Tribuna Económica

Carmen Pérez

El adolescente euro

Hace quince años y aún recordamos cómo en 2002 por estas fechas acudimos a bancos y cajeros para conseguir nuestros primeros euros. Y empezamos a utilizarlos. Como si estuviéramos en un país extranjero, todo el día calculando: seis euros mil pesetas, era la referencia mental para ajustar el cambio. Todavía ahora las grandes cifras las seguimos convirtiendo. Su primera etapa transcurrió con calma, sin sobresaltos: la zona euro creció y mejoraron el empleo y los salarios, impulsada por los bajos tipos de interés, la inflación controlada y la eliminación interna de los tipos de cambio. Pero pronto el euro empezó a enfrentarse a sacudidas externas e internas tan importantes -a punto de morir estuvo en 2012- que ha llegado a ser un adolescente frágil, sin autoestima, conflictivo, con desequilibrios internos, problemático. Y lo peor es que le han aparecido unas tendencias suicidas que pueden aniquilarlo.

Desde la crisis, el raquítico crecimiento de la eurozona ha perjudicado el bienestar general que se había alcanzado y ha frenado e incluso empeorado la convergencia económica. Algunos países -Grecia, Irlanda, Portugal, Chipre- tuvieron que ser rescatados, y casi todos han venido sufriendo de presupuestos deficitarios, que han disparado sus deudas públicas, comprometiendo gravemente el futuro de la eurozona. Es cierto que se han tomado medidas para contenerlos -el déficit medio se sitúa en el 2,1% del PIB y la deuda en el 90,4% del PIB- y que se han llevado a cabo desde el BCE radicales actuaciones de política monetaria. Pero todas ellas han buscado salvar al conjunto sin cuidar que el desarrollo interno haya sido equilibrado: se han acentuado las diferencias entre los países del norte y del sur; se están produciendo importantes transferencias de rentas de ahorradores a endeudados; y ha aumentado la desigualdad entre la población de manera generalizada.

Y si descendemos directamente a lo que ha significado el euro para el bolsillo de los españoles tras estos 15 años, encontramos que mientras el sueldo mediano, más realista que el salario medio, ha experimentado, según el INE, un crecimiento del 24,2%, la inflación creció un 36%. Es más, los precios de los productos y servicios más cotidianos, según la OCU, lo hicieron en más de un 60%, superando el 100% en otros, como el transporte o los precios de bares y restaurantes. Sólo bajaron videoconsolas, teléfonos y ordenadores.

Así, el proyecto euro ha llegado a su pubertad muy debilitado; tanto que, del mismo modo que a algunos jóvenes les brotan pensamientos suicidas, han surgido movimientos euroescépticos, principalmente en Francia, Alemania e Italia. Además, acontecimientos como el Brexit, la victoria de Trump, la llegada de inmigrantes o el terrorismo islámico tampoco facilitan que el euro supere esta etapa. Sin embargo, el euro -que involucra a más de 320 millones de personas de 19 países- sigue contando con un elevadísimo nivel de apoyo entre los ciudadanos. En 2002 le pedimos a los Reyes Magos una calculadora convertidora. Hoy, 6 de enero de 2017, la carta de peticiones para que el adolescente euro consiga encontrar su identidad es bien larga.

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