XXV Festival de Jerez

Simplemente Jerez

Andrés Peña, en un momento de su espectáculo.

Andrés Peña, en un momento de su espectáculo. / Manuel Aranda

Si algo tiene Andrés Peña es que nunca ha olvidado sus orígenes. Sabe de dónde viene y cuál fue su principio, y eso, en estos tiempos en los que no se valora la figura del maestro, le engrandece. Sólo por eso, aquel abrazo con Angelita Gómez que sirvió para cerrar el que será, sin duda, uno de los momentos de este XXV Festival, nos emocionó. Han pasado tantas cosas últimamente....

Aunque he empezado por el final, este ‘Campanas de Santiago...’ que ayer se estrenó en la Sala Compañía, fue un constante fluir de sensaciones, de principio a fin, y por encima de todo con un denominador común, Jerez. No hubo momentos para despistarse, y sí para disfrutar en una noche en la que el baile fue protagonista, pero también el cante y el toque.

Andrés Peña, junto a Juana del Pipa y José Gálvez. Andrés Peña, junto a Juana del Pipa y José Gálvez.

Andrés Peña, junto a Juana del Pipa y José Gálvez. / Manuel Aranda

Con un Andrés Peña arrollador en todas y cada una de sus apariciones, al bailaor jerezano se le vio en todo momento muy por encima de cualquier escena, sobrado, como se dice coloquialmente, o maduro, como se quiera llamar. Su fuerza y buen gusto monopolizaron cada uno de sus bailes, desde las bulerías a la seguiriya, martinetes, tangos y como no la soleá, que domina como nadie. No aflojó en ningún momento dando toda una lección de cómo se tienen que hacer las cosas y exhibiendo una fortaleza física brutal. ¡Qué ganas había de bailar con tanta pandemia!

Bien es cierto que a ello contribuyó un elenco sobresaliente, pero sobre todo la elección de un elemento fundamental: José Gálvez. No es Gálvez un artista cualquiera, y su personalidad en todo lo que hace (desde recitar a acompañar el cante), tiene tal fuerza que es capaz de conseguir que todo gire sobre él sin convertirse en protagonista. El protagonista era otro, pero José y su guitarra consiguieron aportar el ingrediente perfecto para transformarse en una especie de levadura artística. Todo lo que tocó, lo engrandeció.

Andrés Peña y Angelita Gómez, en otro instante del montaje. Andrés Peña y Angelita Gómez, en otro instante del montaje.

Andrés Peña y Angelita Gómez, en otro instante del montaje. / Manuel Aranda

También el cante tuvo su dosis, pues no era para menos teniendo sobre el escenario voces tan dispares como las de Tía Juana la del Pipa, excelente por bulerías y tientos-tangos, El Londro, exquisito por seguiriyas, por soleá y en los caracoles, y como no, David Carpio, una llamarada de jondura en los cantes de fragua, por soleá y en un par de fandangos de José Cepero. Hasta los guiños a los de antes, con recuerdos a Tío Borrico, Terremoto y La Paquera, por no hablar de la impecable aportación de Carlos Grilo y Javier Peña, conectaron a la perfección con la idea que se buscaba.

¿Y el final? Una estampa. Porque ver a Andrés Peña bailando sobre el sitio fue una de esas estampas añejas, que tuvieron un colofón inesperado, la aparición de su gran maestra, Angelita Gómez, cuyo braceo sirvió para dibujar maravillas sobre el aire de una Sala Compañía, entregada al arte. 

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