Consumo

El aceite de palma contraataca

  • Productores, industria y la refinadora Lipsa, con fábrica en Huelva, crean una fundación para defender buenas prácticas ambientales y laborales y combatir la idea de que es nocivo para la salud

Hace algo más de un año, el aceite de palma se convirtió casi en el demonio. Tuvo que ver en ello una investigación del Instituto de Investigación Biomédica de Barcelona (IRB) que determinó que el ácido palmítico podía provocar una metástasis. A partir de ahí, el asunto se viralizó y se multiplicaron los artículos, vídeos y opiniones en redes que desaconsejaban su consumo y de paso acusaban al cultivo de causar deforestación y pobreza en los países productores.

Como a toda acción le suele seguir una reacción, surgió la Fundación Española del Aceite de Palma Sostenible, que agrupa a productores de Guatemala y Colombia, industria compradora y una refinadora, Lípidos Santiga (Lipsa). Es la única del país para este producto y cuenta con una fábrica en Barcelona y otra en el polo industrial de Huelva. La fundación niega que la palma esté provocando deforestación –admite que ha habido malas prácticas, pero está empeñada en corregirlas– y niega que sea dañina.

Lipsa no compra en zonas deforestadas o con malas condiciones laborales

Lipsa, como importador español, tiene como política no comprar producto en zonas deforestadas y donde no haya condiciones dignas de trabajo. “Trazamos todas las compras, el 100%, hasta el origen; sabemos de las plantaciones que vienen”, dice José Ángel Olivero, director comercial. Para ello, cuenta con una ONG francesa, The Forest Trust (TFT), que mediante geolocalización detecta cualquier cambio de uso de un terreno. Además, Lipsa publica en su web todos los molinos de las explotaciones donde compra, que son unos 1.000.

También tiene por norma comprar en explotaciones con buenas prácticas laborales. Olivero ha estado en algunas que son casi miniestados: “A lo mejor trabajan 500 personas y se les proporciona vivienda, médico, escuela, supermercado e incluso iglesia, mezquita o templo budista. Llama la atención lo que preocupa a grandes productores el tema social”.

José Ángel Olivero José Ángel Olivero

José Ángel Olivero

Ahora Lipsa tiende a comprar cada vez más en Latinoamérica, donde nunca se ha detectado deforestación. “Tradicionalmente lo hemos hecho en Indonesia, Malasia, Papúa Nueva Guinea y Colombia, pero cada vez vamos más a Ecuador, Guatemala y Honduras y también Colombia”. Y es que aunque cada vez son menos los episodios de deforestación y los asesinatos de orangutanes (éstos en la isla de Borneo, exclusivamente) “son cosa del pasado”, “de vez en cuando” sale una noticia y Lipsa “no se puede arriesgarse a que se dañe su imagen”. Estos episodios se localizan en algunas zonas de Indonesia, que concentra el 50% de la producción mundial.

La dosis de consumo media por persona son cuatro gramos, "y eso ni de lejos es motivo de riesgo"

Lo aplicado a Lipsa, según Olivero, es también extrapolable a toda Europa. “Somos miembros de la Alianza Europea para el Aceite de Palma, que lucha por lo mismo. En Europa hay mucha seriedad y el de la palma es el sector que mejor conoce su producto, dónde debe comprar y dónde no”.

Respecto a su efecto en la salud, Olivero explica que la palma está bendecida por la FAO y por la agencia de seguridad alimentaria europea, “y la agencia española no se ha pronunciado en contra”. “Lo que han dicho es que podría contener unos contaminantes –3 MCPD y glicidol– que podrían ser cancerígenos, pero eso ocurre con todos los aceites y grasas del mercado. Todos pueden contener estos contaminantes”.Que se pueden mitigar. Y de hecho Lipsa incorporó un nuevo sistema de refinado en 2011 que reduce la temperatura. “Es importante también la calidad de la materia prima, un 20% es eso y un 80% el refinado, con eso mitigamos los contaminantes”.

Además, dice, tomamos el producto tan en pequeñas dosis que es casi imposible que se dé un efecto negativo. “Hemos hecho un estudio que concluye que la dosis media por persona de esta grasa está en cuatro gramos por día, y eso no llega ni de lejos a ser motivo de riesgo. Es media cucharadilla de azúcar de las de café”. Recordemos que el aceite de palma no se consume como producto, como ocurre con el aceite de oliva, sino que está en pequeñas proporciones en otros alimentos para dar consistencia y durabilidad. Hay dos variedades: la palma, más blanda y que se usa en margarinas, pastelería, galletería y fritura; y el palmiste, que se saca del hueso del fruto y que se usa para coberturas de chocolate y natas vegetales.

Olivero combate también la idea de que la palma es una grasa saturada, o al menos saturada al 100%. “Tiene los mismos ácidos grasos que el aceite de oliva; lo que varía son las proporciones, el de oliva tiene un 85% de ácidos grasos insaturados (buenos) y un 15% de saturados (malos) y en la palma la proporción es 50-50. ¿Por eso uno es muy bueno y otro es muy malo? No acabo de entenderlo”, argumenta.

También alude a la conclusión del IRB, uno de los orígenes de la polémica. Determinó que el ácido palmítico produce metástasis. “Pero todas las grasas del mercado tienen ácido palmítico; el aceite de oliva tiene un 12%, la grasa de chocolate, un 20%, nuestra propia grasa corporal, un 25% y el aceite de palma, un 42%”, dice Olivero, que sentencia: “Sus conclusiones no son acertadas. Han alimentado a ratones con ácido palmítico puro, que además provenía de grasa animal. Los humanos no nos alimentamos así, tomamos alimentos y uno de los ingredientes es el ácido palmítico, que está en la leche materna. ¿Puede ser malo algo producido por nuestro cuerpo?”

Con acierto o sin él, la ola antipalma ha provocado que Lipsa reduzca un 10% las ventas del producto a la industria, de lo que deduce una reducción del consumo final en esa proporción.

Ahora mismo, el 40% de todo el aceite de palma refinado por Lipsa y destinado a alimentación humana tiene certificado sostenible de la RSPO (Mesa Redonda para el Aceite de Palma Sostenible). “El otro 60% es también sostenible, pero no tiene certificado porque la industria no lo solicita”. Por ahora, las empresas se debaten entre usar palma y no, y no tiene mucho sentido que paguen algo más por un certificado si no están convencidos del producto. “Yo creo que es un error, usar un aceite de palma certificado debe ser un plus”, dice Olivero, que admite que incluso muchas de las que sí pagan no publicitan nada para “protegerse si hay alguna campaña en contra”.

¿Y el Gobierno? “Silencio administrativo, tanto de éste como del anterior”, afirma el director general de Lipsa. La fundación le pide, solamente, que firme la declaración de Amsterdam, un compromiso para que en 2020 todo el aceite de palma consumido sea sostenible. Lo han firmado ya Francia, Alemania, Italia, Holanda y Reino Unido.

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