Cultura

Jornada de contrastes

  • Dos cintas cinematográficamente antagónicas, 'Nothing personal' y 'Pepperminta', echan el cierre a la sección oficial a concurso

La proyección de las dos últimas películas de la sección oficial a concurso del Sevilla Festival de Cine Europeo ha propiciado hoy una jornada de marcados contrastes, en la que parecían enfrentarse dos maneras distantes, si no antagónicas, de entender el hecho fílmico. Una situación que bien pueden certificar tanto la variedad estilística de la producción europea como revelar el cajón de sastre, sin fondo, de un certamen quizás no demasiado exigente en la elaboración de su programa.

Así, mientras que Nothing personal, coproducción entre Holanda e Irlanda dirigida por la realizadora polaca Urszula Antoniak, plantea una situación no por inusual desprovista de un realismo extremo –la soledad buscada a conciencia por sus dos protagonistas–, resuelta con tanta austeridad de recursos como bien medido esteticismo, Pepperminta, primera incursión en el largometraje convencional de la videoartista suiza Pipilotti Rist, apuesta por la mezcla entre estética pop (de los 60), experimentalismo primitivo y psicodelia de trazo grueso para intentar esbozar una historia con buenrollista mensaje tardohippy.

“Son las diferentes fases de la intimidad, el proceso de la relación entre dos personas”, explica Antoniak de su cinta, en la que Anne (Lotte Verbeek), una joven holandesa, abandonará su cotidianeidad para buscar la soledad en los paisajes irlandeses. Allí encontrará a Martin (el veterano Stephen Rea), tan adicto al aislamiento como ella. Pese a esquivarla con decidida voluntad, entre ambos surgirá una inevitable ligazón abocada a un final trágico.

“La pareja rompe el vínculo con tu soledad, pero al final siempre pierdes a la persona que quieres: o te deja o se muere. Así que la soledad siempre es final y punto de partida”, opina la directora y guionista polaca, quien reconoce que su trabajo puede resultar “difícil”. “El personaje principal vive su vida en completo silencio y lo que hace la película es observar su soledad”, explica.

Terreno abonado para la contemplación paisajística y su ilustración sonora, en Nothing personal “la música tiene el papel del silencio –comenta Antoniak–. Es algo de lo que hablé mucho con el compositor, Ethan Rose, porque hay muy distintos tipos, formas, colores y tonos de silencio. Y desempeñan un papel activo en el guión”.

Rodando sus secuencias de manera cronológica, “siempre que fue posible”, y sin ensayos previos, Antoniak utilizó un expeditivo método para dotar de mayor verosimilitud a la extraña relación entre Anne y Martin. “El día que ambos actores se conocieron rodamos la primera escena, y fue curioso, porque siguieron conociéndose en la misma medida dentro y fuera del set”, cuenta.

Y si el argumento de Nothing personal le resulta llamativo, preste atención al próximo proyecto de la directora: “Es una película  sobre una enfermera que mata a sus pacientes en el hospital porque cree que los está ayudando a cumplir su deseo de morir. Es un trabajo un tanto polémico, así que buscar la financiación no será fácil. Se titulará Code Blue, que es el término médico que se aplica a los pacientes en peligro para evitar usar la palabra muerte”.

Al otro extremo del ideario estético y argumental de Antoniak, la suiza Pipilotti Rist se muestra convencida de la necesidad, y quizás no ande desencaminada, de “provocar una reflexión sobre las reglas, sobre el grado de censura en nuestras vidas. Las normas no están ahí desde siempre, podemos hacer cosas nuevas”.

Para ello se vale de un personaje tan entrañable para unos como irritante para otros, Pepperminta (Ewelina Guzik), una de esas señoritas con los chakras bien abiertos, de las que tranquilamente podrían dar abrazos gratis, capaz de curar a un alérgico epigenético severo con una naturista terapia floral, tratamiento posteriormente reforzado por la ingesta de sangre menstrual, todo un símbolo de vida. “Bueno, es algo tradicional, no soy la primera artista que lo usa. Es un símbolo usado en rituales religiosos, cuentos fantásticos... –comenta–. Pero lo que también me planteé fue cambiar el significado de ese símbolo: ¿por qué no de vida en lugar de violencia?”, se pregunta Rist, quien asegura que “como videoartista me siento más libre: en una instalación el espectador entra y sale cuando quiere, pero aquí he tenido que usar convenciones habituales en el cine”.

En efecto, muchas de las convenciones del cine psicodélico de los 60 y 70 desfilan en clave de Magical Mystery Tour por una pantalla permanente, y apabullantemente, inundada de color, movimiento y enfoques imposibles. “He intentado transmitir el mensaje no sólo a través de la historia –dice–, sino también a través del movimiento de cámara. Quizás resulte que para la gente del arte me haya quedado corta, mientras que para la gente del cine me haya pasado”. Quizás resulte que sí.

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