El caballo en el enganche, en el coso, en el polo…

A pesar de la mañana plácida ante los pesebres de sus boxes...

Era para ellas el mejor momento del día. A pesar de que habían pasado la mañana plácida ante los pesebres de sus respectivos boxes, entretenidas con su avena fresca, anhelaban aquella hora templada bien entrado el medio día –sobre las tres– cuando el padre de familia volvía del casino o de la bodega para el almuerzo. Y era el motor persistente de una ‘Guzzi’ y el fino ladrido del ‘jackrussell’ Paco lo que alertaba a aquellas tres colleras de jacas de polo que el momento esperado había llegado.

‘El Rubio’ y el otro mozo de cuadra apodado ‘El Cuchara’ apagaban sus cigarrillos con el tacón del boto, “de la Venta del Mojo” sobre los adoquines del patio y ante la llegada del jefe se apresuraban a iniciar el cepillado y ensillar a sus caballos de polo, con sus sillas galápago y sus cabezadas inglesas, para el partido de la tarde en Chapín. Lo hacían en profundidad y con parsimonia ya que iban a cruzar todo Jerez y sólo podían ir impecables –luego cada uno montaba la jaca que prefería o que más necesitara aquel entrenamiento adicional del traslado y por La Corredera –donde otrora compitieran sus congéneres–, Las Angustias y Pío XII, alcanzaban el puente de la calle Arcos y la Hijuela del Polo, guiándole con la mano izquierda y llevando con la derecha las cuatro riendas de la collera que le correspondía. Tantas, porque eran tres al menos los hombres de esa casa de la calle Castilla que jugaban el partido de la tarde y que a su criterio y experiencia cambiarían de montura, según el juego requerido para obtener la victoria de su equipo frente al de sus primos y tíos. Ante la admiración de sus chicas y amigas en la tribuna. 

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