Literatura

Stanislaw Lem: el mundo como es

  • Se cumple el centenario del autor de 'Solaris', figura a reivindicar entre la mejor literatura del siglo XX más allá de su fértil y visionaria adscripción a la ciencia-ficción

El escritor polaco Stanislaw Lem (Leópolos, 1921 - Cracovia, 2006).

El escritor polaco Stanislaw Lem (Leópolos, 1921 - Cracovia, 2006). / Aleksander Jalosinski / Reuters

En lo relativo a Stanislaw Lem (Leópolis, 1921 - Cracovia, 2006) abundan las historias que dan cuenta de su talla legendaria como autor de influencia decisiva en la ciencia-ficción. Durante la Guerra Fría y hasta 1989, Lem fue un escritor reverenciado pero, al mismo tiempo, un misterio al otro lado del Telón de Acero, un hombre de la órbita soviética del que se sabía poco y cuya obra se leía mucho, lo que contribuyó a ampliar esa leyenda en la cultura occidental hasta cimas cercanas a la parodia. Una de esas historias tiene que ver con el escritor estadounidense Philip K. Dick, que compartió con Lem admiración mutua, si bien en su caso la admiración adquirió tintes delirantes. El escritor polaco había sido invitado a formar parte como miembro de honor de la Asociación Americana de Escritores de Ciencia-Ficción en virtud de su consagración en la primera línea mundial del género, pero él mismo rechazó la distinción en 1976 al considerar, no sin la consecuente polémica, que la ciencia-ficción estadounidense era "de mala calidad". Pero hizo de inmediato una excepción: Philip K. Dick sí era un buen escritor, el único capaz de ganar su atención (no en vano, Lem había dedicado a Dick un artículo publicado en 1975 con el elocuente título Un visionario entre charlatanes). Por su parte, el autor de El hombre en el castillo recibió tal elogio de la peor manera posible: como una amenaza. En su alucinada manía persecutoria, Dick consideraba que el nombre de Stanislaw Lem no podía responder a una sola persona, sino a muchas, dado que consideraba imposible que un solo hombre fuese capaz de escribir tantos y tan buenos libros. Es más, tal y como confirmaron cómplices cercanos como Tim Powers, Dick sospechaba que el término LEM era un acrónimo bajo el que se ocultaba una organización soviética secreta organizada para influir en las mentes estadounidenses a través de la literatura de ciencia-ficción. Que esta organización le señalara entre todos los autores estadounidenses de su cuerda únicamente podía constituir una advertencia. Más allá de la paranoia de Philip K. Dick, lo cierto es que Lem fue en vida una referencia decisiva y tal vez el creador que de manera más vehemente contribuyó a hacer de la ciencia-ficción en un género respetable. En los últimos años, gracias a una edición más racional, crítica y esmerada de su obra, el empeño va dirigido al reconocimiento de Lem como uno de los mayores autores del siglo XX, independientemente de marcas y géneros. Y es ésta, en el marco preciso de su centenario, una de las claves esenciales que alimentarán la lectura y revisión de su obra aún en el futuro inmediato.

'Solaris' (1972), de Andréi Tarkovsky. 'Solaris' (1972), de Andréi Tarkovsky.

'Solaris' (1972), de Andréi Tarkovsky.

Del misterio de Stanislaw Lem da buena cuenta la diversa recepción de su obra. En Estados Unidos, a pesar de todo, se le sigue considerando un maestro de la ciencia-ficción. En Europa, especialmente en Francia, desde donde más se ha contribuido a la traducción y divulgación de su obra, Lem es valorado especialmente como un autor de índole filosófica, oscuro, hermético, a menudo impenetrable. Sin embargo, en su Polonia natal, y en claro contraste, la imagen más generalizada del autor de la Ciberíada es la de un humorista. En realidad, los tres puntos de vista hacen honor a la verdad: Lem, nacido el 12 de septiembre de 1921 en la ciudad polaca de Leópolis (hoy en Ucrania), es un genio de la ciencia-ficción, un filósofo que dialoga abiertamente con Kant y Descartes y un artista de la sátira en deuda directa con Jonathan Swift. Estos tres ejes permitieron a Lem acuñar su particular visión del mundo y del ser humano, una visión ya forjada en su juventud, marcada a fuego por la Segunda Guerra Mundial: hijo de una familia judía, Lem participó de manera activa en la resistencia contra los nazis tras la invasión de Polonia a manos de Hitler saboteando coches alemanes. En 1942, un inaudito golpe de suerte libró a su familia de acabar en el campo de exterminio de Belzec, un acontecimiento que marcaría a fuego para siempre esa visión del mundo. Después, en el régimen comunista, muy a pesar de sus simpatías socialistas, sus diferencias ideológicas le impidieron terminar sus estudios de Medicina. Fue condenado a un trasunto de exilio interior en Cracovia, donde decidió hacerse escritor después de haber escrito algunos relatos de ciencia-ficción en revistas populares de la época. Escribió en 1948 su primera novela, El hospital de la transfiguración, la escalofriante historia de un sanatorio mental en el contexto de la ocupación nazi; pero la censura soviética no permitió su publicación hasta siete años después. Fue durante ese tiempo en el que comprendió, igual que otros muchos autores rusos y polacos de su generación, que la ciencia-ficción le permitía expresar sus inquietudes a través de códigos que los censores considerarían inocentes, de modo que volvió al género que había cultivado en sus primeros relatos con Los astronautas en 1951.

La lección de Lem es fulminante: no podemos conocerlo todo. Es más, conocemos muy poco

Lem alcanzó pronto el éxito gracias a novelas como La nube de Magallanes (1955) y Edén (1959), al mismo tiempo que curtía su particular rasgo filosófico en novelas como La investigación. En este relato, publicado a finales de los años 50 como excepción a su ya sonora trayectoria dentro de la ciencia-ficción, Lem cuenta la historia de una extraña oleada de desapariciones de cadáveres. Los investigadores no dan crédito a lo sucedido: no hay testigos, ni móviles ni reivindicación de ningún tipo. La única explicación a la que se puede concluir a partir de los datos obtenidos, y según la lógica más aplastante, es que esos cadáveres se han marchado por su propio pie. Justamente, Lem anticipa aquí su aportación fundamental: la crítica a lo que él mismo llamó la "arrogancia cognitiva", la presunción de que el mundo y la realidad se ajustan siempre a lo que nuestra razón y lo que nuestros sentidos predeterminan. Veinte años después, en 1976, Lem recuperó el mismo asunto en La fiebre del heno, una novela sobre una sucesión de extrañas muertes que afectan a los usuarios de un balneario en Italia. La lógica más elemental se apresura a establecer una conexión entre las muertes y el balneario que han visitado todas las víctimas, pero el investigador (un astronauta) comprende que esa conexión es ilusoria. Existen mundos y realidades ante las que los cauces esenciales de la experiencia humana no sirven. La lección de Lem es fulminante: no podemos conocerlo todo. En realidad, lo que conocemos es muy poco. Y nada menor que la ciencia-ficción para expresarlo.

La producción checoslovaca 'Ikarie XB 1'. La producción checoslovaca 'Ikarie XB 1'.

La producción checoslovaca 'Ikarie XB 1'.

Así, el libro donde de manera más vehemente expuso Lem este idealismo radical fue Solaris (1961), su mayor éxito y, posiblemente, su novela más lograda. Aquí, el astronauta Kelvin es enviado a una misión especial a Solaris, un extraño planeta que en realidad es un ser vivo y consciente: el organismo se comunica con sus moradores extrayendo recuerdos de su memoria y materializándolos ante sus ojos. Cuando Kelvin encuentra en Solaris a su amada, que se había quitado la vida en la Tierra, comprende que su propio interior es un pozo ciego del que nada sabe. Lem acusa directamente a la humanidad de ser lo suficientemente arrogante como para creer que es capaz de comprenderlo todo cuando difícilmente se comprende a sí misma. En pleno apogeo de la astrofísica, la mecánica cuántica y la exploración espacial, Lem arrojó a las expectativas un jarro de agua fría con un pesimismo opuesto a la utopía efervescente de Arthur C. Clarke. Lem insistió en la cuestión en novelas como La voz de su amo (1969), donde contaba la frustración de un equipo de expertos incapaces de descifrar un mensaje de presunto origen extraterrestre; y en Fiasco (1986), donde una misión espacial acaba exterminando a una especie alienígena en su empeño en comunicarse con ella. Lem cultivó el humor a través de personajes como Ijon Tichy, protagonista de libros como Diarios de las estrellas (1971) y su última novela, Paz en la Tierra (1987), una suerte de Gulliver beckettiano cuya inacción le lleva a realizar descubrimientos que cree sensacionales, aunque también protagonizó libros más sórdidos como Congreso de futurología (1971). Los Relatos del piloto Pirx, publicados en 1968, se corresponden con más fidelidad con el género de aventuras aunque comparten idéntico sustrato: en el relato El proceso es la incapacidad de Pirx, no su arrojo, lo que termina aniquilando a unos androides asesinos. 

'Solaris' (2002), de Steven Soderbergh 'Solaris' (2002), de Steven Soderbergh

'Solaris' (2002), de Steven Soderbergh

Pero el Stanislaw Lem filósofo acudió también al ensayo para promulgar sus ideas. Ya en 1964 publicó su Summa Technologiae, una parodia de Santo Tomás de Aquino donde defendía que la evolución tecnológica forma parte consustancial de la evolución biólogica. Su gran aportación al ensayo llegó, sin embargo, en 1971 con Vacío perfecto, un delicioso juguete borgeano en el que Lem realizaba críticas de libros imaginarios. El escritor retomó el órdago algunos años después con Magnitud imaginaria, donde reunía esta vez prólogos a libros creados por máquinas o por autores inverosímiles. Provocación planteaba una polémica lectura del Holocausto al considerarlo un resultado previsible dentro de la lógica de la Historia: se trataba, de nuevo, de considerar que la inteligencia humana castigada por la crueldad de los acontecimientos no podía discernir la verdadera naturaleza de los mismos. En Golem XIV, Lem hacía honor a sus raíces judías con una versión cibernética de la obra mayor del rabino Loew que denuncia al ser humano por su presunción infantil: "El ser humano no es capaz de formular todos los conocimientos que debe a sus experiencias personales", afirmaba el profeta aguafiestas, que añadía: "La ignorancia de la propia ignorancia acompaña siempre al conocimiento". Lem llegó a renegar de sus novelas y a pedir disculpas por ellas a los lectores en su decisión de convertirse en un pensador de pleno derecho, pero su envite, para su propia frustración, nunca le salió bien. Todas aquellas historias que había imaginado le precedían. Pero fueron esas mismas criaturas de la fantasía las que hicieron de Lem el gran escritor hoy reconocido como tal.

'El Congreso' (2013), de Ari Folman. 'El Congreso' (2013), de Ari Folman.

'El Congreso' (2013), de Ari Folman.

El cine llamó bien pronto a las puertas de Stanislaw Lem. Ya en 1960 se estrenó una coproducción germano polaca titulada La estrella silenciosa que adaptaba su novela Los astronautas, y en 1963 la producción checoslavaca Ikarie XB 1, recientemente restaurada, hacía lo propio con La nube de Magallanes. En 1972, el Gobierno soviético encargó a Andréi Tarkovsky la adaptación de Solaris como respuesta a 2001: Una odisea del espacio de Stanley Kubrick (preguntado por su opinión sobre el filme, un mordaz Lem respondió: "Me ha gustado mucho, aunque esperaba encontrar una adaptación de Solaris, no de Los hermanos Karamazov"). En 1979 llegaron dos nuevas producciones polacas basadas en obras de Lem, El hospital de la transfiguración y El test del Piloto Pirx. Hollywood hizo caso por primera vez a Lem con la versión de Solaris que dirigió Steven Soderbergh con George Clooney como protagonista en 2002, un filme que decepcionó tanto a Lem como a sus seguidores más ínclitos. En 2013, el israelí Ari Folman hizo verdadera justicia con El congreso, adaptación del Congreso de futurología que sí habría hecho, presumiblemente, las delicias del autor. Tanto en el cine como en la crítica literaria, el reconocimiento de Stanislaw Lem como autor fundamental es una cuestión por hacer. Pero esa cuestión seguirá determinando, en gran parte, la valentía del presente a la hora de superar el canon más estrecho.        

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