España

Hartos de Zapatero

  • Sus errores y su visión centrífuga crean desafección en las bases y la 'vieja guardia'

En las primarias del Partido Socialista de Madrid se cumplió sobre todo un pronóstico: quien se enfrenta al aparato, sale victorioso. En el resto de España, sin embargo, éste no se cumplió y ganaron mayoritariamente los oficialistas. ¿Por qué Madrid ha sido diferente? La explicación es muy sencilla: aunque Trinidad Jiménez era de salida mejor candidata que Tomás Gómez para enfrentarse en las próximas elecciones autonómicas a Esperanza Aguirre, la mayoría de la militancia del PSM la ha rechazado porque está harta de Rodríguez Zapatero, su padrino político. Mucho del voto que ha cosechado Gómez ha tenido ese componente antizapaterista.

Desde el tamayazo ha ido creciendo en el PSM la convicción de que con Rodríguez Zapatero en el poder las opciones de ganar en Madrid eran más que remotas. Ya en la tocata y fuga de los dos parlamentarios autonómicos -Eduardo Tamayo y y María Teresa Sáez- que impidieron que Rafael Simancas fuera investido presidente de la Comunidad de Madrid, se culpó al entonces secretario federal de Organización, José Blanco, por sus devaneos con uno de los jefes políticos de la deserción, José Luis Balbás, en el 35º Congreso que llevó a Rodríguez Zapatero al poder.

Después llegó el acto de dedismo presidencial que impuso a Miguel Sebastián, actual ministro de Industria, como candidato socialista a la alcaldía de Madrid para llevar al PSOE a perder las elecciones municipales de 2007 de forma estrepitosa ante Alberto Ruiz-Gallardón. Por eso, ahora, cuando el líder socialista ha querido meter de nuevo mano en la elección del candidato de la Comunidad, Gómez ha encontrado caldo de cultivo para rebelarse contra el aparato zapaterista al encontrarse con una gran parte de la militancia que estaba escarmentada de las ocurrencias de Rodríguez Zapatero y que veía injusto su descabalgamiento en base a unas encuestas de su secretario general.

Pero, sobre todo, el antizapaterismo en el PSM ha ido cuajando por la defensa a ultranza que el líder socialista hizo en la primera legislatura de la España plural, con reformas estatutarias a diestro y siniestro. Bajo el paraguas de este discurso se produjo el ascenso electoral del PSOE en Cataluña y el País Vasco, pero llevó a los socialistas madrileños a cosechar los peores resultados desde la restauración democrática. Esta deriva ha sido el principal banderín de enganche para destacados miembros de la vieja guardia -Gregorio Peces-Barba, Leguina, Juan Barranco y otros muchos-, que nunca han estado cómodos con el posicionamiento centrífugo del PSOE.

Por todo ello, cuando ganó el pasado domingo las primarias del PSM, Gómez no mencionó al secretario general del PSOE, que, por muchos paños calientes que quieran poner ahora los federales, es el principal derrotado de estas elecciones internas, y que se verá condicionado por ellas como secretario general y como presidente del Gobierno.

Como secretario general, Rodríguez Zapatero tendrá menos margen para dejar su sucesión atada y bien atada. De hecho, en las actuales circunstancias, quien aspire a sucederle se podría incluso ver perjudicado por un apoyo público del actual líder del PSOE.

Como presidente del Gobierno, el leonés ve aún más deteriorada su credibilidad poco después de que la huelga general haya situado al PP a más de 14 puntos del PSOE según los últimos sondeos electorales -un destacado zapaterista fijaba en los ocho puntos la línea de no retorno-. Ni que decir tiene que la crisis de Gobierno que tenía previsto acometer tras las primarias se verá también condicionada. De entrada, en buena lógica, Trinidad Jiménez continuará en el Ejecutivo. Y cabe la posibilidad de que la reduzca a la sustitución del titular de Trabajo e Inmigración, Celestino Corbacho, que ha buscado acomodo en las listas del PSC a los comicios catalanes.

Hasta las primarias -y la huelga general-, Rodríguez Zapatero estaba en una situación similar a la del canciller socialdemócrata alemán Gerhard Schröder en su última legislatura: inmerso en un furor reformista y con opciones de presentarse a la reelección. Aunque en su caso aspiraba más bien a marcharse, siguiendo la limitación de ocho años fijada por José María Aznar, con la recuperación económica en marcha.

Sin embargo, ahora, se parece más al premier británico Tony Blair, que, en caída libre por sus mentiras sobre la guerra de Iraq, tuvo que ser sustituido por el partido porque se había convertido en un lastre para las aspiraciones electorales del Partido Laborista.

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