Wimbledon

Muguruza: "Me duelen los pómulos de sonreír"

  • La española recuerda que en 2015 "Serena me dijo que algún día iba a ganar el título, y aquí estoy"

Garbiñe Muguruza celebra un punto en la final de Wimbledon

Garbiñe Muguruza celebra un punto en la final de Wimbledon / Gerry Penny (Efe)

"¡Aquí está, por fin!" Esas cuatro palabras salen de la boca de Garbiñe Muguruza instantes después de ganar su primer Wimbledon, cuando serpentea por los pasillos del All England Club con el trofeo en la mano. Cosas del destino, el que las escucha es Manolo Santana, el padre del tenis español y uno de los primeros en felicitar en persona a la nueva campeona.

Santana, campeón de Wimbledon en 1966, le da un cachetazo en la cara, algo fuerte pero lleno de cariño. Un abrazo cierra ese momento íntimo, que sólo trasciende porque a Muguruza le persigue una cámara a todos lados. Ella, sólo ella, es el objetivo de los focos después de vencer 7-5 y 6-0 a Venus Williams en la final del torneo más importante del mundo.

Tras recibir el trofeo de campeona sobre la desgastada hierba de la pista central, Muguruza posa con la bandeja delante del muro de las campeones. Ahí está estampado ya su nombre, hecho inequívoco de que está dentro de la historia: ser campeona de Wimbledon, poco más se le puede pedir a un tenista.

El tour continúa por las escaleras que llevan al primer piso. El rey Juan Carlos de España la espera con los brazos abiertos y la felicita. También lo hace Arantxa Sánchez-Vicario, la mejor tenista española de la historia, ex número uno y campeona de cuatro grandes.

"Felicidades, guapa. Disfrútalo, enhorabuena, te lo mereces", le dice Sánchez-Vicario. "Tienes aquí al talismán", dice señalando a Juan Carlos, que ha asistido a muchas de las gestas del deporte español. "Te lo digo por experiencia".

"Estoy atacada ahora mismo", le responde Muguruza, aturdida por tantos flashes y tantos ojos posados sobre su figura. Abandona esa sala y un pasillo la conduce hasta el balcón de los campeones, una terraza situada en una de las esquinas de la pista central. Sólo los campeones pisan esa zona en los 14 días que dura el Grand Slam. Muguruza se asoma y ve a una masa que la aclama. Ella no deja de sonreír.

Lo siguiente que ocurre le sorprende a Muguruza. Un señor de la organización, elegantes siempre ellos, le quita el trofeo de las manos. "Luego te lo devolvemos", le dice.

Y así, sin la bandeja que tanto le costó conseguir, emprende el camino de vuelta para encontrarse con su equipo. El primer abrazo es para Alicia Cebrián, su fisioterapeuta. Y después pasan por sus brazos todos los miembros de su equipo: el preparador físico Laurent Lafitte, el médico Ángel Ruiz-Cotorro, Cecilia Casla -su jefa de prensa- y Olivier van Lindonk, su agente de la empresa IMG.

"¿Dónde está Conchi? ¡Que no la veo!", grita Muguruza. "Conchi" es Conchita Martínez, su entrenadora esta quincena ante la ausencia de Sam Sumyk y hasta este sábado la única española que había ganado en Wimbledon.

Cuando llega Conchi, el abrazo es superlativo. "¡Grande! Qué bueno, tía, qué bueno, tía", repite la ex jugadora de 45 años.

"Me duelen los pómulos de sonreír", dice Muguruza, todavía nerviosa por el último punto del partido. Es un ojo del halcón el que decide la final después de una hora y 17 minutos.

"Challenge o no, challenge o no, challenge o no", revive Muguruza esos instantes que le dan el mayor título de su carrera. "Pero lo he visto claro, puff".

Antes de escabullirse hacia el vestuario para ducharse y celebrar en la intimidad, Muguruza posa junto a Conchita Martínez y Manolo Santana. "Foto de campeones", se escucha.

Muguruza, recordó las palabras que le dijo la hermana menor de las Williams, Serena, cuando ésta la venció en la final de 2015. "Entonces Serena me dijo que algún día iba a ganar el título, y aquí estoy dos años después" señaló orgullosa portando la bandeja de plata.

La española, de 23 años, calificó de "increíble" haber ganado a Venus Williams. "Crecí viéndola jugar y ha sido siempre una fuente de inspiración".

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