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Dos semanas para olvidar: la inmolación a la española

Difícilmente asistirá el fútbol mundial a una cadena de sucesos como la que expuso España en Rusia, una concatenación de decisiones inauditas que llevaron a su selección a un recorrido esperpéntico: de llegar como candidata al título a salir en octavos de final ante un rival inesperado.

España se despidió del Mundial con pena y sin gloria tras un choque en el que Rusia sólo tiró penaltis contra la portería de De Gea. Fue suficiente para echar a un equipo irreconocible y que en Moscú firmó la nota de suicidio que comenzó a redactar hace dos semanas, concretamente el 13 de junio. Dos días antes del debut ante Portugal el presidente de la Federación Española de Fútbol (RFEF), Luis Rubiales, anunció la destitución de Julen Lopetegui por su fichaje por el Real Madrid a espaldas de la RFEF. Adiós tras dos años sin perder.

El "por encima de todo están los valores" de Rubiales valió para saltarse incluso el poder del vestuario. Casi todos los jugadores estaban con Lopetegui y le rogaron al presidente que no lo ejecutara. Pero el jefe, nuevo en el cargo, quería enviar un mensaje de autoridad: a los futbolistas, también a sí mismo. Echó a Lopetegui y eligió a lo único que tenía a mano: Fernando Hierro. Un hombre que hasta entonces había actuado como enlace entre jugadores y dirigentes, y que apenas tenía un año de experiencia como entrenador en el Oviedo. Al día siguiente se marchó Lopetegui con su tomo de informes sobre los rivales en la mano y despedido con abrazos por el núcleo duro del vestuario. Y Hierro asumió el mando.

El 15 de junio se produjo el debut de España frente a Portugal en el Mundial y el único partido hasta la fecha en el que demostró su nivel. Pero llegaron las dudas. Al triunfo por la mínima ante Irán (1-0) le siguió después el empate 2-2 ante Marruecos. El VAR no ocultó los terribles problemas que tenía un equipo paralizado y que no jugaba a nada.

Las decisiones de Hierro comenzaron a cuestionarse, así como el rendimiento de algunos futbolistas, con De Gea, Silva y los defensas a la cabeza.

El vestuario español se fue bunkerizando tras elegir a la prensa como enemigo. Hubo tiempos mucho más duros. Los del final de la etapa de Vicente del Bosque, por ejemplo.

En este clima extraño afrontó España el partido de octavos. Y de nuevo fue una España menor, un equipo entregado a pases horizontales y sin un fútbol capaz de transmitir la más mínima emoción. Así se marchitaron las opciones de una selección que llegó al Mundial como clara candidata al título y que se marchó casi con vergüenza. Tiró una oportunidad única, con un cuadro de rivales asequibles y con una espléndida mezcla de futbolistas veteranos y jóvenes. Adiós a Iniesta y probablemente a alguno más tras un ejercicio de inmolación. Dos semanas que quedarán para la historia como la constatación de un suicidio deportivo.

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