Vicenzo es el último miembro de la estirpe de Terranova, pero de joven no quería saber nada de los libros y quería volar a su manera, ser músico de rock. Garúa, esa chica argentina que conoce y que será fundamental en su vida, lo reconcilia con sus orígenes, propicia que se enamore del lugar. Yo no asocio la memoria sólo con el pasado, la entiendo como un proceso activo, como una búsqueda. Sin ella avanzaríamos hacia el vacío, es una malla poética que nos sostiene, que evita que caigamos en el abismo. Nos ayuda a levantarnos otra vez.

-En el recorrido que hace entre pasado y presente, reivindica instituciones culturales como Ruedo Ibérico, pero también el Seminario de Estudios Galegos, menos conocido para el lector.

-Era el equivalente en la región de la Institución Libre de Enseñanza. Cuando acaba la guerra, Franco da un discurso en el que se esperaba un mensaje llamando a la concordia pero lo que dice a sus generales es que no hay que parar hasta arrancar la última hierba de la Institución Libre de Enseñanza, que para él era el demonio. Y el Seminario de Estudios también pagó un precio: fue expoliado, una parte significativa de sus miembros fueron asesinados, otros integrantes fueron depurados, otros se enfrentaron al exilio... Lo más triste es que se trataba de una juventud de estrellas: eran los más cualificados en cada campo, gente que se dedicaba a investigar, a recoger toda la cultura popular... Ese episodio concreto se cuenta en el libro, pero en cada lugar de España pasó algo similar.

-Eliseo, uno de los personajes más emocionantes del libro, un hombre que vendía como estancias en el extranjero sus reclusiones como castigo a su homosexualidad, reivindica que no hace falta desplazarse para viajar: que la imaginación, la literatura, también transportan a otros mundos.

-Es que Eliseo... [se detiene, casi conmovido, como embargado por el cariño hacia el personaje]. Yo sigo metido aún en Terranova. Eliseo representa la imaginación que no se deja enjaular. Creo que en los personajes más fascinantes se mezclan lo frágil, la vulnerabilidad, con una asombrosa capacidad de resistencia. Para mí es la fuerza que genera el deseo. El primer derecho de la humanidad debería ser el derecho a soñar. Y él lo ejerce. Pueden encerrarte, pero puedes no sucumbir a través de la imaginación, que es otra forma de activismo.

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