Análisis

El ciclo político y el económico

  • La experiencia de España y de los países occidentales en las elecciones posteriores a 2008 muestran la vulnerabilidad de los gobernantes que no saben enfrentarse a la crisis

EL apoyo a la modificación de la Constitución en plena crisis es, con toda probabilidad, muy diferente al que se produciría en época de bonanza y los resultados de la consulta sobre el referéndum soberanista en Cataluña también cambiarían con la coyuntura. Si es cierto que los cambios políticos radicales son mucho mejor recibidos en épocas de crisis, la situación actual sería la más propicia para los promotores de la iniciativa, pero también que, si se confirman las señales de recuperación en la economía, el apoyo irá disminuyendo a medida que pase el tiempo. Puede que no sean del todo claras ni que se ajusten siempre a las mismas reglas, pero desde luego las relaciones entre la política y la economía existen y los políticos saben de sobra como sacar provecho de ellas.

Felipe González formó su primer gobierno tras las elecciones de 1982 y se mantuvo en el poder hasta 1996. Catorce años de ciclo político particularmente complejo por la injerencia de los nostálgicos de la dictadura y el terrorismo de ETA, que se fusionó casi a la perfección con el económico, por entonces a punto de abandonar la dolorosa crisis de los 70 a base de promesas reformadoras de alcance, entre ellas la polémica reconversión industrial. La crisis del 93 planteaba un enorme reto electoral al PSOE que, sin embargo, consiguió superar a pesar del fuerte descenso en votos, gracias al apoyo de nacionalistas vascos y catalanes en la última investidura de Felipe González.

Aznar recogería el testigo tres años después en condiciones bastante similares a las de su predecesor. Quedaba definitivamente atrás la crisis de los noventa y se iniciaba un nuevo ciclo económico que prometía ser el soporte de otro ciclo político liderado, en este caso, por el PP. Por otro lado, si para entender la prolongada permanencia socialista en el poder hay que considerar la coincidencia del auge del ciclo económico con la incorporación de España a la Comunidad Europea, tras el relevo popular se produjo otra coincidencia singular. El 1 de enero de 1999 se creaba la Unión Económica y Monetaria Europea que tres años más tarde pondría en circulación el euro. También en esta etapa aparecieron los impulsos reformadores que suelen acompañar al cambio de ciclo político, en esta ocasión centrados en la privatización de empresas públicas, la liberalización del mercado del suelo y los primeros intentos de reforma laboral.

Todo parecía indicar que se repetiría la superposición cíclica, pero la inesperada derrota electoral popular en 2004, auspiciada por la renuncia de Aznar a la reelección, la crispación social a raíz de la guerra de Irak y los atentados del 11-M, quebraron los pronósticos. Zapatero quedaba condenado a afrontar las consecuencias políticas de un ciclo económico que se aproximaba a su final en condiciones particularmente catastróficas.

Rajoy tuvo la desgracia de afrontar sus primeros comicios antes del colapso financiero del otoño de 2008, sin encontrar la forma de desenmascarar la falsedad del diagnóstico oficial sobre la desaceleración en el crecimiento y, mucho menos, de convencer al electorado de los riesgos de la irresponsable actitud gubernamental. Tuvo también la fortuna de aplazar su acceso al poder hasta que el ciclo económico se había completado sobradamente y arrastrado en su caída al Gobierno de Zapatero. De esta forma se establecían unas condiciones particularmente propicias para el nacimiento de un nuevo y prolongado ciclo político que, como cabía esperar, también se puso en marcha con un ambicioso programa de reformas estructurales.

La experiencia española y la caída de la mayoría de los gobiernos en las democracias occidentales en los procesos electorales posteriores a 2008 permiten afirmar que los ciclos político y económico no son independientes, e incluso que el segundo tiende a condicionar al primero. La impresión es que las crisis convierten en vulnerables a los gobiernos que no saben enfrentarse a ellas y favorecen la alternancia en el poder, pero esto es algo que no se puede sostener, dado que abundan los casos, como lo de González y Zapatero, en los que las circunstancias políticas tuvieron mayor trascendencia que las económicas en la explicación de los cambios y, de hecho, existe una considerable tradición académica que interpreta el ciclo económico como una consecuencia del político.

Kalecki (1943) ofrece una interpretación heterodoxa de este último según la cual los gobiernos tienen la posibilidad de alterar el desempleo y la utilizan de acuerdo con sus intereses. Lo reducen al máximo en los periodos previos a las elecciones y favorecen la recuperación de los beneficios empresariales cuando se han realizado. Los políticos utilizan la memoria cortoplacista del electorado para conseguir la permanencia en el poder, aunque la alternancia en el ciclo político sugiera que no siempre con éxito, salvo en Andalucía. Obviamente los ciclos político y económico también se suceden en Andalucía, aunque aparentemente solapados de tal manera que, al menos hasta ahora, ninguno de ellos ha sido lo suficientemente poderoso como para provocar la alternancia en el poder, lo que nos permite afirmar que, al menos en lo que se refiere a la interdependencia entre la política y la economía, Andalucía es un caso que definitivamente queda fuera de la teoría.

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