Uno cincuenta trabajadores de Abengoa, este martes por la tarde, ante el Ayuntamiento de Sevilla.

Uno cincuenta trabajadores de Abengoa, este martes por la tarde, ante el Ayuntamiento de Sevilla. / Juan Carlos Muñoz

La confirmación por parte de la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales (SEPI) de que las filiales del grupo Abengoa no son elegibles para que se les concediesen los 249 millones que habían pedido al Fondo de Apoyo a la Solvencia de Empresas Estratégicas no es el punto final para el grupo industrial sevillano, pero con ello se ha acercado tanto al borde del precipicio que es difícil saber si será posible su continuidad o se desguazará y liquidará (aunque algunas de las partes y del empleo subsistan en manos de otros propietarios).

Bajo el emblema de Abengoa aún hay unos 8.700 empleados en el mundo: algo más de 2.000 están en España. La cifra baja por días. La subrogación de los contratos de las plantas termosolares ha sido el último episodio de una merma en el empleo brutal desde 2015, cuando el grupo entró en preconcurso porque la forzada destitución de su entonces presidente, Felipe Benjuema, desestabilizó para siempre a una multinacional que afrontaba ya serias dificultades, al fracasar por ese cese la ampliación de capital de 650 millones de euros que ultimaba.

Lo ocurrido desde entonces da para escribir varios libros, pero puede resumirse en que la que iba a ser la mayor quiebra de España se salvó con una reestructuración financiera gobernada por los propios acreedores que nunca cumplió su cometido: el dinero nuevo –1.169 millones– fue a parar a activos adjudicados a alguno de ellos –en concreto el proyecto A3T de México al Banco Santander–, mientras generaba 400 millones de intereses y comisiones para esos mismos acreedores, que también fueron cobrando por las ventas a bajo precio de Atlantica Yield o el negocio de biocombustibles.

Esos acreedores vendieron de inmediato sus acciones (95%), mientras se reconocía en Reino Unido que el rescate no daba viabilidad. Tanto, que al cabo de un año largo se les dieron nuevos instrumentos de deuda a cambio de muy poca liquidez que les permiten quedarse ahora con el 100% del grupo. Era 2019 y su presidente, Gonzalo Urquijo, decía que Abengoa resurgía cual Ave Fénix.

Llegó 2020 y se ocultó durante meses la marcha financiera de la empresa, que no se supo hasta que era inimpugnable en la jurisdicción Mercantil la segunda reestructuración y que hacía falta una tercera que consumaba una suerte de concurso encubierto sin tutela judicial. Ese tercer rescate, denominado Vellocino, también fracasó. El Gobierno lo apoyaba, pero si la Junta de Andalucía participaba (todos implicados o ninguno).

El rescate que ayer feneció con el no de la SEPI no era más que un segundo intento. Tanto que en el documento de consentimiento enviado a los acreedores se le llama sin empacho Vellocino II. Ha sido más tosco, probablemente por sus protagonistas, pero fracasó también.

Para bloquear el control de los accionistas, que aún pelean por reflotar la empresa y conservar los empleos para no perder su inversión, los actuales ejecutivos que mandan en la empresa –que no son los consejeros de la matriz– pidieron el concurso de la cotizada, lo que ha deteriorado muchísimo más a la empresa y probablemente ha impedido que el Estado pudiese dar la ayuda: una chapuza que se hizo en nombre de Abenewco 1 (con deudas al Estado que la invalidaba) y tuvo que reformularse, sin éxito también, en favor de las seis filiales verticales del negocio.

Este nuevo fracaso aboca ahora a preconcursar o concursar algunas o todas esas empresas. Pese a ello la batalla continúa entre quienes de verdad buscan salvar el conjunto y quienes están vendiendo partes (lo siguen haciendo) en beneficio sólo de acreedores o propio (a tenor de los contratos que se otorgan ellos mismos).

Es la batalla final, que se libra ya agarrados por una sola mano para no caer al precipicio. Se dirimirá bajo los preceptos de la Ley Concursal. Y por tanto con un juez como árbitro. Porque la administración concursal, EY Abogados, está alineada con uno de los bandos, los ejecutivos, tomando decisiones poco frecuentes en un concurso.

El consejo de la matriz negociaba incluso ayer con inversores que puedan salvar al grupo entero o casi –las razones del rechazo de la SEPI lo complican aún más– y mantenga la matriz activa. Los ejecutivos barajan ventas parciales y liquidar la matriz. En pocas semanas se sabrá qué futuro, si lo hay, tienen empleados y negocio.

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