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Cómo quitarle las espinas a una rosa

  • Alejandro Palomas publica 'Una flor', un libro en el que el autor busca la verdad de la poesía y de la vida

Alejandro Palomas, en una reciente visita a Sevilla.

Alejandro Palomas, en una reciente visita a Sevilla. / Juan Carlos Muñoz

Alejandro Palomas (Barcelona, 1967) había publicado anteriormente libros de poesía –Aunque no haya nadie, Quiero–, pero contemplaba el género "como un templo en el que había que entrar despacito, comportarse de forma respetuosa, andar sigilosamente, casi de puntillas. Tenía la sensación de que podían echarme de ahí en cualquier momento", confiesa el autor, ganador del Premio Nadal por Un amor y del Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por Un hijo, que ahora regresa con Una flor (Letraversal), una obra con la que ya identifica en el verso "una casa. Ya tengo la impresión de que estoy en un espacio que me pertenece".

El tiempo –"53 años", Palomas es de los valientes que no esquiva el dato de su edad– ha ayudado a ubicarse al creador, pero también lo ha hecho la larga reflexión sobre la escritura que aborda en su nuevo libro, plagado de intuiciones e interrogantes. Entre ellas, por ejemplo, la pregunta de si un autor, al enfrentarse a la pantalla o al folio, no está sumergiéndose en un magma que ya existe. "Ningún poeta ha escrito nunca un poema", apunta en Una flor. "Ni un verso siquiera. / Nunca un final. / Nunca un temblor. / El poema no se escribe. /No hay mano para tanto".

Esta particular investigación arrancó tras un encuentro con la editora Belén Bermejo, amiga de Palomas que fallecería a principios de verano. "No pudo leer este libro, porque ella odiaba los pdfs y esperaba tenerlo en papel, y por desgracia murió antes", comenta el autor sobre una mujer a la que quería "muchísimo. Una flor no existiría si no fuera por ella, por una charla que tuvimos en la que nos preguntábamos qué estaba antes, si el poeta o el poema. Hablamos de eso y yo cogí un tren, y en ese viaje ya empecé a contestarle. Toda la primera parte del libro es una respuesta a eso", analiza.

"Hasta ahora veía la poesía como un templo en el que debía entrar de puntillas. Hoy la siento como mi casa"

"Cuidado: la poesía es orfandad", advierte una de las voces del primer bloque, estructurado como una polifonía donde distintos personajes ofrecen su punto de vista sobre la cuestión. "Es una parte en la que teorizo, en la que hago esta cosa tan tonta de los poetas de sentar cátedra", admite Palomas, "aunque esas voces tienen algo de mí: el grinch, el niño... Me identifico con ellos, no me son ajenos". Sus tesis, en todo caso, rechazan caer en la idealización o en el romanticismo extremo propios de quien reivindica la poesía. "Cuidaos de los charlatanes que juegan a vivir el amor", alerta, "con un poema en la manga. / Cuando las luces se extingan / el poema se transformará en escamas / y sus versos envenenarán el aire y lo oscuro".

Ese puzle de diferentes visiones desemboca en el fragmento Una flor, en el que Palomas renuncia a los disfraces y habla por sí mismo. "Fue el editor, Ángelo Néstore, el que me dijo: Alejandro, no me lo estás dando todo, aquí falta algo. Y yo pensé: a este chaval que anda por los 30 años, que podría ser mi hijo... tengo que hacerle caso, claro que sí", evoca con una sonrisa. De este modo, el autor se encontró cara a cara con recuerdos y sentimientos, un material inflamable y doloroso que había mantenido apartado para no abrasarse. "Digamos que la primera parte del libro es más interesante, y esta última es más emocional", argumenta Palomas. "Cuando grabé el audiolibro, me derrumbé al llegar al último poema. Antes había avisado a los técnicos, les dije que si eso pasaba que no se detuvieran. Ese soy yo, esa es mi verdad, y he tardado más de 50 años en asumir que soy vulnerable", asegura. Ese paso adelante vino, no obstante, acompañado de miedos: "La ficción es como un parchís con muchas fichas donde puedes hablar de ti y encubrirlo o adornarlo con otras cosas. Pero si te desnudas en poesía no hay más, no tienes dónde agarrarte, y es un recurso que si no termina de funcionar puede quedar barato", expone.

"Me preocupaba confesarme en este libro. En la poesía estás más desnudo, más expuesto, que en una novela"

En ese cierre, Palomas canta a "todos los hombres y mujeres / que ya no podré ser". La flor del título no es un mero ornamento, sino algo vinculado a su biografía: su madre y su abuela fueron floristas. "Yo crecí en esa floristería, que se llamaba nada más y nada menos que La Pimpinela. Y me dieron como responsabilidad, porque tenía las manos pequeñas, la de quitarle las espinas a las rosas. Yo entonces no lo sabía, pero a eso he consagrado mi vida, a quitar espinas, a conciliar, a evitar las peleas en mi familia o entre mis amigos. Aunque un día también descubrí que la existencia tiene espinas que no puedes arrancar, por mucho que quieras", señala.

Palomas se reencuentra con ese niño que no pudo tener, como deseaba, un papel pintado con flores en su habitación, con el hombre que dedicó "los cincuenta primeros años de mi vida / a despellejarme la infelicidad de la infancia", con el solitario al que le tocó "ser impar desde la raíz". Pero "no hay dramatismo en ello", dice en persona. "Me veo desde arriba y me entiendo. Me gusta ser autónomo, independiente", dice. Al final, como celebra en el libro, "queda la vida. / Bendita". Una flor, con toda su belleza. Y sus espinas.

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