THE ETERNAL DAUGHTER | FESTIVAL DE CINE DE SEVILLA

Mamá cumple cien años

Swinton se felicita a sí misma en el último filme de Joanna Hogg.

Swinton se felicita a sí misma en el último filme de Joanna Hogg.

No tenemos nada que reprocharle a Joanna Hogg por intentar aprovechar su momento, ese que finalmente parece haberle llegado con el éxito de The souvenir. Sí podríamos en cambio valorar si era realmente necesaria la segunda parte de esta, si Hogg es de ese tipo de cineasta a quien le viene bien un ritmo de trabajo que encadena una película tras otra, si empobrece su obra la autobiografía como temática exclusiva, si es una autora dotada para el fantastique, género al que se adscribe en parte su última cinta, o si finalmente perjudica más que beneficia a su reciente cine la insistente presencia de Tilda Swinton, aquí en el doble papel de madre e hija como alter egos de la propia directora y su progenitora. 

The eternal daughter empieza como una ghost story, ese subgénero del cine de terror al que tan aficionados son los británicos desde los tiempos de M.R. James, bellamente adaptado para la BBC por Lawrence Gordon Clark en sus Ghost stories for Christmas. Hogg parece sin embargo más inclinada a seguir con modestia las huellas de la inolvidable Suspense (Jack Clayton, 1961), con su uso del caserón, niebla artificial, sonidos amenazadores y música que predispone al terror. En la cinta, una guionista de cine y su anciana madre deben enfrentarse a secretos enterrados hace tiempo cuando regresan a la antigua casa familiar que se ha convertido en un hotel casi vacío regentado por una servidumbre deplorable. Pero tras muchos minutos de extravío genérico, neurosis y gran golpe de efecto final, su filme nos revela que está más interesado en otro tipo de fantasma, ese ligado al desgarro de la pérdida de un ser querido. El cine de Hogg desliza entonces una involuntaria y amarga enseñanza: probablemente el amor de una hija no baste para que una madre viva, aunque solo sea a nivel cinematográfico, eternamente.