Elecciones

Una operación Menina para el contraataque

  • Pablo Iglesias descalifica a Soraya Sáenz de Santamaría al incluirla en una despectiva Operación Menina que si hubiese enunciado alguien de la 'casta' habría incendiado las redes

DEBÍA estar Pablo Iglesias ayer aún bajo los efectos de su mitin carnavalesco en Cádiz antes de abrir la boca en Málaga. El líder de Podemos, cuya campaña es una mezcla de las reuniones sindicales y universitarias de los primeros 70 y un revival de grandes éxitos de los ochenta, quiso mantener el singular mitin gaditano tirando de ese gracejo de monologuista de Huesca que tiene. Por eso no se cortó al señalar que el PP ha puesto en marcha "la Operación Menina" para que Soraya Sáenz de Santamaría sea la próxima presidenta del Gobierno gracias al apoyo del Ciudadanos. Así, sin pestañear y sin esbozar la menor sonrisa, imitando al añorado Eugenio y sus chistes pero sin el menor asomo de gracia. No estuvo tampoco a la altura de la chirigota de Vera Luque, uno de los grandes de la fiesta gaditana, y se limitó a un comentario de esos que si los dijera un político de otro partido sería inmediatamente linchado en medio de la plaza del pueblo. No hace falta recordar aquí salidas de tono similares que acabaron hasta con dimisiones y, al menos, peticiones públicas de disculpas.

Y no es que Iglesias no tenga razón en eso de que Soraya sea el futuro del PP, que mañana se verá en el debate de Antena 3, es que su comentario demuestra que tras su imagen de innovador de la ciencia política patria se ocultan algunos que otros vicios de esos de los que desde su misma concepción el partido morado han venido denunciando como caspa. Por un lado, la definición de Operación Menina en sí misma tiene mucho de despectivo. Calificar al adversario como mujer cortesana, de servicio, más o menos estira chaquetas de su señor es impropio de alguien que presume de mente preclara y bien amueblada. En un Podemos que hace gala de la igualdad de derechos entre todos por encima de cualquier otra condición, no estaría de más que alguien le llamara la atención. El tiempo nuevo que preconiza Pablo se basa en el respeto, en la superación de los tabúes del pasado, en el reconocimiento de los valores del adversario por encima de su condición sexual. Hablar de cortesanas, meninas y otras circunstancias, además de un pego, es un soberano error que huele mucho a la naftalina que desprende su tan denostada casta.

Claro que podría ser posible que esa estrategia propia del pasado, basada en tensar hasta el extremo la cuerda es la que esté adoptando el líder podemita a la vista de los sondeos. Visto que el éxito de los de principios de año parece que no va a volver, el partido morado parece lanzado a una estrategia hacia los bordes del sistema. No sería de extrañar que Errejón le haya dicho a su supuesto jefe que lo que toca es fijar el voto propio con un mensaje duro y, a partir de ahí, tratar de mejorar los resultados del 20-D rascando en la esquina izquierda del PSOE. Dicho de otra manera, aventar rencillas, enfrentamientos y (casi) odios para transmitir la imagen de que sólo hay una verdad posible frente al PP. Es la estrategia del endurecer para ganar; la de aparecer como el enfant terrible escudado tras el sarcasmo que todo lo permite porque no hay más verdad que la propia. También hay mucho de ese trato despectivo y de superioridad en las alusiones del aspirante a ese debate en el Congreso con Celia Villalobos.

Pablo Iglesias ha lanzado la operación Menina. Dos días ha tardado en tirar de las tácticas más antiguas de la política para rascar más respaldo del que le auguran los arcanos. La iniciativa seguro que le pasa factura mañana en el debate, porque si hay algo que Soraya no parece ser es una menina pusilánime y obediente. El líder podemita no estuvo muy acertado ayer ni en lo que dijo, ni en la banda sonora de los Cazafantasmas que usó para rodearlo. Tirar de descalificación machista de la contrincante es, cuando menos, algo propio de los fantasmas. (Y que el Kichi le aclare lo que es un fantasma en Cádiz).

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