Analisis.

Draghi decepciona a unos mercados insaciables

  • Los inversores no miran datos clave de inflación, crecimiento o políticas económicas, sólo están pendientes del maná monetario que les cae desde el BCE, que trabaja en absoluta soledad.

ES sorprendente y preocupante la insaciabilidad y la adicción de los mercados financieros a la ilimitada provisión de liquidez del Banco Central Europeo (BCE). Nada es suficiente. A pesar del anuncio de la prórroga durante seis meses más, hasta marzo de 2017, de las inyecciones de 60.000 de millones de euros mensuales y de que reinvertirá en nuevas compras de deuda las amortizaciones que se vayan produciendo, a pesar de haber aumentado hasta el 0,3% el interés que cobra a los bancos por dejar depositado su dinero en el banco central en vez de dirigirlo a la concesión de créditos, y a pesar de haber ampliado las posibilidades de compra a la deuda de las autonomías y los ayuntamientos, las bolsas se desplomaban, aumentaba la prima de riesgo y el euro se apreciaba hasta el 1,09%.

¿Qué está pasando? Es un escenario insólito en el que el BCE está trabajando en absoluta soledad, sin un suficiente apoyo de las políticas económicas de los gobiernos, inundando los mercados de liquidez a tipos de interés negativos, durante un tiempo excesivo, habiendo agotado las políticas tradicionales y llegando ya casi al límite de las políticas monetarias extraordinarias o no convencionales. Situación que está dando lugar a una adicción de los inversores a la droga de la liquidez. Los mercados no miran a los datos fundamentales de la inflación, del crecimiento o las políticas económicas. Tan sólo están pendientes del maná monetario que les sigue cayendo desde el BCE, sin límite de cuantía ni de tiempo.

Desde que Mario Draghi afirmó que haría todo lo necesario para que el euro no implosionara, todas las miradas se dirigen al Dios Draghi, su salvador. En la última reunión del mes de octubre, en plena crisis de las materias primas y bajo el temor de la desaceleración de China y Latinoamérica, Draghi volvió a afirmar que estaba dispuesto a ampliar la artillería monetaria todo lo que fuera necesario. Posteriormente, declaraciones de distintos consejeros en el mismo sentido crearon unas expectativas excesivas en los inversores. Mario Draghi ha cumplido con todas las expectativas, menos con una: no aumentará la cantidad mensual de liquidez y el tipo de interés de la facilidad de depósito sólo lo ha reducido en el 0,1%, en vez del 0,2 que se esperaba. De lo cual podemos sacar algunas conclusiones.

En primer lugar ha habido un fallo en la política de comunicación del BCE. Se han creado unas expectativas exageradas. Son demasiados los consejeros que manifiestan sus opiniones y que hablan demasiado. Segundo, en una situación en la que el BCE está llegando al límite de su artillería monetaria, cada vez es más importante y relevante hacer una buena política de comunicación. Tercero, no hay unanimidad en las decisiones del Consejo de Gobierno, y cada vez preocupan más los daños colaterales de una política ultra expansiva mantenida durante mucho tiempo. Cuarto, las burbujas financieras en los mercados de deuda son cada vez más evidentes, y la estabilidad financiera está ya en peligro. Quinto, no hay suficiente experiencia en las políticas macroprudenciales de acompañamiento, y se desconoce su eficacia para evitar un brote de inestabilidad financiera global. Sexto, la banca, las compañías de seguros y los fondos de pensiones tienen ya graves problemas de rentabilidad, causados por los bajos tipos de interés. De continuar las políticas ultraexpansivas durante mucho más tiempo la solvencia del sistema bancario, del de seguros y de las pensiones podría verse amenazada, sobre todo si pensamos que las exigencias de capital de Basilea son cada vez mayores. Sexto, las previsiones de inflación, aunque todavía muy por debajo del 2%, están parcialmente ancladas y el impacto deflacionario de las materias primas y de la desaceleración de China parece haberse estabilizado. Séptimo, las perspectivas de crecimiento de Europa, aunque débiles, se mantienen en el 1,5% para 2015, 1,6% para 2016, y 1,9% para 2017. Y, por último, ante este escenario, Draghi cada vez tiene menos argumentos para contener las presiones del presidente del Bundesbank y de otros bancos centrales nórdicos contra las políticas monetarias no convencionales ultraexpansivas.

Si a todo lo dicho añadimos la brecha que se va a producir entre los tipos de interés de Estados Unidos una vez que la Reserva Federal inicie, a partir de diciembre, las subidas de tipos de interés mientras el BCE mantiene los suyos estancados, podemos empezar a pensar que podríamos estar asistiendo al inicio de un cambio de sesgo en la política monetaria europea, hacia una política menos expansiva. Ésta creo yo que es la duda que esta semana ha pesado sobre los inversores. No obstante, Draghi no quiere cambios bruscos en la percepción de los mercados, ni en sus expectativas. Ha asegurado que seguirá haciendo todo lo que sea necesario para combatir la deflación y garantizar el crecimiento de la Eurozona. La política monetaria será todo lo flexible que sea necesario, y estarán atentos a los cambios que se vayan produciendo en la economía real, en términos de inflación y de crecimiento. La misión del BCE no es complacer permanentemente a los mercados, sino garantizar la estabilidad de precios para un crecimiento sostenible. De alguna manera está indicando a los inversores que se fijen más la evolución de la economía real en términos de inflación, crecimiento, productividad y beneficios y que estén menos pendientes y confiados en la utopía de que la política monetaria todo lo puede salvar.

Y como de costumbre Draghi ha aprovechado la ocasión para decirle a los gobernantes que no sean complacientes, que hagan su trabajo acometiendo de una vez por todas las reformas estructurales necesarias para mejorar la productividad y la competitividad, que es el problema europeo de fondo. También ha vuelto a insistir en el margen de las políticas fiscales, que necesariamente tienen que ser asimétricas, expansivas en aquellos países que como Alemania tienen holgura presupuestaria y flexibles en cuanto calendario en aquellos otros países como España, que todavía siguen teniendo una excesiva deuda pública. El BCE no puede solucionar por sí solo el estancamiento de Europa. El banco central debe garantizar la estabilidad y los gobiernos el crecimiento. Ha llegado la hora de asumir cada uno sus responsabilidades y de que el BCE no trabaje en absoluta soledad.

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