Daniel Pérez | Fotoperiodista

“Todo fotoperiodista vulnera cada día unas cuantas leyes”

El fotoperiodista Daniel Pérez, en su estudio.

El fotoperiodista Daniel Pérez, en su estudio. / Ana Blanco

Curtido en los principales diarios andaluces y en periódicos nacionales como El País, ABC y La Razón, colaborador en agencias como Efe y Getty Images y reclamado en diversas cabeceras europeas, Daniel Pérez (Málaga, 1979) es el presidente de la recientemente constituida Asociación Malagueña de Informadores Gráficos de Prensa. Su trabajo en los Teatros Cervantes y Echegaray de su ciudad le han convertido además en todo un referente nacional de la fotografía escénica, género al que ha dedicado diversas exposiciones.

-¿Ha facilitado la digitalización de la prensa la labor de los reporteros gráficos, o todo lo contrario?

-El cambio de modelo ha sido radical y bastante complejo respecto a los tiempos. A finales de los 90, cuando yo empezaba, trabajábamos todavía con cámaras analógicas y con revelados; y de ahí hemos pasado a la fotografía digital enviada a través de un móvil nada más hacerla. Ante un cambio así no deja de haber presiones, pero en realidad el fotoperiodismo ha sido desde su origen un oficio muy ligado a la tecnología, por lo que, de alguna forma, el salto ya iba implícito en la profesión. Mi impresión es que, por lo general, los medios han sido bastante más reticentes a un cambio ante el que no tenía mucho sentido resistirse. Durante muchos años hemos percibido una manera de entender el periodismo por parte de los medios muy sesgada por lo analógico cuando los reporteros gráficos ya habíamos asumido el paradigma digital.

-Pero, a la hora de hacer una buena foto, ¿la exigencia de inmediatez juega a favor o en contra?

-Se dan circunstancias muy distintas. Por lo general, los informadores gráficos están acostumbrados a trabajar con esa inmediatez y cuentan con ella siempre. El problema es que si tienes que invertir tiempo en, por ejemplo, mantener actualizada una página web, ése es tiempo que no dedicas a hacer fotos. Lo uno es tan importante como lo otro, pero no siempre es fácil lograr el equilibrio más razonable.

-¿Se deja fotografiar el poder político e institucional igual que hace unos años?

-Ha cambiado todo mucho. A nivel político, la transformación ha sido enorme. Ahora está todo mucho más medido. Antes había más espontaneidad en las comparecencias públicas y también una relación más natural de los políticos con los informadores, lo que facilitaba que se pudieran tomar fotos distintas, más afinadas, que representaban con más fidelidad a los personajes. Esa naturalidad desapareció. Ahora todo está intervenido por los jefes de protocolo, que te dan unas directrices claras de las que es muy difícil salir. Cuando te acercas a un político, te dan un paquete y tienes que atenerte a ese producto.

-¿Y en la calle?

-La conciencia de la imagen personal es mucho más fuerte que hace unos años. Cuando un fotógrafo saca su cámara en la calle se genera de inmediato una situación de incomodidad y de rechazo, cuando antes la presencia de un reportero gráfico era casi un motivo de celebración. La inclinación a preservar hoy la imagen propia con más celo tiene que ver, en parte, con el mal uso que a veces ha hecho el periodismo de esa imagen. Eso es algo que puedo entender, igual que la protección legal de esa imagen propia. Pero hemos llegado a un punto en que un fotoperiodista en el ejercicio de su oficio vulnera cada día unas cuantas leyes. Si se llevara esa legislación al extremo, no habría imágenes en el periodismo.

"En el ámbito político había antes más naturalidad. Ahora todo está intervenido por los jefes de protocolo"

-¿Cuál ha sido su fotografía más difícil?

-Las que hice en Totalán mientras el niño Julen permaneció en el fondo de aquel pozo. Fue una situación muy complicada en lo personal y en lo profesional.

-¿Hay mucha presión sensacionalista en el periodismo de sucesos hacia los informadores gráficos?

-Yo diría que no, justo lo contrario. En lo referente a sucesos trágicos, antes era más habitual encontrar imágenes impactantes de fallecidos, por ejemplo, sin mucho respeto a la identidad de las personas. Lo que sí se da hoy es un empeño en abrir ramificaciones de un determinado suceso, en explotarlo al máximo, cuando el suceso está ya más que resuelto. Es cada vez más común llevar las cámaras al interior de los domicilios, recrear determinadas circunstancias de las víctimas y crear otros contenidos de este tipo que por lo general no aportan ninguna información y sólo alimentan el morbo. Pero en lo que se refiere a los sucesos en sí, tras los atentados más sangrientos de ETA el periodismo gráfico adoptó una contención que perdura hasta hoy.

-¿Tuvo que ver el atentado del 11-M en la asunción de esa nueva sensibilidad?

-Tal vez, pero en mi opinión la contención fue excesiva en el 11-M. No se vio la imagen de un solo fallecido, y seguramente, en un plano netamente informativo, habría resultado oportuno. En este caso yo hablaría directamente de autocensura.

-En comparación con esto, la fotografía escénica le parecerá un paseo.

-Yo lo vivo como un regalo. Mi origen está en el fotoperiodismo puro y duro, pero me encanta documentarme antes de fotografiar un espectáculo y estar luego allí, en la oscuridad, con toda la atención puesta en el escenario. En ese momento, me olvido de la cámara y busco la imagen que más me gusta. Después se trata, claro, de que le guste a la gente.

-¿Hay mucha competitividad en su gremio?

-Los roces son inevitables. Pero justamente hemos empezado a asociarnos porque es mucho más lo que podemos crear juntos.

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