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Hoy, doble de emoción

  • Desigual 3 Nalbandian y Schwank barren a Verdasco y Feliciano en tres sets sin historia Desenlace 3 Nadal ante Del Potro o Ferrer ante Nalbandian, dos nuevos 'match balls'.

Hay final. Los aficionados españoles no pudieron celebrar aún la conquista de la quinta Copa Davis y se quedaron ateridos de frío con la paliza que Feliciano López y Fernando Verdasco recibieron de David Nalbandian y Eduardo Schwank: 6-4, 6-2 y 6-3 en 1 hora y 59 minutos. Al menos, los veintitantos mil seguidores de la Armada se consuelan con una tercera y última jornada apasionante, que los abonos no son baratos. Aún dispone España de dos match balls a su favor: a la una de la tarde Nadal ante Del Potro y como broche, si hiciera falta, Ferrer se las vería con Nalbandian.

En la noche del viernes, durante esos instantes excepcionales en los que al fin ardió de pasión el graderío por todo un partido de Copa Davis, a Fernando Verdasco sólo le faltó meterse en la pista. Tal fue su ímpetu y su aliento a David Ferrer en su titánica lucha con Del Potro. El madrileño, embutido en una bandera rojigualda, no paró de gritar. Sabía que ese punto tenía la llave de la final. Que si caía del lado español, él y su compañero Feliciano saldrían ayer con mucha menos presión sobre sus hombros.

Pero nada de eso sucedió. La pareja local jamás se sacudió los nervios. Salieron muy agarrotados y sólo se soltaron un poco en la tercera manga, cuando la suerte del pulso estaba echada.

El juego de Feli y Verdasco recordó inevitablemente a su reciente actuación en la semifinal que acogió la plaza de toros de Los Califas de Córdoba, cuando el dúo sólo fue capaz de ganarle tres juegos a los franceses Michael Llodra y Jo-Wilfried Tsonga (6-1, 6-2 y 6-0).

Nalbandian, por su parte, se cobró la factura que tenía pendiente de aquel partido de dobles que tanto dio que hablar en Mar del Plata. Feliciano y Verdasco no pusieron mucho reparo en pagársela. Ayer estaban dadivosos.

El juego que abrió el partido fue un espejismo. Feli lo ganó en blanco con cuatro primeros servicios, pero la segunda ocasión que el toledano sirvió, los argentinos se vieron de sopetón con tres bolas de break. Aprovecharon la segunda, y ese contratiempo encauzó el partido por unos derroteros que ya no abandonaría.

Eduardo Schwank se presentó en esta final de puntillas, pocos hablaban de él. Pero se mostró como un fantástico actor de reparto. Por algo llegó este año a la final de dobles de Roland Garros y alcanzó en la pasada temporada el título de Stuttgart y la final de Montpellier. En la red es un gato, se saca las bolas del cuerpo y las deja muertas al otro lado de la pista. Y si las tiene que devolver desde el mismo suelo, es igual de eficaz. Mientras, Nalbandian tiró de oficio, se dejó de tribulaciones y con una mentalización plena sacó su mejor tenis, que no es cuestión baladí. Envió misiles desde el fondo de la pista y cuando sacaba su compañero, se cruzó con presteza y precisión para decidir con su volea.

Al otro lado de la pista, el hundimiento fue progresivo. Los restos de los españoles iban a la red, demasiado largos o demasiado cruzados: así era imposible devolver el break. La manga acabó con un resto de Feliciano a la red, en un reflejo de lo que fue el juego. La pareja sudamericana, diestra ella, trató de variar su saque, a veces la bola buscaba el cuerpo, a veces el revés de cualquiera de los españoles, zurdos ambos.

Si en la primera manga sobrevino la ruptura decisiva en el quinto juego, el siguiente set se dilucidó aún más rápido. Verdasco abrió el set y con Schwank muy a gusto en el fondo de la pista y Nalbandian voleando, Argentina aprovechó la primera bola de ruptura con 30-40. Lo mismo sucedió con el primer saque de Feliciano, que al estrellar la bola en la cinta despistó a Verdasco y propició un 3-0 rotundo, casi concluyente.

Tres bolas de break tuvo España en todo el partido. Una en la segunda manga y dos en la tercera. No aprovechó ninguna. Los argentinos, en cambio, fueron casi infalibles: ganaron una bola de break de dos en el primer set y se llevaron las dos de que dispusieron en cada uno de los dos últimos.

En la historia del tenis reposan remontadas mucho más heroicas que la que debían acometer los anfitriones si querían sentenciar la final en el segundo día,pero el dúo, nada dinámico, no estaba ayer para episodios épicos como el que escribieron ante miles de enfervorizados argentinos tres años atrás, en Mar del Plata. No.

Así lo vio todo el mundo. Y el gélido y húmedo aire que avanzaba desde el río conforme caía el sol hizo el resto. La afición española prefirió guardar fuerzas para lo que hoy se anuncia. Quería celebrar cuanto antes esa quinta Ensaladera de Plata, pero poco a poco percibió que ayer no era el día.

El disfrute fue para las barras bravas antes, durante y después del desigual partido. Si son 2.000, parecían 20.000. El "Argentina vamos, ponga huevos, que ganamos" fue su grito de guerra favorito, y aunque los correligionarios de la Armada trataron de replicar, el monólogo que se enseñoreó de la pista terminó de zanjar los mensajes entrecruzados de la grada. Al contrario, todo el mundo acabó de buen rollito: los argentinos ganaron y alimentaron su sueño, y los españoles se lo tomaron como un aplazamiento de su gran fiesta hasta hoy. Tener al mejor jugador de la historia sobre tierra batida, al hombre que posee el récord de victorias seguidas sobre esta superficie (81), al ídolo que encadena 19 victorias seguidas en la Copa Davis, garantiza la serenidad en el seno del equipo español y en su afición.

Si no, como última bala, estará listo el número 5 del mundo, el artífice de que hoy no reine la inquietud. Si Ferrer no hubiera remontado a Del Potro el viernes, todo se vería hoy desde otro prisma. Al menos, para esta sesión dominical se anuncia el doble de emoción que la vista ayer.

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