Campaña f. s. Se trata de un convencionalismo formal en la competición electoral contemporánea, un artefacto vintage de las democracias del siglo anterior, que consiste en simular que existe un periodo concreto de dos semanas para pedir el voto antes de medirse en las urnas. El concepto tiene un punto naif delicadamente hipócrita. En la actualidad se trata de quince días para colgar los carteles que ya cuelgan en las redes sociales desde hace semanas, dirigidos a gente que pasa mucho más tiempo en Facebook o Instagram que en la calle.

La campaña pertenece, en definitiva, a los géneros de ficción. Con honestidad -cosa que en estos periodos suele ser irrelevante- la campaña comenzó el día que se convocaron los comicios. Es más, se inició el primer día de investidura, con la convicción de una legislatura corta. Y se desenvuelve con una lógica omnipresente perfectamente inmoral: se hace campaña en el BOE o el BOJA, en TVE o Canal Sur, en los comunicados de prensa, en el off the record de los corrillos informales, en el whastapp, se hace campaña todo el tiempo en todas partes.

Lo que se denomina campaña corresponde propiamente al circo electoral: las organizaciones, como las viejas compañías teatrales, salen de gira y recorren los mejores escenarios con su espectáculo. Desde hace tiempo compiten más en eslóganes que en argumentos. Los politólogos han sido reemplazados por tiburones del marketing que confían en la tipografía más que en la ideología, en el photoshop antes que en la razón. A esto se le sigue llamando campaña electoral aunque sean campañas de publicidad. Y tienden al abuso. Se recomienda aprovisionarse de Primperán o cualquier remedio de efectos semejantes.

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