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Alfombra roja para el rondo eterno

  • El planteamiento de Mourinho en el clásico, replegarse con Di María como quinto defensa, facilitó la superioridad numérica de la letal sociedad Xavi-Iniesta, a la que se añadió un miembro inesperado, Messi.

Ya que en el Camp Nou, templo del catalanismo, se coreó con olés los pases de Xavi, Iniesta, Messi y compañía pese a estar mal vista y hasta prohibida la fiesta de los toros, nadie se ofenderá por acudir a una cita de Rafael El Gallo que viene que ni pintada para otro gallito, José Mourinho. "Las broncas se las lleva el viento, pero las cornadas se las queda uno". Eso debió pensar el portugués, acostumbrado a encender hogueras que acaban en coloso en llamas y a no mover un músculo después. Quizá por ello encajó de forma tan suave la afrenta. Quizá por ello no salió ni una vez del banquillo, quizá así no se movió de la misma postura mientras veía a los suyos quedándola o haciendo de gato en un rondo interminable y eterno. Mourinho llevaba ya la cornada. Y con cinco trayectorias...

Pero sí sorprendió el planteamiento táctico de un entrenador que otras veces -la última con el Inter- había salido vivo y hasta triunfador del estadio culé. Fue una alfombra roja para que Messi marcara el zapateado azulgrana ante un equipo que bajo la disposición que tenía ordenada llegaba al balón tarde y en inferioridad numérica en todas las zonas del campo. Para un maestro del fútbol de control, del fútbol defensivo, el error de replegarse como lo hizo el Madrid en el clásico fue darle el cuchillo al rival y poner el cuello. Un mínimo retoque de Guardiola -sacar a Messi de la derecha y meterlo al centro y muy atrás- bastó para desmontar todo lo que había maquinado, erróneamente como luego se vio, su enemigo en el banqullo rival.

Mourinho mandó a su gente a defender con cinco hombres. Y previendo que por la derecha le iba a entrar una vía de agua con Daniel Alves y Messi, mandó a Di María a ayudar a Marcelo, pero éstos, con el lateral culé con el freno de mano echado y el argentino haciendo ronditos en el centro, se encontraron que no tenían a nadie a quien marcar y corrían como pollos sin cabeza a ningún sitio. Mientras, el Barça tenía superioridad numérica (justo lo que buscaba) en el triángulo Messi-Iniesta-Xavi, que aprovechaban el galimatías que tenían Marcelo y Di María para romper el fuera de juego. Lo extraño fue que Mourinho nunca había defendido así en el Camp Nou. Se recordaba que con el Inter, y con diez, mantuvo a Milito y a Eto'o en el campo haciendo de éste un espectacular lateral izquierdo. Lo quiso repetir, pero, claro, Di María no es Eto'o.

Advirtió el error y quiso compensar ese desequilibrio en la segunda parte con Lass Diarra, pero ya era demasiado tarde, aparte de que la defensa entonces de cuatro y el estado -mezcla de locura y rabia- en que ya había caído Sergio Ramos eran el caldo de cultivo perfecto para que los pases interiores a la carrera de Villa afloraran con facilidad. Así corneó el Barcelona a Mourinho, quien quiso taparse el muslo con el capote dejando al descubierto la taleguilla.

También será que estos toros, los azulgrana, son como los miuras, que desarrollan una inteligencia especial. Son los clásicos corridas duras, pero, tal y como está montada la feria de la Liga, el que se lleva el revolcón en ellos lo tiene crudo para levantarse. Queda otro en Madrid, pero el 5-0 marca ya el paso.

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