Crítica 'Boy eating the bird's food'

Variaciones escatológicas

Boy eating the bird's food. Director: Ektoras Lygizos. País: Grecia. Año: 2012. Duración: 80 mins. Intérpretes: Yiannis Papadopoulos, Lila Mpaklesi, Vangelis Kommatas.

Para Lygizos lo primero es la opresión. Una influencia del off. Lo que provoca el ahorcamiento de la maestra en PureYouth (2004) parece ser la misma fuerza innombrable que acosa al veinteañero de Boy eating the bird's food y le impide salirse de sí mismo. El griego, hombre de teatro antes que de cine, dice estar familiarizado con Beckett, y le creemos. Como el irlandés expuso junto a Buster Keaton en Film, el problema de la percepción no desaparece por tapar los puntos de vista, los reflejos o todo lo que pueda devolvernos la mirada, ya que, al final, siempre quedará la autoconsciencia, el más peligroso de los mirones. Y Lygizos expresa esta idea con el extenuante pero ineficaz seguimiento a su hambreado protagonista, quien nunca dará a entrever la naturaleza de lo que le reconcome y encierra.

La deriva autista y radical, significante vaciado, es una de las medallas que adornan a los cineastas griegos más laureados (Tsangari/Lanthimos, sobre todo). Y aunque Lygizos pretenda aquí ser más, digamos, realista, se siente cómodo con esta etiqueta que abre tantas puertas de festivales últimamente. Aquí el inevitable peaje depara un juego de los extremos algo primario, el de las dos acepciones de lo escatológico: por un lado lo excrementicio -el chico pretende saciar su apetito con su propio esperma en una escena de asombrosa gratuidad-; por otro lo relativo a la ultratumba -el cuerpo no, pero el alma del joven sí encuentra su vía de expresión a través de Bach-. El filme, entretanto, avanza amorfo, impulsado por un puñado de ideas que lo precede y no nace de las fricciones con la materia. Da la sensación de que si Grecia no levanta cabeza casi todo valdrá en su cine, sencillamente porque siempre hay mono de metáforas.

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