HISTORIA m. s. Relato de hechos del pasado, no necesariamente ciertos. Esto se considera un requisito secundario. En definitiva los hechos, como criterio general, se supeditan a la ideología. La política muestra un notable interés por la Historia, pero como objeto arrojadizo. Los políticos de la derecha acusan a la izquierda de empeñarse en mirar al pasado por la guerra civil, pero Vox estrena campaña entre Blas de Lezo y Covadonga; y los políticos de la izquierda ironizan sobre Santiago Abascal pero han abusado del Valle de los Caídos como leitmotiv de la legislatura. También Pablo Casado ha decidido remontarse al pasado, aunque en su caso al pasado reciente del aznarismo, puesto que Aznar es su don Pelayo particular. Todos los dirigentes parecen tener claro que el deber de cada generación es reescribir la Historia a su medida. Casado, sin ir más lejos, acusa a Pedro Sánchez de ser el primer presidente en rehusar un debate; aunque Aznar en 2000 se negó a debatir con Almunia. Si se miente con entusiasmo sobre el presente, ¿por qué no mentir con el mismo entusiasmo sobre el pasado? La Historia, para la política, es un semillero de mitos. Ya sea la ficción fundacional de España en Covadonga o el falso edén de la República. Pero nada es comparable al independentismo catalán, con la formidable ficción histórica en que sustenta sus delirios nacionalistas. Los pueblos felices, según Montesquieu, son aquellos cuya Historia es aburrida. España no es uno de ellos.

PRESENTE m. s. Es el periodo de tiempo fugaz destinado a ser falseado por la Historia. Para facilitar la tarea a los historiadores, a menudo el presente se empaqueta ya muy manipulado [véase Mentira].

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