POCAS horas antes de que el candidato socialista a la presidencia del Gobierno en las elecciones generales del próximo 20 de noviembre, Alfredo Pérez Rubalcaba, calentara motores para arrancar una campaña electoral con los 100 metros lisos más duros y largos de su dilatada carrera política por delante, 134.182 nuevos parados, arrojados por uno de los meses de octubre más desastrosos de la historia, le cayeron encima de su dignísima calva junto a los otros 4.226.744 contabilizados por los Servicios de Empleo un mes antes. Para colmo, el número de afiliados a la Seguridad Social se situó en 75.249 menos; sonó a ensañamiento, a una puñalada trapera con nocturnidad y alevosía contra sus aspiraciones. Para más inri, hace apenas una semana, Pérez Rubalcaba se cayó ya con todo su equipo cuando la Encuesta de Población Activa (EPA) del tercer trimestre dejó la cosa -la definición más extendida de crisis- al borde de los cinco millones de parados. Algunos de sus colaboradores con mucha guasa vieron con alivio que se quedara a las puertas. Así, con tanto paro a todas horas -uno de cada tres desempleados de la UE es español-, pescar en el mar de indecisos socialistas resulta casi misión imposible hasta para un contrastado socialista universal como este cántabro con raíces madrileñas y gaditanas pero con pinta de haber nacido en una aldea de las Tierras Medias del Señor de los Anillos.

Los 2,5 millones de ex votantes del PSOE que andan estos días deshojando la margarita deben estar entre embarcarse en un acto de fe puro y duro y votar al partido de Pablo Iglesias de nuevo o arrojarse al paso de una procesión para no comparecer y engrosar en las listas de la abstención por baja espiritual. Cabeza de turco más que cabeza de cartel, con la que ha caído desde que se presentara como un valiente, Pérez Rubalcaba debió escuchar ya hace tiempo a Píndaro susurrarle en sueños lo siguiente: "No te afanes, alma mía, por una vida inmortal, pero agota el ámbito de lo posible". Y habrá asumido que su único papel posible en esta Scary Movie 5 es el de Sísifo, subiendo inútilmente por una montaña un peñasco que siempre vuelve a caer al valle de lágrimas que se avecina para el PSOE.

Mientras tanto, Mariano Rajoy, contra más paro, más distancia electoral. El miércoles pasado estaba el kilo de diputado carísimo demoscópicamente para el PSOE y muy barato para el PP. Así las cosas, las cuentas eran 189 populares y 114 socialistas. Con tanto margen, el futuro presidente del Gobierno y su programa se mantenían ocultos tras la humareda de su eterno habano. Pero entre sus huestes ya hay algún hidalgo que sabe que tras el 20-N la crisis mantendrá intacta la capacidad de cocción que convirtió a Rodríguez Zapatero en un trozo de presidente en salsa. Y teme que su señor se convierta en menos de un año en una croqueta de pollo.

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