Regreso a Birkenau | Crítica

Un problema radical

  • Escrito en colaboración con Marion Ruggieri, 'Regreso a Birkenau' es un sencillo testimonio de la estancia en un campo de exterminio de la joven francesa Ginette Kolinka, deportada junto a parte de su familia en 1944

Imagen de la antigua deportada en Birkenau, Ginette Kolinka

Imagen de la antigua deportada en Birkenau, Ginette Kolinka

En el primer párrafo de estos recuerdos (recuerdos algo deslavazados, de temblorosa ingenuidad), se plantea la misma cuestión que Resnais había expuesto en Noche y Niebla (1956), al filmar los campos de exterminio tras la guerra. Cómo era posible reconocer el oprobio en aquellos lugares, ahora hermoseados por la primavera. Esta distancia venía subrayada porque Resnais filma los campos en color, años después de su terrible uso, mientras que la memoria gráfica de aquellos hechos pertenece al blanco y negro. Lo cual plantea una cuestión, no menor, sobre la naturaleza y la vigencia de unos sucesos, que parecen alejarse en el tiempo debido a una distinta coloración de la película.

La propia Ginette Kolinka es consciente de la indecibilidad del crimen

Un problema de similar naturaleza (formal), nos encontramos en este breve opúsculo de Ginette Kolinka, ciudadana francesa deportada junto a su padre, su hermano y su sobrino al campo de Auschwitz-Birkenau. Y digo un problema formal porque Regreso a Birkenau está escrito en colaboración con una periodista, la cual habrá dado una mayor consistencia literaria a los recuerdos de esta mujer, entonces niña de diecinueve años, y de una modesta formación académica. ¿Supone esta colaboración periodística una deformación -bienintencionada, inevitable- de cuanto recordaba la señora Kolinka? ¿Es esta mediación del idioma un obstáculo más que nos separa, como el blanco y negro, de aquella realidad ominosa y, en gran medida, indescriptible? La propia Ginette Kolinka es consciente de esta indecibilidad del crimen. Y expresa su estupor y su espanto de una manera tan sencilla como honesta. Aun así, destaca, en primer término, la irrealidad de lo vivido, hoy sepultada por la pulcra limpieza con que se conservan los campos, y la hermosura misma de la naturaleza que los circunda. Sobre ese “lugar de la memoria”, Kolinka insiste en la dificultad suprema de transmitir un microcosmo, sin los olores, adversidades y vilezas que lo constituyeron.

Ese es el problema radical que expresa con sencillez Kolinka: cómo aprehender el ayer y sustraerlo a la inercia mecánica del olvido.

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