El poliedro

José Ignacio Rufino

No habrá más que arriba y abajo

Los paraísos fiscales y los salarios irrisorios son rasgos de nuestra metamorfosis hacia una mayor desigualdad.

DEFINIMOS a la clase media por exclusión entre los dos segmentos socioeconómicos entre los que ahora languidece, como una mortadela revenida entre dos rebanadas de pan distantes: por arriba, la delgada pero firme rebanada de quienes viven de sus rentas, sean éstas originarias de sus antepasados o de su propio mérito y su éxito económico (alternativamente, de sus robos o abusos de poder); por abajo, aquellos que, poco cualificados y desprovistos de propiedades, aportan su trabajo a cambio de un modesto salario, la llamada clase obrera, un proletariado que engorda con la caída de los hijos de la clase media. Mucho se ha escrito sobre la decadencia de uno de los logros más asombrosos -benditamente aburrido- de la historia de la Humanidad: la clase media. Estrato social recentísimo, de difusión minoritaria en el planeta. Que reúne dosis suficientes de los tres ingredientes con los que Max Weber caracterizó el concepto de clase: suficiente estatus económico, suficiente poder político, suficiente prestigio. Capacidad de generar riqueza decente mediante la permeabilidad interclase. Una medianía que ha ido de la mano del salto que supone pasar de la caridad y el caciquismo al Estado de bienestar, que reconoce unos derechos y comodidades que muchos de mi generación consideramos indiscutibles, pero que no sólo los discuten los que creen en la mano benéfica de un mercado a quien hay que despojar de límites y tutelas, sino también quienes vigilan en la sombra, desde Bruselas o Washington, nuestro cuadro macroeconómico.

Vigilan sobre todo nuestro déficit y nuestra deuda pero, con la eterna displicencia técnica de los ortodoxos, no tanto nuestro vergonzante nivel de desempleo y las crecientes brechas de igualdad, que no por estar glosadas profusamente dejan de crecer. Es el paro, precisamente, el origen de la creciente desigualdad que lamina a la clase nutritiva que es síntoma de salud social, la clase media. Un estudio de la Fundación BBVA IVIE, hecho público esta semana, confirma que vamos a peor, y que lo hacemos de una forma más dañina que en otros países que nos sirven de referencia. Desde 2009, tres millones de personas han abandonado la clase media, y se encuentran en la pobreza o viéndola cerca, sus expectativas oscuras como el carbón. Entre 2007 y 2013, la renta disponible por hogar ha caído un 20%, una quinta parte. Tal caída no ha sido proporcional, según confirma el estudio mediante el cálculo del oportuno Índice de Gini: lo llevan ustedes oyendo unos años, hay menos ricos más ricos, y muchos más pobres, muchos de ellos sin trabajo (hay pobres con trabajo, sí, a puñados). El principal esfuerzo redistribuidor para compensar la debacle lo ha hecho el Estado, el Gobierno socialdemócrata de Rajoy, obligado a dar hachazos a su propia gente para evitar la entrega del patrimonio nacional a extraños.

Hace diez años, el 60% de los españoles eran clase media, el 31% clase baja y el 10% clase alta. Hoy, estas proporciones se han convertido en 51%, 39% y 10%. Más pobres. Los más ricos se mantienen firmes, sin perder mientras todo alrededor decae. Los paraísos fiscales donde distraen dinero quienes de verdad lo tienen son un rasgo clave de este panorama inquietante. La precariedad en los empleos creados son pan (duro) para hoy y hambre para mañana. Nuestro modelo laboral cambió por urgencia y necesidad, pero la nueva estructura social -laboral- no avala sino ruina. Los salarios de risa no harán más competitivo a este país. Lo harán más cutre, periférico e invivible. (Mientras, una encuesta revela que sólo un 21% de los vascos quiere ya ser independiente: quién quiere independencias con un chollo fiscal, en buena medida conseguido por la vía del dolor.)

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