Cultura

Las razones del hijo, el fin de la huida

  • El escritor sevillano Jesús Aguado presentó este miércoles en Madrid su nuevo libro, 'Carta al padre', una dura introspección personal escrita "para seguir adelante sin que me pese".

Se reconoce Jesús Aguado (Sevilla, 1961) como un escritor que siempre ha querido evitar "las instituciones y las mayúsculas". Desde ahí, desde el rincón más alejado del foco y de la impostura, el autor, también muy vinculado a Málaga (donde ha compartido gran parte de su tiempo y su existencia junto a otras ciudades tan distantes como Barcelona y Benarés), acaba de publicar el que tal vez es su libro más difícil, lo que no es precisamente poco a tenor de su trascendencia y su trayectoria: Carta al padre, que lanza la Fundación José Manuel Lara en su colección Vandalia, toma de Kafka el título y lo justo para armar un diálogo personal con el padre muerto con intención sanadora.

El discurso poético, asentado en cuatro partes (dos en prosa poética y otras dos en verso) es duro, honesto y escasamente complaciente: "No he querido ajustar cuentas con mi padre. Tampoco reconciliarme con él. Sólo establecer un diálogo, contarlo de una manera que pudiera resultarme útil para seguir adelante". Así lo explicó el escritor durante la presentación del libro, ayer en Madrid. De hecho, Aguado confesó que escribió este volumen sin intención de publicarlo, guiado únicamente por un ánimo "terapéutico". Fue la insistencia de Ignacio F. Garmendia, editor de la Fundación Lara y crítico literario del Grupo Joly, lo que motivó que finalmente el poeta decidiera dar a la imprenta una obra que lleva al lector a paisajes tan rabiosamente humanos como incómodos, aunque no menos reconfortantes. Carta al padre cumple escrupulosamente con el cometido de las grandes obras literarias: lleva a quien se asoma a sus páginas a interrogarse sobre sí mismo y extraer sus propias conclusiones.

El propio Garmendia definió en la presentación a Aguado como un "outsider; en todo caso, un poeta muy singular. Y éste es además un libro muy singular en su trayectoria". Destacó la valentía del escritor "a la hora de titular un libro igual que lo hizo Kafka, pero tal vez ha ido Aguado más lejos en su ejercicio de introspección". Carta al padre es un libro "brutal y honesto", que especialmente en sus dos partes en prosa se revela "con una desnudez absoluta, dado que esta materia no admite ser tratada desde el patetismo. Más allá del verso y la prosa, esta creación constituye una obra de arte en mayúsculas".

Jesús Aguado apuntó de entrada que la escritura de Carta al padre le había servido para "ahorrarse una terapia". La estructura del libro sigue un fluir diverso, con una primera parte "en la que aparecen varios padres, inventados, soñados, leídos, en todo caso imaginados, necesarios para tomar distancias respecto a mi propio padre"; la segunda es mucho más autobiográfica, "abarca desde la mitificación del padre propia de la infancia hasta la desmitificación consiguiente, la que se va dando conforme pasan los años"; la tercera, ya en verso, "fue la más compleja en la escritura a la hora de hallar el tono: aquí abordo directamente la muerte de mi padre, cómo afrontó él aquella transición y cómo la percibí yo, desde las afueras: vi morir a mi padre en una habitación, pero en los alrededores de su propia muerte"; la cuarta parte, finalmente, presenta dos poemas largos también en verso y ya publicados anteriormente, "uno en el que expreso un agradecimiento por estar vivo y otro en el que reflexiono abiertamente sobre la muerte". Este material conforma una obra unitaria y poderosamente vital en esta unicidad, que Aguado accedió a publicar, también, "cuando ya había escrito dos libros dedicados a mi hija desde mi posición de padre. Cuando uno es padre modifica mucho, necesariamente, su punto de vista sobre el mundo en muchos aspectos".

Aunque algunos poemas traslucen una amargura profundamente conmovedora en sus alcances e intenciones (en un poema en prosa dedicado al perro de su infancia apaleado por su padre, Aguado escribe: "Un día envenené la comida de King para que no siguiera sufriendo. Luego pensé: por qué no habré echado el veneno en tu comida, padre"; a lo que añadió ayer durante la presentación tras la lectura del poema: "La sangre de King está fresca todavía"), Aguado afirma que ha procurado "no hacer juicios morales". "No juzgo a mi padre, dialogo con él. Sé que ser padre es muy complicado, que uno se puede equivocar, y el mío seguramente intentaba hacerlo lo mejor que podía. De cualquier forma, gracias a este libro he aprendido no tanto a comprender a mi padre, sino a comprender algo mejor lo que significa ser padre". También descarta Aguado el ajuste de cuentas, de manera insistente: "No hay nada de eso. Tampoco una reconciliación. No he querido reconciliarme con mi padre. Únicamente he querido contarlo todo de manera útil, escribir algo que pudiera ayudarme a seguir adelante sin que me pese". Rechaza el autor igualmente que haya escrito Carta al padre guiado por un signo de valentía: "Más bien al contrario, éste es el libro de un cobarde. De alguien que no se atrevió a cerrar las heridas mucho antes, cuando hubiera tenido sentido. Pero al escribir este libro me di cuenta de que toda mi obra es una carta al padre y, a la vez, un intento de huir de él. Cuando en 2011 publiqué mi poesía reunida titulé aquel libro El fugitivo, porque ése era yo, alguien en una continua fuga del padre y de su muerte". También su larga estancia en la India formó parte de esta misma huida: "Me fui a la India porque aquél era, al fin, un lugar sin padre".

En cuanto al consabido complejo occidental de matar al padre, Aguado se mostró tajante: "No hay que matar a los padres. Los padres se mueren solos. Lo que hay que hacer es observar cómo es el proceso. No he querido enterrar al padre con este libro. Sólo incinerarlo". Precisamente por esto, ha escrito Aguado tal vez su libro más directo: "Siempre me he escondido detrás de las metáforas. Ahora, son las metáforas las que se esconden detrás de mí". Y concluye con una reflexión sobre la tradición cristiana de Occidente, que tiende a culpabilizar a quien se atreve a sacudirse los muertos de encima: "No he pretendido hacerle el juego a la culpa. De ninguna manera. Y en cuanto al famoso mandamiento, únicamente puedo decir que con este libro yo sí he honrado a mi padre". Quedan en la memoria (el olvido, propio y ajeno, es un elemento fundamental en el libro: "Tu olvido es un infierno, una nada que me abrasa. Contra ese infierno yo jamás tendré palabras suficientes"), intactos, los últimos versos de esta obra, hecha con el corazón en la mano, ideal para los lectores más exigentes: "Estás muerto, padre / márchate de nuestras cabezas / y déjanos en paz".

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