el poliedro

José Ignacio Rufino

España, abocada a viajar sin pausa

Las empresas españolas reaccionaron con éxito saliendo al mercado exterior ante la debacle sufrida en el interiorSubirá el IVA y supondrá un nuevo golpe al consumo, lo que nos obligará a exportar más

Como a la fuerza ahorcaron, muchas empresas españolas comenzaron a exportar o a salir al exterior ante la debacle que desde 2008 azotó a prácticamente todos los mercados interiores, al golpear la contracción del crédito y la devaluación patrimonial de los españoles y de las empresas nacionales al nivel de empleo, a la renta disponible y al consumo. Las exportaciones, en concreto las de un servicio casi en estado puro como es el turismo, y una industria también pura y vinculada a una necesidad básica, como es la agroalimentaria, vistieron de alguna capa de amianto comercial a Andalucía en aquella deflagración generalizada que convirtió en chamusquina y pavesas las certezas de nuestra estructura económica. Porque, recuerden, nuestra exposición al crédito que infló artificialmente al ladrillo hizo que la ya denominada Gran Recesión del mundo occidental tuviera una gravedad extra en España. Habíamos crecido demasiado, íbamos a echarle la pata a Francia y "ojito, Alemania" -¡oh, Zapatero!-. Pero el crecimiento fue en buena medida patológico, insano, bumerán.

Mas España es un gran país y, aunque contraída y muy enferma del paro juvenil crónico, sale adelante. No es gratuita la afirmación, ni tampoco patriotera. Pueden ustedes decir, con toda razón: "Si éste es un gran país, ¿cómo serán los menos grandes?". España, no tanto Andalucía lamentablemente, es una potencia industrial de percentil 90 ó 95 (recuerden si han sido padres: "Mi niña es percentil 90; de cada diez, nueve tienen menos talla"). En ciertos sectores, como el constructor o los propios agroalimentario y turístico, hablamos de una potencia de primer orden. Y -a la fuerza ahorcan, decimos- ante la penuria interior nuestras empresas salieron al exterior, o sea y como se dice en la jerga, se internacionalizaron. El turismo es una exportación rara, pero al cabo se trata de vender al exterior trayendo a su gente para acá. Vender aceitunas de mesa, fresones o aceite de oliva a los grandes intermediarios europeos o, mejor, directamente es exportación clásica. Exportar construcción es exportación de servicios, algo que sólo han podido soportar las grandes empresas con gran músculo financiero: para muchas pymes, irse a construir sin contar con sus activos intangibles -básicamente, relaciones sólidas con proveedores y subcontratistas, adaptación del personal, conocimiento del medio cultural- ha sido una condena y no pocas veces una fosa donde enterrar dinero.

De la necesidad, virtud, solemos aquí decir. Y ante la inanición y la ruina, España ha interiorizado la necesidad de exteriorizarse. Y esto tiene otras lecturas, síntomas y consecuencias. Una primera, con morbo y tufillo, es que ya el 24% de las empresas del Íbex cuentan en sus consejos de administración con antiguos políticos o burócratas extranjeros: la puerta giratoria se globaliza. Otra, segunda y más esencial, estratégica o filosófica, y de gran dureza por lo mucho que el futuro del sistema de pensiones parece ensombrecerse, es que presupuestaria y fiscalmente además de por causa de la losa de la deuda soberana de España el IVA acabará por volver a subir. El Fondo Monetario Internacional (FMI) lo pide periódicamente y, aunque esta institución ha dicho digos y diegos y ha patinado una y otra vez, parece que no hay muchos otros cursos de acción para paliar nuestros graves defectos, porque el desempleo estructural español -más empleo implica más ingresos públicos y mayor consumo y mayor producción y...- no permite grandes optimismos por esta vía. Subir el IVA será un nuevo golpe al consumo interno, y el salvavidas más probable -las habas son contadas, ¿qué otros salvavidas razonables hay?- es vender más y más fuera. España está abocada al viajar, y no familiar o lúdicamente, sino empresarialmente.

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