Realidad y ficción en la valla de Melilla

El Ministro del Interior, que ha pulido tres veces sus afirmaciones respecto al punto exacto donde murieron 23 personas a medida que se conocen nuevas evidencias, es ya un cadáver político

El ministro del Interior durante una sesión de control al Gobierno en el Congreso de los Diputados.

El ministro del Interior durante una sesión de control al Gobierno en el Congreso de los Diputados. / Eduardo Parra / Europa Press (Madrid)

“Eran las cinco de la madrugada, unas 1.700 personas en tropel y en actitud agresiva intentaba tomar y saltar la valla de Melilla. Los migrantes se emplearon con mucha violencia. Iban armados con palos, piedras, mazas, hachas y radiales para reventar la valla. Se vivió una tensión terrible. Fue una desgracia, sin paliativos. Es terrible recordar que 23 personas murieron, que otras 70 están en paradero desconocido -se desconoce si vivas o muertas- y que 55 guardias civiles resultaron heridos. Incluso pudo ser peor si sobre las nueve de la mañana no hubiera quedado la situación bajo control. La Guardia Civil actuó con templanza y rigor profesional en todo momento, pero es obvio que son situaciones muy críticas. En cualquier caso, revisaremos si se cumplieron todos los protocolos y se actuó de forma humanitaria. Por la información de que disponemos casi todo ocurrió en el lado marroquí, pero es casi imposible descartar que alguna de las personas muriera en la parte española. Admito que en algunas grabaciones se observa cómo gendarmes marroquíes sacan un cuerpo del lado español y eso requiere una investigación a fondo hasta determinar con exactitud el hecho concreto. Igualmente estudiaremos las investigaciones periodísticas por si pueden arrojar más luz. Cuando una barahúnda de casi 2.000 personas arremete contra una valla puede pasar cualquier cosa. Y sí, entiendo perfectamente la gravedad de que mueran migrantes en una frontera española y europea y asumo la responsabilidad.”.

Los sucesos de Nador

El entrecomillado es una ficción basada en datos reales. Nadie lo ha pronunciado tal cuál y quizás debería haberlo hecho el ministro del Interior, Fernando Grande Marlaska, en vez de andar puliendo milimétricamente y por capas su versión de lo ocurrido. Empezó Marlaska afirmando que los sucesos ocurrieron en “tierra de nadie”, después denominó “zona operacional conjunta” a la lengua de tierra en la que se desató todo y esta misma semana ha matizado añadiendo que los hechos se produjeron “fundamentalmente” en territorio marroquí” para concluir refiriéndose a ellos como “los sucesos de Nador”, alejándolos por lo tanto de Melilla y situándolos en Marruecos.

En realidad, existen testimonios e investigaciones periodísticas que sitúan una parte relevante de los hechos en territorio español. Testigos que aseguran que la policía marroquí entró en territorio español para sacar con violencia inusitada a los inmigrantes que habían sobrepasado el territorio marroquí. Y eso incluiría la retirada de algún cadáver. Seguramente es prácticamente imposible evitar que los acontecimientos de ese tipo acaben así. Dos millares de personas armadas con objetos punzantes no convierten la frontera en un territorio versallesco con un florete de punta botonada. Pero no se trata de coger el tiralíneas para descargar responsabilidades en función de si las personas mueren unos metros más para acá o para allá sino de esclarecer la verdad.

Moviendo la raya de la frontera

Nadie en su sano juicio deja de entender las consecuencias que suelen tener acontecimientos de ese tipo. Pero es alambicado y absurdo convertir el asunto en una cuestión de si la raya de la frontera está unos muertos más cerca o más lejos. La defensa de la frontera sur de España (y de la UE) es una labor terriblemente complicada, tanto por la cuestión humanitaria como por las implicaciones políticas que conlleva. Se necesita una mayor implicación de la UE y un despliegue de mecanismos físicos y un número de efectivos de fuerzas de seguridad a la altura del desafío. La cooperación legal y política con Marruecos es siempre una asignatura pendiente y dependiente de los humores y estrategias de Rabat, nuestro aliado estratégico pese a que siempre anda en una vecindad sinuosa. Marruecos aún no ha aportado información oficial alguna sobre los sucesos: ni siquiera se sabe dónde están los cadáveres.

Marlaska debería haber dimitido ya. De hecho, es un cadáver político sostenido solo por la coyuntura para no debilitar más al Gobierno, aunque paradójicamente hay dimisiones que dignifican y consolidan gobiernos. Con unos terribles sucesos sin aclarar, con un juego de medias verdades y dos investigaciones en curso (Fiscalía y Defensor del pueblo), con la UE llamando a la puerta, la acreditada devolución en caliente de un menor, y tras encajar un severo correctivo parlamentario por todos los grupos salvo el suyo, que lo dejó solo y desprotegido en la bancada azul, el ministro no debería pasar un solo día más al frente de Interior.

La inflación más baja de Europa

Noviembre deja a España con la inflación más baja de Europa. Un 6,6%, según Eurostat, la agencia estadística de la UE. Los precios han bajado en noviembre por cuarto mes consecutivo, como venía anticipando la vicepresidenta Calviño. Esta bajada sostenida ha colocado ya a nuestro país en mejor situación que Francia, que hasta ahora era el país que manejaba mejor el coste de la vida. El tope ibérico del gas para la generación de la electricidad, las políticas de apoyo al uso del transporte público y las ayudas públicas a los carburantes han logrado este buen dato, ya lejos del 10,8% de julio. La inflación es de una voracidad inagotable. El gobernador del Banco de España dijo esta semana en el Senado que el coste de las cosas se ha comido tres puntos del PIB en 2022. O sea, unos 40.000 millones de euros, que es la cantidad que hay que pagar de más al exterior por el encarecimiento de los bienes que dejamos de producir. Además, hasta el tercer trimestre del año los trabajadores y las empresas han estado perdiendo poder adquisitivo. Las empresas, de hecho, no han logrado repercutir a los clientes el aumento de costes derivados del incremento de los costes de la energía y la materia prima, lo que ha disminuido el margen sobre ventas hasta 20 puntos respecto al nivel previo a la pandemia.

La carcoma de los precios

Otro aspecto a vigilar: la subida de precios se ha tragado en tres meses 10.400 millones de euros de ahorros de los hogares españoles para asumir el incremento de los costes domésticos de la energía y el encarecimiento de los productos de alimentación: ocho de cada diez alimentos han subido por encima del 10% en un año. Entre los que más han subido están el azúcar (un 42,8%), la harina y otros cereales (37,8%), las legumbres (25,7%), la leche (25,6%) o los huevos (25,5%). Añadan que llegan las fiestas navideñas en las que el gasto se dispara y los ahorros van a mermar más aún. Los datos los ha publicado esta semana el Banco de España. Sin embargo, el ahorro de un año aún mantiene un crecimiento del 4,73%. El Gobernador de España también ha llamado a los bancos a incrementar sus provisiones porque está descendiendo su ratio de solvencia. La única vacuna posible es que la inflación siga bajando.

A ver quién dice la barbaridad más gorda

Cuando en un parlamento se entra en la espiral de descalificaciones y palabras gruesas como en la que lleva tiempo instalado el Congreso de los diputados ya solo cabe esperar al turno siguiente para ver quien desbarra más. La ministra de Igualdad, Irene Montero, vituperada y perseguida durante días, elevó los decibelios el pasado miércoles: “Ustedes promueven la cultura de la violación”, le soltó al PP al hilo de la resaca de las consecuencias de la aplicación judicial de la ley del sí es sí. Y tan pancha. Una semana antes Vox había reducido sus méritos políticos a que es la pareja de Pablo Iglesias. Ese es el tono. Dos desafortunadas campañas de las comunidades de Galicia y Madrid en la que sitúan a la mujer como responsable de las cosas “que no deberían pasar pero pasan”, una lamentable metáfora sobre las agresiones sexuales, que pasan aunque no deberían pasar, daban sustento a las acusaciones de la ministra. A medida que se acercan las elecciones municipales, con las legislativas al fondo, el debate se está endureciendo hasta escaparse de las manos.

La presidenta del Congreso, a la que seguramente el reglamento también la maniata, se ve incapaz de controlar los exabruptos y el clima irrespirable. La exhibición de mendacidades y aspavientos avinagrados empiezan a tener un punto violento. Este griterío artero para sacar pecho a las puertas del ciclo electoral traslada a la sociedad la polarización y la violencia verbal. Es una mala idea y una execrable práctica la de muchos de nuestros representantes en la Cámara donde reside la soberanía nacional. Y queda un año.

Indecentes, golpistas y tahúres

Aunque esa cima quevediana de recrearse en los insultos y la invectivas no es nuevo. El peneuvista Aitor Esteban llegó a definir el ambiente del Congreso como “una tasca de mala muerte”.

Hemos escuchado de todo. Albert Rivera llamó “capullo y gilipollas” a Iglesias; ha habido diputados populares tildados de “golpistas y fascistas”. Incluso La cámara abrió una investigación porque Rubalcaba llamó “caradura” a Rafael Hernando del PP. Esta misma legislatura Pablo Casado concatenó una serie larga contra Pedro Sánchez: “Felón, ególatra, okupa de la Moncloa, traidor, ilegítimo, mentiroso, desleal e incompetente”. Rufián, de ERC, llamó “gánster” a Daniel de Alfonso, ex director de la Oficina Antifraude de Cataluña. Celia Villalobos, brillante en su mismidad, trató de normalizar -como si fuera necesario- la presencia del exdiputado de Podemos Alberto Rodríguez en el Congreso aludiendo a sus rastas: “A mí, con que no me pegue un piojo me parece perfecto”. Pedro Sánchez calificó de “indecente” a Rajoy” e incluso Martínez Pujalte, del PP, fue el primer diputado en ser expulsado de la Cámara por su comportamiento atrabiliario.

Aquello de Alfonso Guerra de llamar “tahúr del Misisipi” a Adolfo Suárez, visto con perspectiva, tiene incluso cierto nivel.

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