XXIV Festival de Jerez

Embajadora del buen gusto

Embajadora del buen gusto

Embajadora del buen gusto / foto © Miguel Ángel González

Cualquier espectáculo de Sara Baras, guste o no, mantiene la misma estética, una estética basada en su baile y en un concepto de la escena al que sólo pueden acceder unos pocos privilegiados y que la artista actualiza conforme a los tiempos que corren.‘Sombras’, su última creación, circula en esa misma senda, con una escenografía cuidada, una iluminación correcta y todo, absolutamente todo, medido. No hay ningún detalle que se deje al azar y hasta los saludos al final de cada escena están perfectamente estudiados. En eso, la bailaora isleña es una auténtica maga, y, aunque la veas mil veces, siempre consigue captar la atención del público gracias a efectos trabajados y sobre todo al alma que pone encima del escenario.

Su estilo tiene copyright, es elegante, y se adorna, gracias a su cuerpo de baile, de una manera vistosa. A ello contribuye también el vestuario (pocos artistas se apoyan tanto en este detalle como ella), que Sara mima y cuida como nadie, desde el suyo propio, con esos pliegues tan característicos, hasta el del resto de componentes del elenco.

En este ‘Sombras’, lo primero que se aprecia es que es un espectáculo rodado, no en vano fue estrenado en octubre de 2017, y eso se nota, porque es un montaje redondo, sin fisuras, y que casi se ejecuta de memoria. Únicamente, por ponerle un pero, podríamos debatir sobre su duración, casi hora y tres cuartos, un tiempo excesivamente amplio para la sociedad que tenemos, un tiempo que podría recortarse con facilidad, pues algún que otro número es perfectamente prescindible.

A la hora de bailar, Sara pefuma cada coreografía de su cuerpo de baile, y lo hace con esencia propia y transiciones cuidadas. En solitario, deja su impronta en la farruca con la que comienza, una carta de presentación en la que exhibe su poderío en los pies y su excelso catálogo de recursos técnicos.

Menos lúcida es la serrana, en la que recurre a movimientos que nos recuerdan a montajes anteriores. No obstante, equilibra sus apariciones con unas alegrías marca de la casa en la que la original aportación del sanluqueño Diego Villegas con el saxo, hacen que el espectáculo gane muchos enteros. El diálogo entre el instrumento de viento y su baile sirve a la bailaora para encarrilar su actuación, consiguiendo poner al público a sus pies, con un dominio de los pies abrumador y exhibiendo carretillas por doquier.

No debemos olvidarnos del cante, cuyo protagonismo recae en dos voces camaroneras, las de Rubio de Pruna e Israel Fernández. Israel lo borda en la farruca inicial, y el Rubio de Pruna destaca por romances.

A ellos se suma la aportación de Keko Baldomero, una guitarra que ha evolucionado muchísimo en los últimos años y que, como director musical, es quien lleva el hilo sonoro de la obra.

Todo conforma un espectáculo vistoso y entretenido que ayer volvió a convencer al Villamarta, lleno hasta la bandera, cayendo rendido a los pies de una de las divas del flamenco de las últimas décadas. Puede que a veces su puesta en escena (al menos cuando busca ganarse al público con efectos manidos) pueda parecer exagerada, pero lo cierto es que es ella, quien mejor que ella, la que pueda llevar la bandera del flamenco con mayor dignidad. Por eso mismo, su presencia en el Festival, es un lujo.

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