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La historia de un falso nueve

Leo Messi, solo y rodilla en tierra.

Leo Messi, solo y rodilla en tierra. / FELIPE TRUEBA / efe

Tenía que haber sido su Mundial, el que lo consagrara, definitivamente, como el mejor futbolista de la historia. Pero Lionel Messi se despidió de Rusia 2018 -quién sabe si también de la selección argentina- con una dolorosa derrota frente a Francia y un nuevo experimento fallido sobre su ubicación.

No funcionó la enésima probatura de Jorge Sampaoli para tratar de aprovechar al máximo las cualidades del genio de la albiceleste que, un partido más, vagó por la cancha como un futbolista vulgar.

Apenas hubo noticias del crack del Barcelona en el Kazan Arena, más allá del disparo que en el segundo tiempo Mercado convirtió en gol. O la asistencia en los instantes finales a Agüero, cuando ya las esperanzas se agotaban.

El seleccionador argentino lo mandó a hacer de falso nueve y Messi se perdió. No encontró nunca su lugar en el césped ni socios con los que aliarse para generar peligro en el área gala.

Tanto fue así que el cinco veces Balón de Oro apenas conectó dos disparos en los noventa minutos de un partido que inició sonriendo al himno argentino y concluyó con la mirada perdida en ningún lugar.

El primer tiro de Messi fue el del gol de Mercado. El segundo y último, demasiado flojo, como si ya no tuviera fuerzas, a poco más de cinco minutos para la fatal conclusión.

Y es que la nueva prueba fallida de Sampaoli dejó al crack rosarino demasiado alejado de la portería y del balón, desconectado de los hombres de adelante, principalmente de Di María, autor del primer gol de los argentinos.

"¡Así de grandes los tengo, así!", festejó en tono reivindicativo el Fideo tras lograr el tanto entonces del empate 1-1. Pese a su soledad táctica, Messi fue el primero en correr a abrazar al cuestionado extremo del PSG.

Todo parecía posible, más aún cuando, ya en el segundo tiempo, los vigentes subcampeones del mundo se pusieron por delante, después de una jugada protagonizada por el astro del Barcelona, un disparo con cierto veneno desde la frontal del área que Mercado desvió a gol.

El capitán argentino se dirigió, entonces, a la hinchada y, con sus manos alzadas, pidió más aliento; fuerza para seguir afrontando un duelo que debió de intuir más complejo de lo que reflejaba el marcador.

Fue casi la última gran acción de Messi, que recibió el rápido empate galo como un mazazo, cabizbajo, como si todo estuviera ya perdido, cuando aún quedaba un mundo de partido.

El 10 seguía sin aparecer. Sin encontrar el modo de quebrar la sólida defensa de una Francia que, liderada por un espectacular Mbappe, no desaprovechó las flaquezas albicelestes: sus evidentes debilidades atrás, su incapacidad para generar ocasiones y la desconexión de Messi.

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