Rafael Salgueiro

Economista

Sobre los Fondos de Recuperación y el “Perte Chip”

El plan para impulsar la industria de los semiconductores no debería limitarse a la fabricación

EN nuestro país el ruido político es de tal intensidad que no siempre es fácil separar la información de la propaganda. Cierto es que nuestro Gobierno tiene afición a unir ambas cosas más allá de lo debido, pero también es cierto que la oposición parece alegrase con cada tropiezo del Gobierno, con cada modificación negativa de una previsión económica o con cada proyecto de importancia que se encuentre con algún inconveniente.

Tomemos el ejemplo de los fondos de recuperación, los Next Generation en lenguaje coloquial, y de algunos de los importantísimos proyectos individuales impulsados por ellos. No es infrecuente que los medios incluso se pregunten si se están ejecutando o no, ya sea porque no es sencillo hacerse con la información necesaria para responder la pregunta o ya sea porque una autoridad de la Comisión Europea haya dicho que ni tiene información completa sobre España, aunque días después el ministerio responsable anuncie la petición de entrega del siguiente tramo de la financiación. De algún proyecto principal, la fabricación de baterías para automóviles, conocimos en su día el desestimiento del promotor debido a la imposibilidad de cumplir los plazos establecidos, y no mucho tiempo después hemos sabido de la recuperación de dicho proyecto.

Sabemos que ha habido discrepancias respecto a la organización de la gestión de los fondos, que ha sido reservada y centralizada en el ámbito político, a diferencia de lo hecho en otros países, con participación de la iniciativa privada en el nivel superior de decisión. Sabemos también que la gestión de la información respecto a la ejecución no es todo lo completa y precisa que tendría que ser y que no es suficiente el dispositivo informático que se había desplegado. Sabemos también que se le ha pedido ayuda y asistencia a las grandes compañías consultoras, porque están en todo el territorio y disponen de recursos humanos bastantes –o de formarlos con rapidez– para realizar su trabajo. Lo cierto es que la gestión de los fondos, la distribución de un volumen ingente de recursos financieros entre proyectos que tengan cabida en las líneas señalada en el Plan de Recuperación, no es un trabajo administrativo fácil. No es una asignación automática que se pueda resolver mediante el cumplimiento de unos cuantos parámetros, sino bastante más compleja porque es necesario tomar decisiones discrecionales bien asentadas técnica y económicamente.

Además, como tenemos un país administrado mediante el troceo del territorio nacional, siempre será posible aludir a injusticias en el reparto, atendiendo al monto recibido por cada territorio, aunque se relativice con la variable territorial o social que resulte más conveniente al reclamante, pero sin prestar la atención debida a la calidad de los proyectos propuestos desde ese territorio o a su contribución al logro de los fines generales de un ambicioso programa nacional. Pero lo peor de todo es que la decisión de ubicación de una instalación industrial, de un nuevo centro de investigación, o una actuación singular lleguen a ser vistas por el público como logradas gracias a la afinidad de su gobierno local o autonómico con el gobierno central, que es el decisor. Por esta razón, es absolutamente imprescindible utilizar el grado máximo de objetividad que sea posible y explicar los fundamentos del resto discrecional de la decisión; entre los cuales, claro está, hay que incluir las preferencias de la propia empresa que ejecutará un proyecto al que habrá de aportar una fracción muy significativa de la inversión total.

Como seguramente ya sabe el lector –o puede consultarlo en https://planderecuperacion.gob.es, o acercarse a algunas de numerosas entidades colaboradoras (entidades financieras, consultoras, etc.)–, el acceso de un proyecto a los fondos se realiza por tres vías: Convocatorias de acceso a licitaciones, subvenciones, etc. Manifestaciones de interés que han permitido precisar la orientación de los fondos. Ya están cerradas y han sido 32 en total. Algunas de ellas siguen en estudio y otras se ya han transformado en proyectos. Digamos que ha sido una vía muy útil para ampliar los límites del panorama que es posible visualizar desde el interior de una administración. Finalmente, la vía de los denominados Perte: proyectos estratégicos en los cuales es imprescindible la colaboración entre la Administración, empresas y centros de investigación. En mi opinión, es en el propio éxito de los Perte en lo que descansa en mayor medida el éxito de la aplicación de los Fondos de Recuperación. Su ejecución no siempre puede ser inmediata, por la complejidad de los proyectos, por el tiempo necesario para la realización de la inversión, y también por el tiempo que requiere aunar las muy diversas capacidades necesarias. Además, sus verdaderos resultados requerirán bastante tiempo para poder ser apreciados.

Entre estos Perte, por ejemplo, se encuentran el Desarrollo del vehículo eléctrico y conectado, y el de Microelectrónica y semiconductores (el Perte Chip coloquialmente), los dos más complejos técnicamente y, a la vez, los dos más oportunos teniendo en cuenta las tendencias mundiales conocidas por todos los lectores. El éxito no será disponer de una fábrica de baterías, aunque esto sea inaugurable, ni fábricas de chips con nodos de más de 5 nanómetros y de menos de 5 nanómetros (unidad de medida habitual e indicativa de la complejidad del dispositivo), tal como se diferencian en el documento. Las fábricas también serán inaugurables, claro, y será necesario atraer a alguna de las empresas internacionales dedicadas a este campo (son muy pocas las actualmente capaces de producir chips inferiores a 5 nanómetros) pero el éxito no será sólo haberlas atraído en medio de una intensísima competencia con Estados Unidos y otros países de la UE, amén de los proyectos propios establecidos en Japón, Corea del Sur e incluso India. El éxito estará en haber logrado crear un auténtico ecosistema orientado al diseño de chips, al software que los hará útiles y a la fabricación final, esperemos que no sólo limitado a la impresión de los dispositivos sino también a etapas anteriores, como la producción de obleas (wafers). El caso es que, en España, bien en Escuelas de Ingeniería, en centros de investigación ya en activo, y en empresas privadas, tenemos buena parte de las capacidades necesarias y de un altísimo nivel no suficientemente conocido por el público en general. Si el proyecto sirve sólo para tener fabricación local, pues muy bien, podremos atender parte de la demanda nacional y europea hoy insatisfecha y será un buen negocio, pero el propósito no puede ser limitarse a fabricar chips diseñados por terceros, sino a adquirir o desarrollar capacidades propias, ya establecidas o incipientes, además de avanzar por la curva de aprendizaje de este tipo de fabricación, a lo que servirá la fabricación de nodos de más de 5 nanómetros. El otro tipo es muy diferente y supondrá aprender a actuar ante los fenómenos físicos que se producen a esa mínima escala. Obviamente, no todas las aplicaciones de los chips requieren dispositivos de altísima complejidad, más bien sólo un número muy limitado por el momento. Pero es necesario, creo yo, abordar simultáneamente, el conocimiento de la más elevada complejidad y, a la vez, progresar por la curva de experiencia en la fabricación de chips menos complejos. Esto es lo que hizo Corea en su momento, fabricando chips cuya tecnología ya estaba superada, pero sabiendo que sólo el aprendizaje les podría llevar al lugar que hoy ocupa uno de sus fabricantes: Samsung; una posición que se verá reforzada con el plan de acción de su gobierno cuya perspectiva está puesta en 2030. Por otra parte, el proyecto de Japón en semiconductores se basa en la participación de empresas fabricantes y de empresas usuarias, porque estas son quienes señalarán lo que será necesario fabricar en el futuro. Esta colaboración investigación-industria y el apoyo del gobierno es la base del éxito de Taiwan en la fabricación de semiconductores. Finalmente, hay que aplaudir que EE UU y la UE estén siguiendo caminos bastante similares. Ambos cuentan con una ley que establece el marco general: la Ley Europea de Chips (aprobada por la comisión en febrero de este año) y la Ley de Chips y Ciencia (aprobada por el Congreso de EEUU en el mes de agosto). Su lectura muestra el pensamiento de estos gobiernos y cómo las líneas de acción son bastante homogéneas: ninguna descuida la necesidad de crear un ecosistema completo en torno a los chips. Personalmente, en lo que valga la opinión de un lego en el asunto, creo que el enfoque del Perte Chip es el adecuado. La única prevención que tengo es que por razones territoriales y de funcionamiento del sistema de investigación no seamos capaces de sumar de una vez todas las capacidades españolas para hacer algo, estuvieren donde estuvieren, en lugar de distribuir trozos de lo mismo por todo el territorio con cualquier excusa banal de equilibrio o de justicia territorial.

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