De libros

Lo terrible que acecha

  • Byatt narra una historia de brutal adaptación al mundo con lo fantástico como aliento

El libro de los niños. A. S. Byatt. Lumen. Traducción, Miguel Temprano García.  Barcelona, 2010. 960 páginas. 25,90 euros.

En la tradición de los mejores cuentos de hadas -a los que la última novela de Byatt acude una y otra vez-, El libro de los niños  esconde varias historias de iniciación terribles, dignas de competir en buena lidia con las oscuridades de Hansel y Gretel. Una, la de la protagonista de la novela, Olive Wellwood, que ejerce de famosa escritora de cuentos infantiles, crecida entre las zarpas fantásticas y letales de las minas. Otro, por ejemplo, el de Philip, el chico huido de las potteries -los hornos de cerámica ingleses- y acogido entre las faldas de la burguesía artística, alucinado de ser, él mismo, elemento de leyenda. Otra, la de la joven Elsie, empecinada, sensata e irremediablemente perdida. O la de Tom, el mayor de los hijos de Olive, que va transmutándose poco a poco en la encarnación del buen salvaje.

Olive sabe que el bosque, la noche, los dominios del lobo, no reposan en negro sobre blanco sino que palpitan desoladoramente cerca, al otro lado de la puerta, y que están prestos a saltar en cualquier momento. Y sabe que quien deja atrás el bosque rompe por completo: vuelve a estar a salvo, en territorio seguro, lejos de aquello lejano y terrible de lo que hablan los otros, de lo que incluso uno mismo puede ser oyente y narrador pero nunca, nunca más, protagonista.

-"¿Por qué hablan todo el rato de estas injusticias, sin saber lo que dicen, vestidos de payasos?", se pregunta el joven Philip, avergonzándose de haber sido uno de aquellos que andaban descalzos por la calle-.

Pero la oscuridad -Olive tiene razón- respira siempre cerca, pared con pared, presta a dar su zarpazo.  Lo oscuro acecha tanto en la realidad feérica en la que se empeñan los Wellwood como tras la cortina pulposa en la que viven los Fludd. Tan cerca está -Olive lo sabe bien- que apenas se puede hacer más que fingir que no existe. Y es que somos nosotros, a  pesar de las buenas intenciones, quienes terminamos atrayendo lo oscuro a nuestras camas. No podemos evitarlo: nuestras relaciones están tan llenas de aristas y filamentos que generan, por sí mismas, aquellos ingredientes que propician la materia oscura.

No se puede explicar esta novela -y Byatt insiste en ello, en ocasiones, demasiado- sin entender el caldo de cultivo ideológico que supuso la época de entresiglos, un tiempo en el que parecía que la vieja realidad suplicaba hacerse añicos. Como los  hippies de hace medio siglo, los  revolucionarios sociales de principios del XX creían que era posible cambiar el mundo. La época vivió una extasiada eclosión de nuevas maneras de concebir la realidad: anarquistas, marxistas, fabianos, naturalistas, sufragistas, espiritistas, abundaban en las mesas de cualquier casa "moderna", trayendo a la cotidianeidad conceptos como comuna, nudismo o panteísmo -que tan a menudo pueden parecernos nacidos de un patatal en Woodstock-.

Y es en este contexto de cambio y progreso donde se sitúa la historia de brutal adaptación al mundo que propone Byatt. La selva -viene a decirnos- siempre es la selva aunque parezca domesticada y amable. No sólo las buenas intenciones de la historia quedaron ahogadas en la primera contienda mundial -la Edad de Plom- sino que lo mismo ocurrió con la Arcadia feliz que los protagonistas pretendían desarrollar, en contra incluso de ellos mismos.

Las coordenadas del cuento de hadas se cuelan inevitablemente en la obra de A.S. Byatt, no sólo vertebrando -a nivel profundo- la narración, sino de la mano de la propia Olive Wellwood y sus cuentos, en un proceso en el que la ficción termina moldeando la realidad. Como ya hizo Byatt en Posesión, El libro de los niños está lleno de textos paralelos -en esta ocasión, los cuentos de Olive- que sirven tanto para interpretar el sentido último de lo que viven los personajes como para ir dando forma, de manera premonitoria, a la realidad.

Para propia delicia de Byatt -devota de las historias infantiles- la novela está salpicada, además, de guiños a los cuentos tradicionales. Las mujeres Fludd viven en una inopia opiácea digna de Bellas Durmientes. Tom termina convirtiéndose en un ejemplo vivo del greenman, el mítico hombre salvaje de los bosques ingleses. Elsie se topa con un cuarto prohibido -cual digna mujer de Barbazul- gracias a una llave providencial, y después se topará con tres matronas que encarnarán para ella a las Tres Hadas Buenas. Olive incluso terminará comparando a Florian tras su regreso de la guerra -deformado, extraño, incómodo- con uno de esos  niños de las hadas .

"Mis cuentos -decía la Matute, autora con la que A.S. Byatt comparte notable mitología- no son salvajes. La vida es salvaje".

Y tal vez sea esa la enseñanza: que somos impredecibles, impetuosos, terribles. Licántropos feroces perdidos en el bosque.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios