Tribuna Económica

Joaquín Aurioles

Los límites y las oportunidades del turismo

Se acabó el año y también Fitur y el balance general es de satisfacción en ambos casos, aunque con algunas sombras, especialmente en lo que se refiere al futuro del sector y a su consideración de estratégico. No todo el mundo ve con buenos ojos una apuesta por el sector tan fuerte como hasta ahora, alegando los inconvenientes del monocultivo, del empleo de baja calidad y de externalidades no deseables. Además están nuevos motivos de rechazo por su impacto en la vida cotidiana de algunas ciudades y en el medioambiente, especialmente a raíz de la cumbre del clima y del nuevo impulso al debate sobre las consecuencias ambientales de algunas actividades que relacionadas con el turismo, como el transporte aéreo.

También existen poderosas razones a su favor. Entre ellas, nuestra nada despreciable condición de potencia internacional en una de las actividades más dinámicas a nivel mundial (2,9% de crecimiento anual medio durante la década, según OMT) y que desde 2015 se nos reconozca como el destino más competitivo del planeta. El turismo andaluz, por su parte, ocupa una posición prominente dentro del español y los resultados del pasado año indican que con tendencia a reforzarse.

Andalucía recibió 24 millones de viajeros en 2019 (5,9% más que en 2018) que realizaron 71,5 millones de pernoctaciones (3,5% de incremento y un 15,3% del total español) en establecimientos reglados, de los que 11,3 millones fueron extranjeros (47% del total y un 4,8% más que el año anterior). Por su parte, los 12,7 millones de turistas españoles (un incremento del 6,9%) confirman, como es habitual, a Andalucía como el destino preferido por el turismo nacional (19,5% de cuota nacional). Hay que señalar que la mayor parte de este movimiento (19,8 millones de viajeros y 54,9 millones de pernoctaciones) se realizó en las cerca de 260.000 plazas ofertadas por los hoteles andaluces, permitiendo una ocupación media del 56,7% y un volumen de algo más de 36.000 empleos.

El turismo andaluz es una potente industria consolidada en los principales mercados, pero que todavía no ha sabido exprimir suficientemente su extraordinario potencial de transformación social y económica. Sería un grave error caer en la complacencia ignorante de las señales de fatiga en algunos de sus elementos y continuar limitando la observación del sector a la perspectiva incrementalista que proporcionan los datos de viajeros y pernoctaciones, pero sobre todo no puede permitirse permanecer ajeno a otras dinámicas simultáneas e influyentes, como la demográfica, la económica o la tecnológica. El aprovechamiento inteligente de estas oportunidades deben comenzar reconociendo los límites a las servidumbres que impone a la convivencia, pero también las posibilidades de diversificación de la base productiva local que proporcionan la conectividad, la deslocalización de actividades intensivas en tecnología y el poder de atracción del ocio y la cultura. Desconocemos si en la Junta de Andalucía piensan lo mismo, pero sorprende el extraño alojamiento de la política turística en una consejería tan ajena al resto de los sectores productivos y a la dinámica de innovación.

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