Presentación SEFF2012

Quo Vadis Europa: interrogantes

  • Europa como origen y destino de un festival en busca de una nueva identidad.

El Festival de Cine Europeo de Sevilla (SEFF) nacía allá por 2004 bajo el azul institucional de una Europa de la diversidad, transfronteriza, solidaria y con un futuro esperanzador. Nueve años después, aquel sueño comunitario se ha desmoronado bajo nuestros pies para quedar convertido en escombros de un proyecto improbable que reproduce viejas inercias de la Historia y desacelera el ansia de igualdad a golpe de cruda realidad económica y de un peligroso empuje del autoritarismo y el populismo.

¿Qué puede o debe decir un festival consagrado al cine europeo de todo esto? Mucho, porque el cine, como expresión de su tiempo, participa y proyecta unos estados de ánimo, unos caminos creativos que toman el pulso de una crisis que también puede ser reconvertida en gesto político y expresión artística de altos vuelos, en arma cargada de presente capaz de cuestionar las fronteras del arte y su relación con lo que verdaderamente importa. 

 

No es, por tanto, baladí ni oportunista que esta edición del SEFF torne su mirada hacia Grecia y Portugal, países fundacionales del sueño ilustrado de Europa hoy desolados que han confirmado en los últimos tiempos una insólita, tozuda y aislada creatividad cinematográfica que no conoce de otra crisis que no sea la de los viejos modelos de representación y sus desgastados discursos narrativos. 

 

Pero no debiera ser éste, ahora, sin embargo, un festival de cinematografías perdedoras perdonadas por la complacencia o la condescendencia. El cine español, sumido en su eterna crisis institucional e histórica, no puede esconder tampoco, aunque se empeñe denodadamente en ello, que no es éste su mejor momento. Y el hecho de que una película como Recoletos (arriba y abajo), de Pablo Llorca, enésimo ejemplo de que cine y statu quo no tienen por qué ir juntos de la mano, aparezca en la Sección Oficial, confirma un gesto de valentía en la programación que casi valdría ya únicamente como legado esencial de un certamen que vive un proceso de reestructuración importante. 

 

La nueva Europa y su cine de festival no es, como ha subrayado José Luis Cienfuegos, ni complaciente, ni agradable. Tampoco hablamos, que nadie se confunda, de ese cine social que enjuaga conciencias colectivas y nos libera del pecado en hora y media. Hablamos tal vez de un cine que busca su propia forma en una nueva y, por tanto, arriesgada manera de mirar el presente y su pesada carga o pensar la Historia, buscando raíces y esencias, cierto legado, que no se encuentran en el territorio de lo imposible sino más bien en el terreno de lo real, de la materia, el tiempo, la duración, la palabra, la imagen, los cuerpos, como marco para abordar la depresión bajo nuevos caminos de ficción o de no-ficción. 

 

Esta edición del SEFF afronta además nuevos retos logísticos en tiempos de precariedad y recortes, un nuevo emplazamiento, un nuevo proyecto de educación cinematográfica que garantice su futuro y el futuro de la maltrecha cinefilia local, un contexto más juvenil y alternativo que solidifique unos cimientos aún frescos e inestables. Conviene darle una oportunidad porque en él se sostiene el último intento serio de esta ciudad para subirse al carro de la contemporaneidad bien entendida, despegándose de una vez por todas de ese páramo cultural en el que el cine ha quedado ya casi únicamente como una anécdota de fin de semana antes de la cena. 

 

Y, por supuesto, no confiándolo todo a la rabiosa actualidad, al último grito, al hype marcado por las tendencias y las inercias festivaleras, tan molestas a veces como la propia cartelera ordinaria. La presencia de Oliveira y Varda, auténtica memoria viva de una cierta idea de los pilares culturales e intelectuales de Europa, nos ofrece la posibilidad de recorrer una pequeña parte de su historia reciente con la seguridad de que la experiencia merecerá la pena. También, de manera muy distinta, el reconocimiento al cine del sevillano de adopción Gonzalo García Pelayo, debería reconciliarnos, festiva y alegremente, con aquellos tiempos de la ilusión, la libertad y el desparpajo en los que el cine español todavía no tenía trazado un itinerario tan estrecho y previsible como el que hoy lo atenaza. 

 

Por todo eso, y por un puñado indiscutible de buenas películas, merece la pena asomarse al SEFF2012. 

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