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Sevilla hizo de Sevilla

  • La afición hispalense transformó el calor ambiental en ánimos que rompieron las gargantas tras el triunfo.

Silencio sepulcral. Respiración contenida. Ese ambiente que sólo se puede respirar en esta ciudad en ocasiones escogidas, como cuando en Semana Santa la cofradía de El Silencio recorre el centro. Ése era el ambiente que se respiraba en la Plaza de la Encarnación cuando Cesc miraba a los ojos a Rui Patricio. Pero ese silencio mágico, que en Semana Santa sólo es capaz de romper una saeta para añadir más misticismo a la escena, este miércoles fue roto con una palabra que salió de las miles de almas que abarrotaban Las Setas. Gol. Por fin, gol. Y luego abrazos, gritos y júbilo. Felicidad en definitiva. Un premio más que merecido por lo sufrido, en lo mental y en lo físico.

Porque todo el calor que le está faltando a la selección en Donetsk, por la lejanía y lo complicado del viaje para los españoles, se vivió este miércoles en la Plaza de la Encarnación, donde de nuevo se volvió a congregar la afición sevillana para intentar llevar en volandas, aunque fuera en la distancia, a los suyos. Calor ambiental y meteorológico, ya que el termómetro marcaba unos desagradables 36 grados a la hora del inicio del partido, a los que se unía un viento que traía fuego consigo.

No fue problema para los sevillanos. Botellas de agua y de bebidas espirituosas ayudaban a pasar la espera de la previa, pero se iban agotando conforme los minutos pasaban. El tradicional agitar de bufandas que se puede ver en muchos estadios fue sustituido por el vaivén de los abanicos. Una estampa quizás no muy futbolera, pero sí muy sevillana.

Vídeo: María Torres

La previa tuvo su lógica dosis de indignación. Nadie entendía que Miki Roqué no pudiera ser homenajeado por la dejadez de la Federación Española. "Es una vergüenza", era la frase más repetida, aunque por suerte, y para alegría de los congregados en Las Setas, los futbolistas nacionales demostraron tener más sentimiento, decencia, respeto y vergüenza que sus dirigentes, y pudieron rendirle su particular homenaje al que fuera futbolista bético. En el minuto 26 el público entonó el cántico que tantas veces recibió Miki Roqué en el Villamarín. Quizás otros lo lleguen a olvidar, pero la ciudad de Sevilla seguro que no.

El sevillista Álvaro Negredo fue la novedad en el once titular. Con todas las papeletas para ser el delantero de la selección en el inicio del campeonato se encontró con el premio de ser de la partida en toda una semifinal de la Eurocopa. La alegría iba por barrios al conocerse que Negredo jugaba y rápidamente desvelaba los colores de quien opinaba. "Nos va a meter en la final". "Es muy malo". "Hoy es su día". "Se quedará sólo y tirará al palo". Pero todos esos comentarios se acabaron cuando el turco Cuneyt Cakir dio el pitido inicial. Antes se había tarareado el himno a todo pulmón y cuando el balón echó a rodar, acabaron todas las disputas y se iniciaron los ánimos al combinado nacional. Sólo el rojo era el color de la tarde, no había sitio ni espacio para localismos ni rivalidades. Jugaba la selección y, en el horizonte, estaba el reto histórico de acceder a la tercera final continental consecutiva.

Y tras un partido en el que se sucedía el aliento a los españoles con los insultos cada vez que Cristiano Ronaldo tocaba la pelota (¿nadie le puede decir a este excelso futbolista el odio que levanta con sus teatrales acciones?), llegaron los penaltis. Y ahí Sevilla ejerció de Sevilla. Luego tocaba celebrar como se merece el paso a una final. Y los sevillanos también sabemos de eso.

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