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Bajo el signo de la esvástica

  • Fernando Castillo vuelve al París ocupado para trazar una panorámica de los españoles que escribieron de la capital durante el dominio nazi.

El testimonio de la actriz María Casares (1922-1996) se cuenta entre los más destacados del periodo.

El testimonio de la actriz María Casares (1922-1996) se cuenta entre los más destacados del periodo.

De nuevo inmerso en el cenagoso periodo de la Ocupación, Fernando Castillo ha regresado a un territorio que ya había transitado en sus excelentes obras dedicadas al París de Patrick Modiano y a las vidas cruzadas de cuatro oscuros personajes -César González Ruano, Pedro Urraca, Albert Modiano y André Gabison- que coincidieron en la capital francesa durante los llamados années noires, publicadas por la misma editorial donde aparece su tercera aproximación a esta etapa maldita en la historia del país vecino. El objetivo se centra ahora en los testimonios de la constelación de españoles que residieron en París en algún momento de los cuatro años largos (1940-1944) en los que la ciudad estuvo tomada por las tropas alemanas, apoyadas por una parte de la población que defendía los principios del Nuevo Orden, se adaptó a ellos por conveniencia o aprovechó la situación para medrar o lucrarse. Tibios o abiertos filonazis, refugiados republicanos, indiferentes, aventureros o vividores sin escrúpulos integraban una variopinta colonia de distintos intereses y desigual fortuna, cuyas evoluciones podemos seguir a través de los libros en los que consignaron su experiencia.

Presentado como una colección de semblanzas encadenadas, Españoles en París es un ensayo breve pero repleto de sugerencias, que contiene muchas posibles biografías de escritores con perfiles a menudo novelescos o que vivieron peripecias de novela, bastantes de ellos poco conocidos o casi olvidados. Podemos visualizarlos en un cartel, reproducido en el libro, donde Castillo rinde homenaje a aquel otro donde Giménez Caballero plasmó el universo literario de los años 20, pero como ocurre siempre las delimitaciones entre los distintos grupos no son nítidas y menos en una época, como la tratada, en la que imperaron el miedo, la incertidumbre y las confesiones a medias. Hubo celebres precursores como Baroja o Azorín que pasaron la Guerra Civil en París y regresaron a España -algo después lo haría Marañón- tras la victoria de los sublevados, pero fueron mayoría los republicanos que cruzaron la frontera en los últimos meses de la contienda. Del peligro que corrían si eran denunciados a los ocupantes o el gobierno de Vichy por las autoridades franquistas, representadas por el embajador José Félix de Lequerica y su siniestro agente -nomen omen- el citado Urraca, daría fe la deportación de notorios exiliados como el president de la Generalitat Lluís Companys o el ministro socialista Julián Zugazagoitia, ejecutados en la península tras la celebración de juicios sumarísimos.

Tres nombres destacan sobre el resto: Chaves Nogales, que huyó a Inglaterra dejando una valiosísima crónica sobre la defección francesa; Max Aub, que pasó por varios campos antes de hallar acogida en México, y el ya también mencionado Ruano, que trató y calló mucho de sus sórdidas actividades en el París de los años negros. A ellos añade Castillo, que comenta los títulos donde hablaron de sus vivencias en verdaderas síntesis críticas, decenas de autores otros: tempranos residentes (Carles Soldevila, Josefina Carabias, Aurelio Cuadrado, Bernabé Herrero, Marcial Retuerto), republicanos (Antonio Porras, Álvaro de Orriols, Corpus Barga, Efrén Hermida, Jacinto Luis Guereña, Pedro de Basaldúa, Ezequiel Endériz, Carles Fontserè), comunistas (José María Quiroga Plá, Emili Gómez Nadal), el "planeta de los perseguidos" (Consuelo Berges, Isabel del Castillo, María Lejárraga), la "galaxia catalana" (Sebastià Gasch, Ferrán Canyameres, Just Cabot, Rafael Tasis), "satélites espías" (Joan Estelrich, Antonio de Zuloaga) y "astros del periodismo" (Enrique Meneses, José Ramón Alonso, Mariano Daranas). Son categorías no estancas ni reducibles a estereotipos, entre las que sobresalen dos mujeres excepcionales: la política Victoria Kent, autora de Cuatro años en París (1947), y la actriz María Casares, hija del presidente Casares Quiroga e íntima de Camus, que escribiría -en francés, como Semprún, el autor de El largo viaje (1963)- otro de los grandes libros sobre el periodo, Residente privilegiada (1981). Junto al asimismo tardío del libertario Fontserè (Un exiliado de tercera) o los parciales y mendaces, pero igualmente evocadores, del inefable Ruano, ambos aportan las páginas más perdurables sobre los años en que la esvástica ondeaba junto al Sena.

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