Crítica 'Holy motors'

Por la belleza del gesto

Holy Motors. Director Léos Carax. País: Francia. Año: 2012. Duración: 115 mins. Con: Denis Lavant, Edith Scob, Eva Mendes, Kylie Minogue.

Resulta difícil escapar de los discursos críticos que acompañan a ciertos fenómenos. El de Holy Motors habla de un "film de culto", de un "film inasible e inexplicable", de una "experiencia surreal y única que te acompaña y reverbera…" o de citas cinéfilas encriptadas, todo ello engordado a cada nuevo pase por los templos festivaleros que la han convertido en la "película del año".

Ese aura no ha funcionado del todo conmigo, que no veo tanto ni nada tan arrebatador tras este ejercicio libre de Carax sobre sus propias fantasías como creador, desdoblado en ese alter ego, construido por él mismo desde Boy meets girl, que es Denis Lavant, actor-acróbata, clown-simiesco cuyo one man show y cuyo arte del disfraz suturan esta travesía episódica más bien nocturna y algo fúnebre por los confines del cine (francés), el actor y sus personajes, por los relatos nacidos de la máscara y los géneros.

Frente a los que aluden a su carácter críptico y libérrimo, yo diría que Holy Motors es, por el contrario, bastante explícita: ya desde su arranque, es el propio Carax quien impulsa desde un espacio lynchiano el mecanismo de su ficción múltiple, el que echa la gasolina a esa limusina (como en Cosmopolis, un lugar acolchado desde el que explicar, observar o protegerse del mundo) que recorre un París configurado entre el decorado, la pesadilla postindustrial o la autobiografía fílmica (el Pont Neuf, el edificio Samaritaine, el personaje salido de Tokyo!).

Desde allí, encuentro a encuentro, disfraz a disfraz, de anciana jorobada a monstruo subterráneo erecto, de padre de familia a asesino en chándal, del látex a la green screen virtual, Lavant, el actor-acróbata, el hombre de las mil caras, conducido y tutelado por la mujer de los ojos sin rostro, ejercita el sublime arte de la pantomima y el histrión al encuentro de otros fingidores para poner al cine ante el espejo de su hermoso y decadente fraude en clave de burlesco, modulando el mélo, buscando salidas más allá del cuerpo, primero y último protagonista de un filme de fluidez entrecortada, de imágenes y gestos a veces algo toscos, que busca habitar una gran catedral cuando tal vez quepa en una iglesia más modesta.

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