Respons(h)abilidades

Con un ojo en suelo y otro en el horizonte, así debe ser la Responsabilidad Social pública

  • En la era de la tecnología, la previsión, la formación y la inteligencia emocional son los grandes retos humanos que la Responsabilidad Social de las entidades públicas debe liderar

Con un ojo en suelo y otro en el horizonte, así debe ser la Responsabilidad Social pública

Con un ojo en suelo y otro en el horizonte, así debe ser la Responsabilidad Social pública

Reconozco que cada vez que leo un titular como el que voy a compartir a continuación me paro en seco. A mis neuronas les cuesta digerir rápido que “el 85% de los empleos de 2030 no se han inventado todavía”. Expertos internacionales del sector digital hicieron este vaticinio la semana pasada en Córdoba. Es una realidad de la que se habla ya hace tiempo. Así que dado que la evolución social me hace dudar sobre si mi hijo menor estará fuera de casa o no dentro de diez años, tal afirmación me suscita una pregunta que supongo comparten las madres y padres que me leen ahora: ¿en qué tienen que prepararse nuestros hijos para volar fuera del nido? Y entonces hacernos otra: ¿está nuestro entorno próximo preparado para adaptarse a una transformación social casi tan veloz como la de nuestros teléfonos? Ahí es donde me freno en seco.

El inquietante titular lo leí de nuevo la semana pasada en un medio digital. Se hacía eco de la jornada “El futuro de Andalucía” organizada, entre numerosas instituciones y empresas, por la Universidad de Córdoba y Fundecor, la fundación universitaria para el desarrollo de la provincia cordobesa. El objetivo del evento era justo este del que estamos hablando: alumbrar el camino hacia cómo adaptar el entorno más próximo a una realidad cambiante e incierta. Y en esto las instituciones públicas tienen mucho que decir. Esa es su responsabilidad social, sobre todo de cada una de ellas en sus respectivos territorios.

Responsabilidad social con el territorio

Si definimos la RSC como la forma rentable de gestionar empresas mirando a largo plazo y desde el diálogo con todos sus públicos de interés, la RSC de las organizaciones públicas es lo mismo, sólo que su rentabilidad no se mide en beneficios económicos, al menos no los propios. La rentabilidad de las instituciones públicas debería reflejarse en el desarrollo económico y social del territorio al que sirven. Puede resultar una perogrullada, pero a veces, en según qué casos, cuesta verlo.

La empresa tiene clientes; las instituciones públicas tienen usuarios que pagamos el servicio con nuestros impuestos. La empresa tiene proveedores para vender servicios o productos; las entidades que gestionan nuestros impuestos tienen profesionales y empresas que les proveen de lo que necesitan para cumplir el fin por el que se fundaron. Una empresa es más rentable cuando su plantilla comparte la misión, la visión y los valores del proyecto empresarial, y lo mismo ocurre – o debería ocurrir- con las instituciones públicas, donde además no hay dueños, que los dueños somos todos. Otra perogrullada.

El beneficiario directo de la relación responsable de las instituciones públicas con esos que son sus principales públicos de interés es, por tanto, el territorio. Y el crecimiento más perdurable es el que va de lo local a lo global. En mi opinión, claro.

Por eso me parece tan importante que todo lo público tenga un ojo puesto en el suelo, con un conocimiento amplio de la realidad y oportunidades de cada zona, y otro ojo puesto en el horizonte, capaz de ver venir a medio y a largo plazo los cambios, para poder adaptarnos con tiempo. Porque la evolución tecnológica es imparable, pero la evolución social tiene otra velocidad y necesita preverse y planificarse.

Formación, formación, formación

Ya nadie pone en duda que la tecnología ha metido la sexta marcha a la velocidad del desarrollo social. Que los empleos de dentro de unos años aún ni existan es consecuencia de eso. Pero no sólo porque la transformación digital está cambiando por completo los procesos de trabajo y eliminando muchos puestos de empleo hasta en las actividades más tradicionales, también porque las consecuencias de los nuevos modelos de vida están generando a su vez nuevas necesidades. Son ejemplos claros la soledad de nuestros mayores, el despoblamiento rural, el aislamiento social o la contaminación extrema. Todos son actualmente, y desgraciadamente, yacimientos de empleo y de empresas.

Pero sea para la tarea más humana o para la más tecnológica, lo cierto es que los empleos que están desapareciendo son siempre los menos cualificados. Por eso la formación es el preciado tesoro que no puede faltar. Lo que pasa es que ya no vale sólo con aprender, hay que estar aprendiendo en continuo. Porque como también concluyen los expertos, las habilidades que aprendíamos antes nos duraban una media de 50 años, las que aprendemos ahora se empezarán a quedar obsoletas en cinco. Y bajando.

Más humanos que nunca

Paradojas de la vida, resulta que lo más humano de nosotros es lo que mejor nos prepara para esa transformación incesante empujada por lo digital. Así que la flexibilidad, la capacidad de aceptación y adaptación al cambio, la empatía, la creatividad y la forma de relacionarnos son algunas de las verdaderas claves de futuro. Todo eso es inteligencia emocional.

En este contexto es donde la Responsabilidad Social de las instituciones públicas adquiere todo su sentido, porque su mayor rentabilidad será alumbrar el camino para determinar las formaciones técnicas que mejor se adapten a los recursos de su territorio sin hipotecar su futuro; también impulsar y defender el desarrollo de las competencias más humanas de los ciudadanos; y ser motor de las alianzas público-privadas que lo hagan todo posible. Y eso, con tiempo, con previsión y con perseverancia.

No quiero que mis hijos se vayan del nido. Lo que ansío, seguro que como ustedes, es que se conviertan en personas felices, autónomas e independientes que no quieran quedarse en casa. Yo procuro hacer mi parte, en lo personal y en lo laboral, y para la otra necesaria parte me implico todo lo que puedo y pago impuestos.

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