Feria de Jerez

La Feria de las vanidades

El domingo de Feria, a diferencia de lo que ocurría hace años, se ha constituido en la gran jornada residual de una semana pletórica. Ayer fue deprimente y un tanto doloroso ver un Real con tan escaso público y un paseo de enganches tan pobre en el prime time de la jornada. Esto es, al mediodía. En esta supuesta Feria de récords, el último día volvió a perfilarse más como las horas previas al desmontaje que como el colofón a una fiesta sin fin. Este año, además, con más razón, pues el pasado puente del Primero de mayo se ha vivido como nunca en pleno González Hontoria y ha embebido cualquier síntoma de jarana que pudiera conservar el personal. No obstante, los pocos valientes que se acercaron ayer a despedir las últimas horas de la edición de 2008 de la fiesta grande jerezana la intentaron vivir como si fuese el primer día, frescos como lechugas tras una semana de pasión, tras días de vino y rosas.

Pero lo cierto es que, como decía Tom Wolfe, nadie se salva de la quema. La Feria ahogó ayer los ánimos de muchos y algunos rostros eran ya caricaturas de trazo grueso aplastados por la vorágine festivalera de una celebración que no deja fondo de armario que la resista. Las sillas amontonadas en las puertas de las casetas y los visitantes tocando fondo, tanto en sus carteras como al respirar un ambiente mermado tras tantas horas de desenfreno. Fue un día tonto para el que antaño era el más grande. ¿Debe volver el día de resaca para reavivar la recta final del evento? Podría estudiarse, porque lo que es evidente es que el último día de Feria es un mero convidado de piedra tras la profusa semana de celebración intensiva.

Bostezos y bolsas en los ojos. Incluso los vendedores ambulantes ya fueron menos persistentes a estas alturas. Aparcar no fue difícil y el albero mal olía. Ni rastro de chunda-chunda, pero tampoco de flamenco o sevillanas. Tras el clímax y la tempestad, llegó la indeseada calma, el valle de lágrimas que para muchos supone despedir la Feria hasta el año siguiente. Pero ésta fue ayer una mera ilusión, un reflejo de su esplendor y de sus calles a rebosar. Efímera como es, desapareció como si hubiese sido un truco de magia.

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