La Rotonda

Rogelio Rodríguez

Un año de imprevistos y acoso inconstitucional

No parecían posibles ni el triunfo de la moción de censura ni el desalojo en San Telmo

Los astrólogos de casa han perdido la clientela. Ninguno se atreve a escribir profecías sobre la accidentada esfera política de España. 2018 les ha arruinado el crédito. Nada de lo acontecido en este año que boquea figuraba en el cuaderno de previsiones y lo que pueda ocurrir en 2019 es un enigma impenetrable, aunque no por eso debe ser peor. Ni mejor. En la incertidumbre cantaba Leonard Cohen: "No hay que ser pesimista ni tener esperanza". Y Joaquín Sabina, cuando se anuncia un tiempo inestable y "las tormentas asoman a tus ojos". Conviene identificarlas, delimitar la inestabilidad que nos atañe y atañe a todo Occidente, donde la corrosión de las estructuras democráticas y la carencia de líderes con fuste de Estado y carisma favorece el resurgir de sanguíneos extremismos.

El rey Felipe VI reseñó la borrasca inconstitucional en su muy contenido discurso de Navidad, en el que alertó, sin encono, sobre "los peligros que acechan la convivencia si se actúa fuera de la Ley". No dijo más, esta vez no se refirió a la acción violenta de los separatistas desde las propias instituciones, ni a los que se adueñan de las calles con total impunidad cada vez que quieren. Quizás no debía decir más, quizás porque la prestancia de la Corona está también en su contención, pero es, asimismo, comprensible que a buena parte del constitucionalismo le cueste traducir ese punto de recato para, supuestamente, no molestar en demasía a los grupos republicanos y soberanistas en los que se apoya el Gobierno de Pedro Sánchez, los mismos que aguardan el momento oportuno para seccionar la yugular del sistema.

2018 ha sido un año tan imprevisible que habría cosechado fama mundial y hasta lingotes de oro el augur que hubiera adivinado, solo un día antes, el triunfo de la moción de censura contra el Gobierno de Mariano Rajoy, encabezada por el líder socialista que peor resultado ha obtenido jamás en las urnas, apoyado por grupos independentistas y por una nueva izquierda radical y heterogénea que quebranta el orden constitucional con la pretensión de derrocar la Monarquía parlamentaria y arbitrar la tercera República.

Y cómo adivinar que al frente de la Generalitat de Cataluña iba a estar un valido de la calaña ideológica de Quim Torra, histriónico alguacil del independentismo, al que el presidente del Gobierno de la nación le ofrece un diálogo compensatorio que, sin embargo, no practica con los partidos constitucionalistas.

Y tampoco parecía previsible, incluso en los peores cálculos de los hasta ahora inquilinos del Palacio de San Telmo o los de la sede de Ferraz, que el PSOE perdiera el gobierno de Andalucía, después de casi 37 años. Y menos aún que lo haga a manos de un PP en franca decadencia, coaligado con el ambidextro Ciudadanos y con el extremista Vox, cuya espectacular irrupción se extenderá sin duda a otros territorios y determinará nuevas componendas poselectorales. Las coaliciones de gobierno suelen tener una salud quebradiza.

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