Elecciones

Los votos del bótox

  • Lo bueno de la campaña de 'humanización' de los actuales políticos es que está dejando en pura anécdota varios episodios que hace sólo unos años escandalizaron a medio país

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NUESTROS políticos, y lo contrario sí que sería noticia, se duchan todos los días. También comen, discuten y se emocionan con la misma normalidad con que hacen deporte, se preocupan por los michelines y se pelean con el inglés. Primera lección aprendida de las generales del 20-D: no son robots.

Además de ganar las elecciones, los aspirantes a gobernar España dentro de dos semanas se han lanzado a la campaña con un propósito que roza el ridículo: demostrarnos que son personas. Para conseguirlo, han enterrado cualquier atisbo de pudor y se han subido al circo mediático exhibiendo sus (pocas) dotes culinarias, juegan al ping pong, al futbolín o al dominó, se hacen fotos timoratamente desnudos, evocan sus cameos cinematográficos y hasta nos hacen revelaciones inauditas de higiene personal.

Lo que siempre ha sido cotilleo, lo que en otras épocas se había restringido a la prensa del corazón, ahora se llama "humanizar". Que Vogue, Interviú y los late night shows televisivos entren en la cobertura electoral podría tener hasta una explicación histórica: las cuatro décadas de franquismo dejaron a España a oscuras del aperturismo mediático y nos privaron de los tabloides que tanto éxito tienen en países como Gran Bretaña o Alemania. El caso es que no tenemos experiencia diferenciando la prensa seria de la que no es; como tampoco la tenemos distinguiendo a los periodistas de quienes se dedican al infotainment. Segunda lección del arranque de campaña: en el océano revuelto de la confusión, los programas que deberían dibujar nuestro futuro como país se diluyen en sesiones de photoshop, bótox y divertimento.

Pero no dramaticemos en exceso. Lo bueno de la banalización de la política es que ya no somos (sólo) las mujeres las que caemos en frivolizar y son precisamente los líderes de los partidos los que nos están descubriendo sus facetas más íntimasdejando en pura anécdota episodios que hace sólo unos años escandalizaron a medio país.

Me remonto al verano de 2004, a la controvertida portada de Vogue con las ocho mujeres que formaron el primer Gobierno paritario de la historia de España. Lideradas por Fernández de la Vega, las ministras tuvieron que sobreponerse a los prejuicios de los suyos, a los insultos de los adversarios y dejar sus principios en casa para subirse a la pasarela y someterse a los dictados de tres maquilladores, cinco estilistas y un fotógrafo. Un lustro después la polémica llegó desde el PP: la hoy vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría se atrevió a mostrar desnudos ¡los pies! posando para El Mundo con un insinuante salto de cama de gasa negro. El revuelo, a los dos lados de los focos, fue inmenso. Habló de la "retranca" de su marido y advirtió que "hay que vacunarse" todos los días contra la vanidad. "Yo procuro incluso matarla", dijo, "porque es lo peor que le puede pasar a un político". Una vieja lección que se tendría que volver a aprender.

Ese mismo año la fotografía de la entonces princesa Letizia Ortiz y la primera dama francesa Carla Bruni, muy esbeltas, en las escalinatas del Palacio de la Zarzuela dio la vuelta al mundo. Y no piensen que quedó relegada a las revistas de papel cuché, porque ocupó hasta la portada de El País. Fue el duelo de Felipe Varela contra Christian Dior; de Magrit contra Louboutin. Se batían por ser reconocidas como la mujer más elegante de Europa.

Hoy no competimos por títulos de glamour ni por portadas, sino por minutos de máxima audiencia y por votos. Pero la razón de que veamos a un Mariano Rajoy y a un Pedro Sánchez en situaciones más que comprometidas, dejando perplejos hasta a los suyos, es muy sencilla: ha llegado la normalidad a la política. Desde los partidos naranja y morado han descubierto a los españoles que se puede ser político hablando como habla la gente; comportándose como se comporta la gente. Tampoco aquí hay vuelta atrás. Por eso la mujer de Rajoy le aconseja que se siente en el diván de Bertín Osborne y charle con María Teresa Campos con la misma naturalidad con que Manuela Carmena se sincera con Maruja Torres o los chicos de Ciudadanos se desnudan, literalmente, llegando a mercadear con su cuerpo para conseguir un billete gratis a Chicago como está intentando justificar la concejal sevillana Carmen López.

La línea entre lo humano y lo ridículo, entre lo simpático y lo estrafalario, entre lo ético y lo reprobable es tremendamente delgada. Y no es exclusiva de unos u otros. Tirando de "experiencia" y "veteranía" se lo espetó ayer Celia Villalobos a Pablo Iglesias en la jornada de puertas abiertas del Congreso. Pero deberíamos hacerlo extensivo a todos, con y sin mochila: dejemos fuera la demagogia.

Los españoles no tendremos la experiencia de nuestros colegas europeos leyendo prensa sensacionalista, pero no nos dejamos atosigar con tantas dosis de protección y paternalismo. Y no se escandalicen. Tenemos la suficiente madurez como para acudir a las urnas el 20-D sabiendo cuál es nuestro voto y dónde está el bótox.

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