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Hacedor de victorias, pero ¿la propia o la ajena?

  • Son unos comicios con cuatro protagonistas claros y los escrutaremos cada día desde una misma mirada Albert Rivera llega al inicio de la campaña surfeando en lo más alto de la ola

SE le nota. Hace semanas que es consciente de que a ésta -que es su primera- podría ser. Incluso sin ser el más votado. Albert Rivera es quien llega al inicio de la campaña, que será oficial en 48 horas, surfeando en lo más alto de la ola: todos los sondeos le ven a él y su marca naranja, Ciudadanos, aún sin tocar techo. Y creciendo. Dependiendo del estudio demoscópico, incluso se le sitúa segundo y hasta a escasas décimas del primero. Así que él lo sabe y actúa en consecuencia: puede ser presidente. Y puede porque empiezan a salirle los números para sumar mayoría estable de gobierno a derecha e izquierda del centro útil que está empeñado en representar. Podría decirse que con exceso de camuflaje. Con calculada ambigüedad. Mariano Rajoy es el gallego de estos cuatro jinetes, pero quien, por ahora, no se sabe si sube o si baja, si azul o rojo, es Rivera.

The New York Times lo definió hace escasos días como el centrista hacedor de victorias de estas elecciones a Cortes Generales. La duda es si es la propia o la ajena. Y es que éstos son unos comicios en los que, salvo sorpresa final, quién es el segundo puede ser el factor más determinante para formar Gobierno.

Rivera acaricia la idea de ser investido y hace discursos y lanza mensajes en los que no demoniza, sino lo contrario, la idea de que el Congreso eligiese gobernante al líder del segundo partido en votos y/o escaños. Nunca ha ocurrido en el ámbito estatal. Pero sí en todos los demás, con ejemplos recientísimos.

Hasta ahora, Rivera ha jugado claramente a explotar dos conceptos básicos en política: centralidad y utilidad. Y ha exprimido esa condición en las citas con las urnas que han preñado este 2015 electoral que culmina con la mayor de las contiendas. Y la más abierta. En todas las citas se ha esforzado en trasladar que C's es garantía de moderación y utilidad: invistiendo a siniestra -Susana Díaz- o a diestra -Cristina Cifuentes- o mostrándose como la opción preferida entre los catalanes que no quieren ruptura, sino bienestar y prosperidad.

Pero esos valores que le han hecho crecer repentinamente en expectativas electorales pueden tener un reverso a la hora de transformarlas en apoyo real en las urnas. Si hasta ahora ha conseguido atraer la atención de miles de descotentos de un bipartidismo rampante o de un nacionalismo igual de corrupto con sus formas de nueva política, con su útil contribución, ahora que empieza a ver factible algo inimaginable hace un año -ni siquiera tras las votaciones al Parlamento Europeo- puede caer en la misma dinámica de lo que critica. En el primer debate entre alguno de nuestros cuatro protagonistas, organizado por el diario El País en la noche del lunes pasado, se esforzó primero por no caer en los tics que asquean al personal. Incluso afeó el y tú más. Pero acabó entrando en la noria de descalificaciones mutuas entre los tres aspirantes. No sé si llegó a darse darse cuenta pero, ayer, desde Tenerife, ya en el marco de su campaña propia, regresó a las formas que hasta ahora le han funcionado y proclamó que sabe que las reformas que plantea quizá no den votos, por ultraliberales algunas, pero que las hace pensando "en el futuro del país". Y las contrapuso frente la "vieja izquierda" y a la "vieja derecha", acusando a la primera de sólo querer cambiar lo que ha hecho la segunda, lo que impide, dijo, "una nueva etapa".

Fijar la pieza ayuda a cobrarla en la batida

Acostumbrado a sorprender y confiado en que su discurso político conecta más que el de alguno de sus competidores, Pablo Iglesias no ha dudado en mostrarse cansado -casi deprimido- cuando sus expectativas bajaban en los sondeos. Sabe que la campaña puede decidir. Más de lo acostumbrado. Así que ha decidido fijar bien cuál es la pieza que quiere cazar, convencido de que eso le ayudará a cobrarla desde su puesto en la batida. Su antagonista será Mariano Rajoy, pero su objetivo es minar a Pedro Sánchez, al que desea superar ayudado por Albert Rivera. Espera erosionar al PSOE por la izquierda mientras C's ya lo hace por la derecha. En el debate del lunes lo dejó claro. Mientras comprueba si funciona o no, demuestra que la convicción no es total y por eso sigue cubriendo con piel de cordero el temor que genera.

Mirar sólo al espejo deforma la realidad

Pedro Sánchez explota su imagen. De guapo. No rehúye decirlo, aunque se lo pregunte un galán clásico como Bertín Osborne. Pero ese valor -en política ser bien parecido ha funcionado a menudo en España- es insuficiente si no hay mensaje ni -aún peor- conexión con el electorado. Y ahí probablemente radica su mayor reto en esta campaña, lograr que el votante progresista vuelva, al menos, a interesarse por lo que dice el PSOE. Por lo que dice él. Es su principal debe: no consigue convencer de la necesidad que siempre hubo de que los socialistas contrapesen la realidad política. Él se ve ganador del debate a cuatro al que fueron tres, mientras los lectores del periódico que lo organizó lo ven en último lugar, a distancia de Pablo Iglesias y también detrás de Albert Rivera. Mirar sólo al espejo deforma la realidad.

Impertérrito, con todo se fuma un puro

Impertérrito. Él va a lo suyo. Y, con todo, Mariano Rajoy se fuma un puro. Que hay debates a cuatro porque ésa es la competición en estos tiempos de fragmentación y pluralidad, pues él se va a una televisión y hace una entrevista clásica llena de ofertas amables que pesquen votos en caladeros descontentos. Debatirá: a dos y con Pedro Sánchez. "Como siempre". Y resaltando, como hizo ayer, que sólo él es la voz de la experiencia. Rajoy es un tipo pragmático que explota la normalidad. Dudo que sus críticos saquen réditos de afearle una colleja ante una imprudencia infantil o retratarle siempre leyendo el Marca. ¿Acaso no es reflejo del español medio? Confía demasiado en que prevalezca la certeza de que sacó a España del atolladero económico, olvidando que con no pocos costes sociales.

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